Lo primero que se le agradece a un libro como Frases célebres de la Antigüedad (Editorial José Martí, 2018), de Anderson Calzada Escalona, es su portada. Por fortuna, es bastante sobria en figuras, si bien cargada —con justificación— de representaciones gráficas de palabras. Ello no molesta porque el diseñador Enrique Mayol Amador ha contrastado de manera armónica dibujo y fotografía, grabado y estatuaria, luminosidad y penumbra en esos matices de rojos ocre. En las imágenes, tanto de la derecha como de la izquierda, las palabras se repiten adrede. Es una sugerente alegoría de vínculo entre nuestra especie, que va y viene, y su necesidad de expresión. Se equilibra el blanco y sobresale el amarillo de un fragmento del título. En la contracubierta —siendo el segundo y quizá mayor reconocimiento de lo externo del volumen—, leemos las palabras de la editora y correctora Ana R. Gort Wong. Son catorce líneas en las cuales ella, elegante y precisa, seduce al posible lector y hace más: nos recuerda qué representa un párrafo de auténtica invitación a la lectura.
La rapidez del vivir presente y lo fragmentario del conocimiento no impide, sin embargo, que —más allá de comer o dormir por ejemplo, uno decida detenerse en el camino o sobre la marcha para pensar en los umbrales del sujeto o hecho que propiciaron un conjunto de palabras ya proverbial e histórico. Mas ese conjeturar, a caballo entre la imaginación y lo aprehendido, tiene que tener como antecedente la curiosidad. Al ausentarse ella, no hay cuestionamiento por quienes somos. Menos habrá interés por identificarnos con lo que otros nos dicen sobre el pasado.
Calzada Escalona da por sentado la importancia de conocer la historia. ¿Para qué una declaración directa si puede hacerlo desde su actitud de homo ludens? Se cautiva por la historia de la frase y por ella misma. No es el tono escéptico aunque sí irónico del Will Cuppy de Decadencia y caída de casi todo el mundo. El humor de Anderson es más contenido y, si bien le place la ironía en estos textos de caminos cortos —condición que honra la brevedad de cada frase escogida—, se concentra en abreviar lo más interesante del relato histórico. Pero abreviar supone la interpretación previa sobre la figura protagónica. Sea héroe o malandrín, patriota o matrona…, se nos presenta en su contexto gracias a la narración. De la etopeya a la atmósfera epocal en que la frase fuera dicha. En “Confianza extrema” se lee:
“Según la psicología, creer que una persona o un grupo de personas será capaz de actuar de manera adecuada ante una determinada situación, es tener confianza. Y la confianza no es perjudicial si se tiene o manifiesta de forma consecuente y práctica; pero cuando resulta exagerada, nos puede llevar a perder la cabeza. A Pompeyo el Grande, por tener demasiada, le sucedió eso mismo, es decir, perdió la cabeza… literalmente hablando” (p.150).
A veces es la generalidad lo que principia y seguirá primando en el texto porque, a fuerza de personajes ilustres y representativos, las circunstancias y condiciones complejizan todo, incorporando hasta los hombres y mujeres más sonaditos sin tener que nombrarlos. Es el caso de «Bajando los humos», uno de los mejores inicios de estos pasajes históricos. Ya transcribo:
“No hay elemento más pernicioso para la modestia que la alabanza. Cuando resulta inmoderada, puede corroer inmisericordemente la sencillez de quien se precia de poseerla; incluso, aunque nos resistamos a las loas, en ocasiones sucumbimos ante su fuerza aplastante. Y para que la presunción no se torne mayúscula, deberíamos contar con una ‘conciencia’ que no nos hagan olvidar lo insignificantes que somos. Así hacían en la antigua Roma con los generales triunfadores, a quienes, durante la ceremonia del agasajo, un esclavo se encargaba de repetirles al oído una frase que les hacía recordar la humildad: ‘Cuida de no caer’” (p.191).
¡Qué manera de involucrar al lector!
Cuando se dice que una frase ha envejecido estupendamente, ¿significa que perdió su posible popularidad, su condición de clásica? Tal vez el mayor porcentaje de su vigencia corresponda a su tiempo, al año y a otro escenario en que su autor, conocido o anónimo, la dijo. Esta posibilidad no es una respuesta a la interrogante. Bien pudo plantearse también como pregunta. Empero, ahí se justifica acaso porque una frase funcionó en su época y continúa correspondiendo con su alcance el provenir. La relación entre una y otra expone a un enriquecimiento de la tradición oral y escrita. El ser humano no puede ni quiere desdecir de su pasado.
Con la satisfacción de personalizar un saber sobre la cultura, se logra con Frases célebres de la Antigüedad el hechizo del historiador que, fiel a las fuentes verídicas o verificables, se apropia de la información para compartírnosla como si la detallara por primera vez. Las páginas atestiguan otra suerte de didáctica eficaz por atractiva, donde se sugieren muchas relecturas anteriores. Está la bibliografía que el autor cita a pie de página y junta luego en el cierre del libro, pero hay también a ratos una suerte de ensayo historiográfico a lo José Ortega y Gasset. El actual jefe del departamento Técnico Productivo de la Editorial Arte y Literatura se ha distanciado del libro común de antología. Se escucha la voz de su escritura, donde resalta su estilo plástico, tan firme y serio como juguetón y refrescante, en primer lugar, refrescante. Todo un ejercicio de admirable naturalidad. Por buscar la calidad de página, Anderson Calzada Escalona, animoso y tal vez sorprendido, encontrará a muchos lectores. Ω
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