El Aula Fray Bartolomé de Las Casas

Por: Dr. Eduardo Torres-Cuevas

Dr. Eduardo Torres-Cuevas
Dr. Eduardo Torres-Cuevas

Ante todo, quiero agradecer a los organizadores del evento, por haber pensado en mí para compartir este momento, que, sinceramente, me resulta muy profundo, muy sentido, por lo que ha significado la obra del padre Uña en tantos años de intenso trabajo.

Y hablar del Aula Fray Bartolomé de Las Casas es algo muy especial. Era una época, a pesar de lo cercana, muy distinta a esta, en que un grupo de intelectuales cubanos que no coincidían en todos sus puntos de vista, pero sí tenían algunos elementos en común, yo diría que el primero es algo con lo cual nos acercamos siempre a Martí, y es la idea del bien. Cuando conocí al padre Uña una mañana, ya en la Universidad de La Habana, se me apareció aquel sacerdote, sin saber yo quién era y nos sentamos a conversar, ya a los diez o quince minutos, estaba convencido de que ese hombre culto no era común, que no hablaba igual, que su tono de voz, su modo de convencer era irresistible; yo creo que esa virtud permitió que todas las puertas que tocó se abrieran y colaboraran con el padre Uña en el empeño.

Se trataba de crear el Aula Fray Bartolomé de Las Casas, en una circunstancia en que todos estábamos debatiendo sobre los más diversos temas que tenían que ver con la cultura, con la historia, con la Iglesia y, en primer sentido, el Aula yo diría que fue un espacio único en toda la historia de estos años; hay muchos espacios únicos por sus características, pero este, en particular, tenía una diferencia y una forma de integrar no característica de muchos lugares. Allí nos sentamos, por cierto les puedo asegurar que cuando el padre Uña se despidió de mí aquella mañana, ya yo estaba absolutamente atrapado con su encanto, supo enamorar de la idea, su lenguaje era un lenguaje de amor, un lenguaje de trabajo, un lenguaje de espacio abierto, por tanto, inmediatamente, le dije que sí.

Me encantó la idea, pero no era el hecho de que yo me sumara a esa empresa, era el hecho de que muchos nos sumáramos a esa empresa, y el día inaugural del Aula Fray Bartolomé de Las Casas fue un dialogo extraordinario en aquel momento y en aquellas circunstancias. Estoy hablando de su nacimiento por entonces, a finales del siglo xx, comienzos del xxi, al padre le tocó también una gran suerte, que existía un grupo de intelectuales cubanos —cuando digo cubano no estoy hablando del nacimiento, sino del sentimiento— que tenía una preparación, una cultura y un espacio intelectual importante; y allí recuerdo nombres que ya hoy no nos acompañan, pero estoy seguro que todos estarían aquí, si las circunstancias no los hubieran hecho partir. Recuerdo a alguien que me profesó un buena amistad y admiraba al padre Uña, el cardenal Jaime Ortega; recuerdo también a monseñor Carlos Manuel de Céspedes, un polemista esencial, un hombre inolvidable para los que disfrutaban de sus discrepancias y de sus creaciones, un hombre extraordinario, nos vimos mucho y conversamos mucho en torno a la figura de Félix Varela, lo que significaba para la creación de esa cultura cubana del siglo xix; a alguien cuyo nombre lo dice todo, Eusebio Leal Spengler, otro de los asiduos del Aula, otro de sus promotores; a Roberto Fernández Retamar que se le acercó al padre y le dijo una bella frase que él lleva en el corazón; a Alfredo Guevara que le han creado una proyección totalmente distinta a la que tenía Carlos Manuel, por ejemplo; a una compañera que murió muy temprano, pero que fue una entusiasta del Aula y que le dio su calidez, la profesora Ana Cairo Ballester, que se nos fue con sesenta y ocho años nada más, era para nosotros la Benjamín del grupo, la más joven, y así pudiera seguir esta larga lista…

Lo que quiero señalar es ese espacio que abrió el padre Uña, con el Aula Fray Bartolomé de Las Casas, donde se reunieron personas de muy diversos criterios, personas que solo pensaban en el bien de Cuba, en el amor a Cuba y en que lo mejor sería esa confraternidad del diálogo de ese espacio de intercambio, ese fue un milagro del padre Uña, si hacen falta milagros para muchas cosas, sobre todo para la santidad, ese fue el milagro del padre Uña: haber sentado en aquella Aula a tanta y tan diversas personas, pero ahí no solo estuvo el encanto del Aula de Fray Bartolomé de Las Casas, el otro encanto era que siempre se llenaba; cuando en otros lugares no lograban llenar el espacio, allí hubo momentos en que no había suficientes asientos para el público que asistía a aquellas conferencias extraordinarias.

La Habana se enorgulleció de tener esta obra, creo que todos seguimos sintiendo el Aula, sigue siendo importante para la cultura en Cuba. Temas muy diversos se debatieron, libros se hicieron con esos temas, recuerdo el de Fray Bartolomé de Las Casas, el de la Universidad de La Habana, el trabajo sobre la orden dominica y la Universidad de La Habana. Muchos temas eran polémicos y eso era lo que gustaba, que no eran temas sencillos, eran temas que permitían, sobre todo, reflexionar, pensar y más aún incrementar la capacidad de hacer sentir lo más importante de lo que somos como seres humanos, como un colectivo que tiene una espiritualidad, que no es una simple palabra que se repite, sino que es un contenido que se sentía y se fue desarrollando, gracias al Aula Fray Bartolomé de Las Casas.

Le decía al padre Uña que una de las cosas que siempre recuerdo era aquel atardecer, cuando se sentaba en el parque esperando el momento de aquellas salidas en la noche habanera, me hacían sentir que estaba viviendo lo mejor… Y le decía al padre Uña que él también formaba parte de esos españoles que vinieron, trabajaron, lo dieron todo, nos entregaron a sus hijos que crecieron y se desarrollaron aquí, y dejaron también una huella importante en la evolución de la sociedad y de la cultura cubana. El Aula lo tuvo por valladar, ante todo, por el amor del padre Uña, la sabiduría, la sabiduría silenciosa, el saber escuchar, el saber oír y el querer con toda la buena voluntad del mundo que el amor y el conocimiento marcharan de la mano. Padre, creo que hablo por muchas personas que sintieron el Aula con todo el amor con que usted se entregó a Cuba y por supuesto, independientemente de su condición de español que siempre supo darnos con un gusto tremendo, hacernos sentir a España como la sentía él, independientemente de eso ha sabido también ser cubano por amor y porque decidió tomar a Cuba como su segunda patria. Padre, muchas gracias por estar entre nosotros, por todo lo que nos ha dado y esperamos que nos siga dando. Muchas gracias.

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