Sinodalidad no es democracia

Por: Seminarista Rafael Cruz Dévora

En el Seminario San Carlos y San Ambrosio, con el inicio del período lectivo 2021-2022, el reloj de la formación sacerdotal marca el tic tac de una nueva etapa, donde formadores, profesores y trabajadores todos, buscan servir cristianamente en favor de la respuesta a la inquietante llamada con la que Jesús transforma la vida de los jóvenes seminaristas de la Iglesia que peregrina en Cuba.

El itinerario formativo apunta hacia una línea aplicativa común. Se trata del camino sinodal que la Madre Iglesia invita a recorrer. No es un camino en solitario, es un camino de hermanos. Así pues, se invita a cada seminarista a descubrirse hermano del otro por las sendas de la sinodalidad. Eso significa que en el Seminario todos seamos “hermanos en camino”.

A propósito, será necesario entender lo que significa andar por las vías de una Iglesia sinodal, todos en comunión, participación y misión. Oportunamente, en la lectio prima, el sacerdote agustino y profesor Luciano Borg, abría paso a las primeras luces que permiten una comprensión ontológica de la Iglesia como centro de la sinodalidad por antonomasia; Eclessia como lugar teológico en el que un sínodo permite renovar conceptos y visiones temporales acerca del único misterio salvífico de Cristo, predicado por más de veinte siglos.

Así pues, la sinodalidad ha de ayudarnos a reconocer las realidades mundanas que nos circundan e impulsarlas hacia la trascendencia, superando todo tabú social. Pero la sinodalidad va más allá de una lectio magistralis con la calidad insuperable del padre Luciano, cuyo documento recomendamos para entender por qué san Juan Crisóstomo llega a declarar que Iglesia y sínodo son sinónimos y cómo debe calar en la eclesiología cubana (encarnada, orante y misionera) el verdadero sentido de la sinodalidad.

Sin embargo, hay cuestiones sueltas que como Iglesia no se debe atenuar al adentrarse en un proceso de sínodo, donde todos deben ser escuchados y aceptados, pero sin que la voz de la masa opaque el sentido común de la propia Iglesia, Templo del Espíritu Santo. Estas cuestiones no están lejos del camino sacerdotal que se recorre ya desde el Seminario.

Una Iglesia sinodal no puede ser una Iglesia que copia los tan desacreditados modelos, algunos muy cercanos a nosotros, donde se valora como más importante la opinión de todos por encima de la verdad y el bien. Una Iglesia sinodal no es una asamblea cualquiera, donde las conclusiones ya están tomadas y se simulan los argumentos que a ellas conducen. Una Iglesia sinodal no puede ser ciega, sorda y mucho menos muda, porque correr por encima de la navaja de la inclusión sin caer en el inclusivismo significa: no obviar ninguna de las realidades de pobreza, miseria y dolor que vive nuestro pueblo sino denunciarlas y entablar un camino de restablecimiento en favor de las personas, que es siempre y en última instancia, en favor de Jesucristo.

Una Iglesia sinodal no es una Iglesia de guerras (ni las convoca, ni las genera), pero está dispuesta a sufrir por la verdad, porque ahí se descubre más libre, más viva y más santa. Testigos irrenunciables de este mensaje son los mártires cristianos de todos los tiempos, cuya sangre derramada, como ha dicho Tertuliano desde el siglo iv, es semilla de nuevos cristianos. Y no se trata de un masoquismo barato, sino de una mirada contemplativa y aterrizada hacia Aquel que nos ha dicho que su carga es llevadera y su yugo ligero (Cf. Mt 11.30) y en quien hemos creído.

Si el Papa nos pide que busquemos la sinodalidad, busquémosla, porque sinodal ha sido la Iglesia desde sus orígenes. Bebamos de la fuente primera sin temores, porque de ella fluye un agua pura que nos purificará de toda inmundicia e idolatría (Cf. Ez 36.25). Bebamos con la precaución de no negar la esencia misma de la Iglesia querida por Jesús y fundada por él para que el anuncio del Reino de los Cielos llegue a todas las almas y ellas, dando gloria a Dios Padre del cielo, se salven y alcancen el conocimiento pleno de la verdad. Ω

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