Transitamos por el octavo mes del año lidiando con la Covid-19. Hubiéramos querido vivir todo este tiempo en una cápsula, en una cámara hiperbárica, en hibernación, y salir afuera solo cuando todo pasara. Pero han sucedido tantas cosas en la aldea global en estos siete meses… Y qué es la vida sin la experiencia del día a día, de lo que acontece y nos acontece.
Por muy aislados que estuviéramos, no podíamos estar sin escuchar el latir del mundo, las múltiples historias, desde el origen y la propagación del nuevo coronavirus y el seguimiento a la crisis sanitaria, hasta los efectos sociales por la asfixia de un afroamericano por un policía en Minneapolis. ¿Acaso no es todo un solo relato?
En la Isla no hemos estado ajenos a los sucesos de afuera, pero también adentro han pasado cosas. Y para todo hay criterios y posicionamientos que provocan desencuentros y choques cuando aflora la intolerancia, las voces que gritan más alto porque quieren ser las únicas escuchadas, las que se creen portadoras de la verdad.
Palabra Nueva ha querido compartir las expresiones de un grupo de voces diversas para ofrecerlas a sus lectores como una muestra de las experiencias personales y colectivas que se han vivido en este año bisiesto tan peculiar y asombroso, este veinte-veinte convertido en cuarent(en)a.
Hemos solicitado a esas personas que nos narren sus vivencias en estos meses, cómo han transcurrido sus días, de qué manera han enfrentado los desafíos y qué lectura hacen de lo acaecido, cuáles son sus ideas al respecto.
Un alto en el camino
Por María C. López Campistrous
Cuando escuchaba y leía las noticias a principios de este 2020, del lejano nuevo coronavirus en tierras asiáticas, nunca imaginé, nunca preví que pudiera llegar a tocarnos, a tocar a toda la raza humana de esta manera. Ignorante era en aquel momento de tantas cosas, ni idea concreta tenía yo de la “gripe española” de un siglo atrás, y las pandemias más recientes estaba segura de que no nos habían tocado.
Como todos, o casi todos, tenía planes y proyectos para el año que recién comenzaba. Ya a fines febrero, tras un viaje corto de trabajo a Ciego de Ávila y compartir el regreso con un gran grupo de turistas franceses, hasta jaraneé que “mi gripe” quizás era la temida Covid-19, que entonces se me antojaba solo un simple catarro.
Marzo llegó distinto: dos de mis hijos viviendo en Europa confinados ante la escalada de una enfermedad mortal, mi madre de visita en Estados Unidos autoconfinada y los primeros casos positivos detectados en Cuba. Toda mi perspectiva cambió 180 grados.
Vino el cierre, llegó el miedo, por los míos que sentía tan lejos y tan indefensos, por los propios y los ajenos de todas partes vulnerables por igual. Fue declarada la pandemia, y el temor de los primeros días fue grande, temía que los míos enfermaran, o el contagio posible y el enfermar a otros. En casa estaba mi hijo, la Universidad había cerrado sus puertas prudentemente, mi esposo en teletrabajo casi todos los días de la semana y yo trabajando en casa, pero también teniendo que salir a trabajar fuera. Mis hijos también con mucho temor; Italia, Francia y España estaban muy complicadas y temían que pudiera pasar acá lo mismo.
Así con esas angustias, unidas al tener que salir a trabajar y a “luchar” lo necesario, comenzaba este tiempo, cada día más largo, que nos ha marcado a todos. No era la primera crisis frente a la que la vida me ponía, algunas estrategias ya las habíamos aprendido treinta años antes, expertos en el sobrevivir con solo lo mínimo necesario, pues nada es más precioso y preciado que la vida.
Zozobra ante lo que se compartía y leía en las redes, búsqueda de la verdad tras las noticias que cada vez se hace más difícil de dilucidar. Deseos de no leer, de no ver, de no escuchar nada más; deseo solo de leer “se ha descubierto la cura”, “terminó la pesadilla”.
Tiempo de angustias, pero también crecimientos y muchos frutos. En casa pusimos en orden muchas cosas pendientes por hacer y para las que nunca hay tiempo, mis caballeros se esmeraron: pintaron, arreglaron viejas trasteras, cambiaron cuartos… mi paso por la cocina no era rápido ni madrugado, lo poco sabía a gloria y los elogios nunca faltaron; volvimos a viejas recetas de mermeladas para aprovechar los salvadores mangos… tiempo para mis viejos, con mucho cuidado, en extremo, para poder servir y ayudar en lo que hiciera falta… la casa refugio y templo la redescubríamos en esa dimensión protectora que casi habíamos olvidado. La noticia cada día de “todos estamos bien” llegado de los hijos, de mi madre, de mis hermanas, de mis amigos de todas partes y en todas partes de Cuba y del mundo; o la sorpresa del Día de las Madres “¡vas a ser abuela!”, me llenaban de esperanza.
Pero soy comunicadora, sirvo a la Iglesia desde la comunicación, y no podía parar. Así con más tiempo en casa y con pocas distracciones logré la meta que quería regalar a los lectores presentes y futuros de Iglesia en Marcha, nuestro boletín diocesano, que en medio de la pandemia y del aislamiento llegaba a sus treinta años de circulación ininterrumpida: digitalizar la colección completa, ¡sus 216 ediciones! Muchas horas de trabajo, pero de mucho gozo, pues a Iglesia en Marcha ha estado ligada mi vida y servicio estos treinta años, “recordar” la vida de la Iglesia arquidiocesana y cubana encontrada en cada página ha sido fascinante. En singulares condiciones, llevar a la par adelante las ediciones impresas y digitales pertinentes, para que no faltara la palabra de la Iglesia, a aquellos que no tienen otro puente de comunicación.
Asumir el trabajo con las redes sociales desde lo institucional fue reto, desde ellas logramos estar cerca de las comunidades y seguidores, logramos llevar la Palabra a tantas personas que seguían y siguen nuestras publicaciones, logramos también servir de puente de solidaridad y caridad cristiana.
La transmisión por la TV cubana de la misa dominical y las alocuciones semanales del arzobispo nos puso ante importantes desafíos. El telecentro local con muy escasos recursos asumió la responsabilidad de la grabación de la eucaristía, primera vez que se hacía con total autonomía desde Santiago de Cuba y ajustada, además, a un tiempo de programación de 27 minutos. Las dos primeras semanas fue realmente muy tenso el trabajo, tanto la eucaristía del Domingo de Ramos como la del Domingo de Resurrección son celebraciones litúrgicas muy especiales, hubo críticas, algunas muy duras, pero Mons. Dionisio, nuestro arzobispo, sin tocar lo más importante de la eucaristía, fue adelante por el bien mayor de miles de personas en Cuba y en muchas partes del mundo (pues se transmitía también por el canal de Youtube de la Parroquia del Cobre), para que llegara a aquellos que, debido al necesario aislamiento, se vieron privados de la asistencia a los templos y capillas.
Así, un equipo de trabajo se fue consolidando cada semana, en el cual todos aprendimos a comprender la labor del otro desde la mayor camaradería y respeto. Hoy nuestra Arquidiócesis ha asumido como permanentes ambos proyectos insertados a la programación de radio de RCJ y la transmisión de la misa dominical desde el camarín de la Virgen de la Caridad por el canal Youtube de la parroquia cobrera.
¿Cuál es mi esperanza? Quisiera poder responderme esa pregunta. En el primer mes de la pandemia, agarrados todos a Jesús el Papa Francisco decía, ante una imponente Plaza de San Pedro “vacía”, pero con los ojos de millones de personas del mundo allí “‘¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?’. El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos”. Entonces idílicamente soñaba que, de esta terrible experiencia, todos saldríamos cambiados, transformados en nuevas personas, que saben, han aprendido que nadie se salva solo, que necesitamos unos de los otros hoy más que nunca, que necesitamos de Dios.
Hoy no soy tan optimista. ¿Cuánto más tendrá que sufrir la humanidad? Discursos, consignas, ataques de unos y de otros… una realidad de crisis económica que nos cerca, pero también de crisis social y antropológica profunda que no nos hace mirar al otro como el hermano que es. Entonces, tiendo la mano, como Pedro, “Señor sálvame, sálvanos”, solo Él, solo en Él me sostengo, y vuelvo a elegir seguirle.
Y quisiera seguir apostando por la vida, por el hombre y la mujer de mi tiempo, de todos los tiempos, cuando con muchos menos años escribí estos versos…
Se me antoja ser el agua, ser un río
agua dulce y apacible, quizás
agua que se despeña y corre indetenible
rabiosamente libre,
adivinando caminos no abiertos
ni trazados de antemano.
Agua para calmar la sed de los sedientos
o limpiar de manchas lo imperfecto.
Agua, y sentirme hervir sobre las piedras
oírlas cantar cuando a mi paso
les alivie del sol
que las quema sin remedio.
Ser agua, agua dulce
de riachuelo humilde
para regar sembrados de alegría
Solo quisiera, ser agua.
Santiago de Cuba, 12 de agosto de 2020
María Caridad López Campistrous (Ing. Telecomunicaciones, 1988, ISJAM; Lic. Derecho, 2000, Universidad de Oriente; MSc Administración, 2018, St. Thomas University), casada, madre de tres hijos, trabajó en la Empresa de Transporte del MINAZ en Santiago de Cuba y en el Teatro Heredia. Desde el año 1999, trabaja en el Arzobispado de Santiago de Cuba, del cual es, actualmente, su directora de Comunicación.
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