De la dimensión religiosa de Portocarrero: indicios…

Por: Axel Li

Tempranos ejercicios lineales, copias de representaciones clásicas de la Historia del Arte, entre ellas varias de corte religioso, son un instante prematuro de la exquisita pluralidad en esa temática que tendría con los años René Portocarrero (1912-1985). Corresponden a un (des)conocido álbum de grafitos de su niñez –inédito como conjunto– con una fecha muy precisa: 29 de julio de 1924. Es algo muy anterior a las décadas de los cuarenta y cincuenta, instantes de mejores referencias quizás para sus ángeles, vírgenes, templos, crucifixiones, santos o cabezas de apóstoles, pasajes bíblicos, cuando ya es un artista con pasos (más) exploratorios y firmes con respecto a aquel 1924, cuando apenas tenía… 12 años de edad. ¡Y voluntad creativa!

En su álbum de los años 20 solo hay figuras, lo arquitectónico no está presente como elemento protagónico. Dos décadas después el templo –iglesias, ermitas, catedrales– cobraría forma compositiva a través de acuarelas, tintas, temperas y óleos.

Guy Pérez Cisneros en 1943 sitúa al entonces dibujante y pintor en las coordenadas de “una gran fuerza poética” y, mirando en retrospectiva, sabemos que ese juicio fue certero. Portocarrero era y sería, a partir de los años 30, un creador de conjuntos y series y de retornos cíclicos. En el germen de los años 40 retorna o retoma –(re)inaugura más bien, tal vez– lo religioso en su poética por medio del dibujo y lo pictórico saturado de color. Empezaba así su cuantioso conjunto de raíz católica.

René Portocarrero Dibujo desconocido de Virgen con Niño, en un álbum de 1924 de tempranos dibujos al creyón, atesorado en el Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana_1
René Portocarrero Dibujo desconocido de Virgen con Niño, en un álbum de 1924 de tempranos dibujos al creyón, atesorado en el Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana_1

En el imaginario cultural el nombre de Portocarrero está asociado, cristianamente hablando, al padre Ángel Gaztelu y a encargos artísticos muy puntuales –los más conocidos, y apenas son dos o tres, según como se le mire– o a un canónico ensayo, post 1959, del mismo Gaztelu sobre arte religioso en Cuba. Todo es muy cierto, pero, al unísono, demasiado relativo, pues la obra íntegra del artista –impresa y/o en colecciones– es ignorada por una gran mayoría. Inclusive, Gaztelu se inspiró en una colosal catedral, de 1956 y del pintor de “gracia poética”, para escribir otro ensayo (1957) que, al parecer, estuvo inédito hasta 2014.

¿Qué obras religiosas conocemos de Portocarrero?, ¿cuáles nos faltarían por apreciar?, ¿qué posibles ventajas tendríamos al interactuar con el mayor conjunto de cuanto ideó por años? De seguro, cuando finalizaba el 2016, algo así fue una idea editorial defendida para la Palabra Nueva (año XXV, No. 265, diciembre, 2016). Se intuye que hubo un ejercicio de búsqueda para el primer rostro –portada– de ese número 265, pues fue elegido un dibujo de corte navideño suyo, que funcionaría para la Navidad estructurada en las páginas del nuevo número. Un dibujo de Portocarrero, de 1959, que realiza por encargo para la cubierta impresa cromáticamente de un libro bello y didáctico –Navidades para un niño cubano (Dirección General de Cultura, Ministerio de Educación, La Habana, 1959)– con tres seres flotantes en un entorno campestre de la ínsula, los cuales también o como de costumbre retornan a este lado del planeta. Traen sutiles regalos y la piña es uno de ellos.

René Portocarrero Cerámica o losa de pasta blanca de una Virgen con Niño, 1954, de paradero desconocido. Vieja fotografía que se conserva en el Fondo Portocarrero, Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana_1
René Portocarrero Cerámica o losa de pasta blanca de una Virgen con Niño, 1954, de paradero desconocido. Vieja fotografía que se conserva en el Fondo Portocarrero, Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana_1

Desde esta revista recirculaba entonces un empolvado dibujo del artista, aunque en blanco y negro, y alterado magistralmente en cuanto a firma y fecha –dato y rasgos– por la vía del diseño: “PORTOCARRERO/ 57” [sic]. Sin dudas, habría sido preferible la omisión drástica. La pieza, en efecto, es del artista habanero, pero no así la inscripción reelaborada digitalmente para esa trinidad navideña –Reyes Magos– y para que supiéramos, como lectores, la autoría del simbólico, curioso y viejo dibujo. Como intención (editorial) se deseaba un concepto de cubanía navideña: y René Portocarrero lo había logrado también en 1959.

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