El empeño internacional por destacar de las redes sociales solo su lado perverso se estrella contra experiencias como la solidaridad de los cubanos con medicamentos deficitarios, un intercambio por WhatsApp que asombra y deja esperanzas sobre la calidad humana.
Amas de casa, estudiantes, obreros, profesionales integran una red de miles de personas que alrededor de todo el país ponen su granito de arena ante llamados familiares que claman por una medicina para un enfermo.
En julio de 2021, en plena pandemia de coronavirus, con una escasez generalizada que hacía más real el miedo a contagiarse y una falta visible de medicamentos, la esperanza hizo su presencia: cubanos de varias edades respondieron sí a invitaciones del proyecto Palomas a donar medicinas para connacionales necesitados.
Eran apelaciones a la conciencia surgidas mediante WhatsApp como respuesta a la ansiedad individual y colectiva que generan las crisis sociales. De modo asombroso, cubanos de todas las provincias comenzaron a responder, a entregar gratis medicamentos por los que otros clamaban y no encontraban en las farmacias.
Dos años después del inicio del primer grupo de WhatsApp para estas donaciones, y en medio de un comercio informal de medicinas abierto y público, se han sumado otros ocho grupos en la misma red social y con el mismo objetivo, en los que unas treinta mil personas han sido beneficiadas con la donación de medicinas entre los ciudadanos.
Sergio Cabrera está al frente de este programa, y aunque hoy, como todos sus compañeros, disfruta las resonancias que ha tenido esta iniciativa, al principio fue un grito en la oscuridad. “Hoy es alentador, y más: es esperanzador. Ante tanda desidia, abandono, ante el silencio y el dolor de otros, descubrir que hay una matriz solidaria de cierta compasión, de alguna sensibilidad para con el prójimo, es esperanzador para el mañana”, opina.
Algunas personas que viven fuera de Cuba han ayudado desde lo pequeño, lo poco. En realidad, el empuje de la solidaridad ha sido entre cubanos de la Isla, una señal que mantiene a flote el optimismo sobre una sociedad tradicionalmente solidaria y que en los últimos años ha visto menguada esa capacidad.
Emigrados, incluso hace veinte, treinta, cuarenta años, aún hablan con orgullo de ese rasgo que caracteriza a los cubanos desde siempre, algo fácil de comprobar en las novelas, libros de historia y testimonios escritos desde que la Isla comenzó a conformarse como nación, en los siglos xviii y xix.
Sí: los resultados superaron las expectativas en este proyecto que tiene al prójimo como centro, al punto de que, en La Habana, un grupo de taxistas o propietarios se asoció en una especie de fraternidad para el traslado de medicamentos hacia otras provincias.
Dios: un proyecto de vida para cada cual
En todo este esfuerzo por hacer llegar medicinas a necesitados está Dios. No es tan difícil percatarse de eso ante la certeza de que el Señor tiene un proyecto de vida para cada ser humano. Cabrera afirma que “lo mejor que me ha pasado es ser bautizado porque me hace hijo de Dios”.
Esta solidaridad llama aún más la atención por el paso de la acostumbrada verticalidad en espera de aprobación institucional a la libertad individual del contacto tú a tú de las redes sociales. “Hasta para organizar una donación de ropa para la gente de Guamuta, víctima de un tornado ha habido que esperar la orientación”, se queja Cabrera, en su oficina de trabajo.
¿Qué casos de solidaridad ha observado en este tiempo a modo de paradigmas?, indaga Palabra Nueva.
—Hay una muchacha en Guantánamo —dice Cabrera— que necesitaba un equipo de oxigeno portátil al que no tenemos acceso aquí, y al anunciarlo en mi página de Facebook, donde comparto los casos más urgentes y difíciles, me escribió una señora de Italia que quería ayudar. Y fue al arzobispado de su pueblo y resolvió el asunto y le llegó el equipo a la familia.
La otra faceta emotiva de este asunto es la actitud de varias personas tras la muerte, o al borde de ella, de sus seres queridos, como la de madres que han tocado la puerta de Palomas para ofrecer medicamentos y utensilios que a sus niños con cáncer terminal ya no los salvarán. También ha sucedido con enfermos adultos sin salvación, cuyas medicinas les han sido dadas en la propia institución y sus familiares han ido a devolverlas cuando no han encontrado más recurso para la cura a la que estaban destinados.
Lo interesante sería que esta expresión de solidaridad perdurara en el tiempo como una filosofía de vida, porque si el dolor no es temporal, la solidaridad tampoco debe ser así. Según Cabrera, a la sociedad cubana le queda el desafío de no esperar por un desastre para poder ayudar a los más necesitados.
A esa filosofía, tan difícil de convertir en verdad diaria, se sumaría la convicción de que la vida de uno es parte de la de todos, una cadena humana que, de ser posible, haría la existencia cotidiana más llevadera y segura.
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