Homilía del cardenal Beniamino Stella en la misa celebrada en el hogar de ancianos de Santovenia por la Jornada mundial del enfermo

Cardenal Stella en Santovenia
Cardenal Stella en Santovenia
Queridos hermanos y hermanas:
He venido a esta bella isla, invitado por mis hermanos Obispos de Cuba, para conmemorar con vivo agradecimiento los 25 años de la visita del Santo Padre san Juan Pablo II. En los próximos días, concretamente el 11 de febrero, se lleva a cabo la Jornada Mundial del Enfermo, y a su Arzobispo, el Sr. Cardenal Juan García, le ha parecido bien “anticipar” de alguna manera esta celebración para que yo pudiese compartirla con ustedes. Agradezco esta deferencia y manifiesto así mi alegría de poder, antes de regresar a Roma, orar con ustedes por todos los enfermos y por aquellos que, con amor y sacrificio, los ayudan y los asisten.
Dirijo un cordial saludo a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y a los miembros de otras Congregaciones religiosas que, en esta Iglesia del Señor en Cuba, ofrecen el testimonio elocuente de la caridad de Cristo en las variadas obras de servicio a sus hermanos, los más necesitados, los enfermos, los ancianos, los pobres. ¡Gracias por lo que son y por lo que hacen!
Un caluroso abrazo a los protagonistas de esta obra, los ancianos y ancianas de esta residencia. Ustedes saben que santa Teresa de Jesús Jornet quería que se sintieran en los hogares como en su propia casa, y ese es un empeño en el que todos tenemos siempre que contribuir. Agradezco igualmente la presencia de los trabajadores de este Hogar, que ofrecen un valioso y cualificado servicio a sus hermanos.
La Jornada Mundial del Enfermo fue instituida hace 31 años por san Juan Pablo II para sensibilizar a la Iglesia y a la sociedad en general sobre la necesidad de asistir a los enfermos y a quienes los cuidan.
Si tomamos los Evangelios en la mano, nos quedamos sorprendidos del tiempo y la importancia que Jesús dedicó a estar y dialogar con los enfermos, a consolarlos, a sanarlos, a mostrar la proximidad y la ternura de Dios con todos los que experimentaban algún sufrimiento. En efecto, todas las situaciones concretas de miseria y dolor que Jesús encontró, fueron ocasión para manifestar la infinita misericordia de Dios por sus hijos. Como el buen samaritano, Jesús no pasó de largo ante las heridas de su prójimo.
La mirada de la fe nos lleva a reconocer a Cristo en cada ser humano, pero, sobre todo, en los que sufren y padecen, como nos asegura la parábola del Juicio final que se ha proclamado en el Evangelio de esta misa. Hoy se hace difícil tener esta mirada y, sobre todo, quedar seducidos y como atrapados por ella, pues parece imponerse en el mundo una mirada pragmática y eficiente, donde solo vale el hombre si es útil y puede reportar algún beneficio. Cristo y el Evangelio aportaron a la historia de la humanidad esa radical novedad según la cual la compasión y la ternura hacia lo vulnerable y frágil es una característica de Dios. El mundo pagano no conocía algo así y tampoco el neopaganismo en el que estamos inmersos. De ahí la fuerza profética del testimonio del amor a los enfermos y a todos los que necesitan ayuda.
En el mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo del año pasado, el Papa Francisco escribió: “deseo reafirmar la importancia de las instituciones sanitarias católicas: son un tesoro precioso que hay que custodiar y sostener; su presencia ha caracterizado la historia de la Iglesia por su cercanía a los enfermos más pobres y a las situaciones más olvidadas. ¡Cuántos fundadores de familias religiosas han sabido escuchar el grito de hermanos y hermanas que no disponían de acceso a los tratamientos sanitarios o que no estaban bien atendidos y se han entregado a su servicio! Aun hoy en día, incluso en los países más desarrollados su presencia es una bendición, porque siempre pueden ofrecer, además del cuidado del cuerpo con toda la pericia necesaria, también aquella caridad gracias a la cual el enfermo y sus familiares ocupan un lugar central. En una época en la que la cultura del descarte está muy difundida y a la vida no siempre se le reconoce la dignidad de ser acogida y vivida, estas estructuras, como casas de la misericordia, pueden ser un ejemplo en la protección y el cuidado de toda existencia, aun de la más frágil, desde su concepción hasta su término”.
Queridos religiosos y religiosas: conozco que, en no pocas ocasiones, deben ejercer su labor en medio de innumerables y complejos desafíos. Las carencias de insumos, de bienes y de medicamentos, que se han agudizado por la pandemia y otros factores, ponen a prueba tantas veces la paciencia, el entusiasmo y hasta el cultivo sosegado de la vida espiritual y de la vida fraterna. Sin embargo, recuerden que descuidar la oración y el gozo de sabernos hermanas y hermanos, pasa factura a la calidad y calidez de nuestra consagración al Señor. Agradezco que, por parte de gestiones de las autoridades competentes, ustedes puedan contar cada vez más con los medios necesarios para realizar su misión. Y doy gracias también por los hermanos y hermanas que, viviendo en otros países, no se olvidan del pueblo cubano y de sus necesidades a la hora de compartir fraternalmente.
Queridos amigos: El Papa san Juan Pablo II conoció el sufrimiento y el dolor no en abstracto, sino en un modo bien concreto. Sabemos que, con el pasar de los años, sus fuerzas físicas menguaron. El atentado del 13 de mayo de 1981 y diversas fracturas le dejaron secuelas hasta que el Parkinson hizo su aparición para debilitar aún más aquel cuerpo vigoroso y aquella voz fuerte. Sin embargo, no tuvo reparos en presentarse ante el mundo débil, tembloroso, con un bastón en la mano. Lo que había escrito sobre el valor redentor del sufrimiento en la Carta apostólica Salvifici doloris, ahora lo proclamaba ante los hombres con el testimonio de su propia vida. La propia vida de san Juan Pablo II fue un “Evangelio del sufrimiento”. Unido a su Señor crucificado, se ofrecía él mismo, todo entero, por el bien de la Iglesia y del mundo, especialmente por la familia, como nos confesó.
Hoy nos asusta hablar de ofrenda y de cruz, pero esa es la espiritualidad cristiana. Ofrecernos con Cristo al Padre nos asocia a la obra de la redención de todos los hombres. Y amando y sirviendo al prójimo, comunicamos al mundo la presencia y la vida de un Dios que es solo Amor.
A la Santísima Virgen María, Salud de los Enfermos, a los santos fundadores de las Congregaciones religiosas aquí representadas y a san Juan Pablo II invocamos ahora, para que no nos cansemos de hacer el bien, y haya muchas y santas vocaciones sacerdotales, religiosas y de fieles laicos, que encuentren la alegría de sus vidas en amar.
Amén.

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