Domingo de la Santísima Trinidad

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

12 de junio de 2022

“El Señor me creó al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas”.

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, les guiará hasta la verdad plena”.

Lecturas

Primera Lectura
Lectura del libro de los Proverbios 8, 22-31
Esto dice la Sabiduría de Dios:
“El Señor me creó al principio de sus tareas,
al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remoto fui formada,
antes de que la tierra existiera.
Antes de los abismos fui engendrada,
antes de los manantiales de las aguas.
Aún no estaban aplomados los montes,
antes de las montañas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra y la hierba,
ni los primeros terrones del orbe.
Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo;
cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo;
cuando sujetaba las nubes en la altura,
y fijaba las fuentes abismales;
cuando ponía un límite al mar,
cuyas aguas no traspasan su mandato;
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a él, como arquitecto,
y día tras día lo alegraba,
todo el tiempo jugaba en su presencia:
jugaba con la bola de la tierra,
y mis delicias están con los hijos de los hombres”.

Salmo
Sal 8, 4-5. 6-7. 8-9
R/. ¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado.
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para mirar por él? R/.
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad;
le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo sometiste bajo sus pies. R/.
Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar. R/.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 5, 1-5
Hermanos:
Habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos obtenido además por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Juan 16, 12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, les guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que recibirá y tomará de lo mío y se lo anunciará”.

Comentario

A lo largo de toda la historia, el ser humano, en cualquier cultura o latitud, ha buscado siempre el sentido de su ser y existir en algo o alguien, más allá, por encima de él, a quien ha llamado “Dios”. Por eso mismo, podríamos llegar a pensar que “Dios” sería mero producto de la contingencia humana, creación de su necesidad, si ese mismo “Dios” hubiera permanecido inerte por los siglos. Pero, como bien sabemos y experimentamos, no fue y no es así. Dios mismo, Creador y Padre de la humanidad, salió y sigue saliendo de su eternidad al encuentro del hombre que le busca con sinceridad de corazón y limpieza de espíritu en la historia, en cada cultura, lugar o acontecimiento. Y, poco a poco, se fue manifestando y se sigue revelando en la totalidad de su ser, hasta llegar al abrazo total con la humanidad entera por medio de la encarnación de su Hijo Jesucristo.

Esto es lo que celebramos hoy los cristianos, la solemnidad de la Santísima Trinidad, la fiesta del “Dios” que es, del Dios Padre, Hijo y Espíritu, que se nos ha manifestado en Jesucristo, no del “Dios” que nos hemos imaginado o inventado. Efectivamente, Dios se nos va revelando y comunicando poco a poco, dándonos tiempo para asimilar su novedad, para que libremente lo aceptemos o lo rechacemos.

Es el pueblo de Israel el primero que, en la historia de la humanidad, vive su religiosidad enmarcada en el monoteísmo, esto es, pone su fe en el Dios Uno y Único que se ha manifestado en su historia, por medio de circunstancias y personas concretas, como Salvador y también como Creador.

Siguiendo su plan de revelación y salvación sobre toda la humanidad, Dios mismo quiso hacerse hombre como nosotros, y tomó carne en las entrañas de María, una virgen de Nazaret, en la Galilea de los gentiles, en medio de su pueblo escogido, para hablarnos en persona, de tú a tú; para que conociéramos directamente en Él, sin mediaciones, su ser y existir; para que aprendiéramos en Él a desarrollar el proyecto para el cual nos ha creado por amor. Jesucristo es Dios mismo hecho hombre por nosotros y para nuestra salvación. Y es, por medio de Jesús, por quien hemos conocido, de manera plena y definitiva, que Dios es Uno solo, en pluralidad de personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las dos grandes novedades y verdades que el cristianismo aporta al monoteísmo judío, sobre el que se edifica, son la Trinidad y la Encarnación: que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo y que el Hijo se ha hecho hombre en Jesucristo.

Es evidente que racionalmente nos cuesta comprender a Dios porque nos sentimos deslumbrados y desbordados por su misterio, no por oscuro sino por inabarcable. Ciertamente no es fácil, por no decir imposible, meter la enormidad del misterio de Dios en nuestra limitada inteligencia, como le ocurría, según la famosa anécdota de San Agustín, al niño que pretendía transportar toda el agua del mar con una pequeña concha a su huequito hecho con la mano en la arena de la playa.

Pero quizás lo más importante no es entender todo sino contemplar a Dios, escucharlo, sentirlo, vivirlo, amarlo. Dios, que como Creador y Padre nos ha creado por amor y para amar, y nos ha dado lo que somos y tenemos; Dios Hijo que, en Jesucristo se ha hecho “Dios con nosotros”, hermano y amigo, compañero de sudores y fatigas, mano tendida y huella que indica el camino; Dios Espíritu Santo, que nos posee, fortalece e impulsa, “Dios en nosotros”, que sana nuestras heridas, purifica nuestras miserias, ilumina nuestra inteligencia, potencia nuestras cualidades, agiliza nuestra libertad.

Es el Dios que nos ha dicho: “Yo estaré con ustedes siempre”, todos los días, hasta el fin del mundo. Es el Dios que, por medio de Jesús, nos dice: ustedes son mis amigos; ya no son siervos, sino amigos. Es el Dios que, en palabras de San Pablo, no quiere que vivamos nuestra relación con Él como esclavos, con temor y miedo, sino como hijos, en amor y libertad, y que nos invita a gritar jubilosamente: “Abbá, Padre”. Y si somos hijos, somos también herederos, coherederos con Cristo, de su gloria, de su divinidad. Gratuitamente Él nos ha llamado a participar, por la comunión en el Espíritu, en lo que Él mismo es.

Es el Dios que nos ha invitado a ir por el mundo anunciando esta belleza y esta alegría: que Dios nos quiere a todos hijos suyos; y para ello hemos de ser discípulos de su Hijo Jesús, aprendices y comunicadores de su amor misericordioso. Y lo seremos recibiendo y viviendo el bautismo en la Iglesia, como el sacramento primero y fundante de nuestra fe, el sacramento que nos identifica con Cristo.

Nuestra fe cristiana en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se nos ha manifestado en Jesucristo, no es inventada ni imaginada sino consecuencia del hecho histórico de la revelación y encarnación de Dios, que se hace realidad patente en cada uno de nosotros cuando abrimos nuestra mente y nuestro corazón, sin prejuicios ni limitaciones, a su verdad y a su amor; cuando recibimos y vivimos consciente y consecuentemente el bautismo que nos identifica con Cristo crucificado y resucitado; cuando como Iglesia, y con la fuerza de su Espíritu, nos implicamos en el compromiso de la transformación de la sociedad en la que vivimos; cuando no permanecemos ajenos o inertes ante el sufrimiento o la injusticia, mirando hacia otro lado; cuando compartimos el dolor y las angustias de los hermanos y hermanas que nos rodean, particularmente en estos momentos difíciles; cuando escuchamos al Padre y nos dejamos impulsar por su Espíritu en el camino de la entrega y sacrificio que el mismo Cristo recorre cada día con nosotros.

Pidámosle hoy, y propongámonos en esta solemnidad de la Santísima Trinidad, ser más y mejores hijos de Dios, más y mejores hermanos los unos de los otros, más y mejores cristianos, discípulos misioneros, bautizados y enviados, dóciles a la acción del Espíritu Santo en cada uno de nosotros.

Oración
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confío mi alma, te la doy, con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida con una infinita confianza porque Tú eres mi Padre.
(Carlos de Foucauld)

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

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