Un año que no nos ha dejado indiferentes

Cuando escribo estas líneas, tengo en el pensamiento y el corazón innumerables experiencias vividas en el año que está por terminar. La pandemia de la Covid 19 ha puesto en evidencia todas las pobrezas y las riquezas de nosotros, los seres humanos.

Hemos podido ver cuánta desigualdad hay en nuestro mundo, qué distinto viven los países desarrollados y aquellos pobres y subdesarrollados. Hemos visto crecer la pobreza de los que ya sabíamos pobres, dispararse las tasas de desempleo, acrecentarse los problemas migratorios y sus consecuencias en tantos ámbitos. Hemos conocido la profunda soledad y desamparo de tantos hombres y mujeres, sobre todo ancianos. Y casi todos hemos sentido “cercana” la muerte, en la pérdida de un familiar, de un amigo, de un conocido, en ocasiones sin las posibilidades para un entierro digno y el espacio al imprescindible luto. Y así la misma existencia nos ha impelido a hacernos esa pregunta, tantas veces camuflada o reprimida, sobre el por qué y el para qué de nuestra condición humana, frágil y mortal.

Hemos asistido a testimonios heroicos de servicio y amor por parte del personal sanitario y de otros tantos dedicados al cuidado de los enfermos y de las instituciones de salud, y a la producción y transportación de aquellos bienes de los cuales no se podía prescindir. Hemos constatado el empeño y la inteligencia de los científicos que han trabajado con el propósito de crear las vacunas necesarias para enfrentar esta enfermedad. Hemos sido testigos de muchos gestos de generosidad y solidaridad, de compartir entre personas, familias, vecinos y pueblos los recursos que podían aliviar o atenuar el golpe que no excluía a nadie. Hemos vuelto a disfrutar del estar tiempo prolongado en familia, conversar sin prisas en la sobremesa, jugar dominó o cartas, o ver de nuevo juntos una buena película o la televisión. Para muchos, ha sido también la oportunidad estupenda de dedicarse más a la oración, a la lectura o la meditación, a escudriñar en la Biblia y dejarse arropar por el silencio.

Hemos redescubierto, no sin dolor, que todos estamos interconectados, para bien o para mal, y que cuando somos capaces de ayudarnos y socorrernos, estamos más capacitados para afrontar lo adverso. Hemos vuelto a valorar, en la ausencia, lo que significa un beso, un abrazo, un apretón de manos. Por momentos, hemos tenido la nostalgia de una vida más auténtica, más centrada en lo esencial, que realce aquello imperecedero en medio del fluir de lo efímero.

Además de todas esas experiencias y lecciones globales, nuestro país ha vivido sus propias peculiaridades, algunas particularmente dolorosas, por prolongadas y ahondadas. Las medidas anunciadas a finales del 2020 como necesarias e impostergables para el “ordenamiento” económico, no han dado, en palabras de sus propios autores, los resultados esperados. Una inflación galopante y creciente, el comercio en varias monedas para conseguir los bienes, un déficit considerable entre la oferta y la demanda, un salario incapaz de ofrecer a los ciudadanos la vida digna y feliz a la que todo ser humano aspira, han contribuido a aumentar la insatisfacción popular, la desesperanza, la desidia, el número de los vulnerables y el ansia por emigrar, especialmente en la población juvenil y profesional e intelectualmente mejor preparada.

Sabemos que hay factores externos que influyen, y no poco, en lo que vivimos en Cuba. Pero probablemente la responsabilidad primaria y realista tendría que hacer desaparecer los factores internos que impiden un desarrollo libre y creativo de las innumerables capacidades y recursos que tiene nuestro noble pueblo, tan creativo, tan emprendedor, tan innovador, tan audaz, tan soñador y trabajador, cuando encuentra motivaciones para ello. La aparición y potenciación de las MiPyME pareciera aportar una nota de esperanza en medio de tantas décadas de experiencias económicas ineficientes, en tantos ámbitos.

Hay que favorecer también, consciente y honestamente, un clima ciudadano donde el respeto y la escucha recíproca de todos los que aman esta tierra y quieren el bien para ella, puedan aportar y enriquecer al resto de sus compatriotas, desde las diferentes cosmovisiones propias. No hay que convertir en enemigo y mucho menos, desautorizar o desacreditar al que piensa distinto. Como señalaron nuestros obispos en su reciente mensaje del pasado 11 de noviembre: “todo cubano debería poder expresar y compartir libremente y con respeto, sus opiniones personales, su pensamiento o sus convicciones, incluso cuando disienta de la mayoría”.

En medio, pues, de múltiples desafíos, la Iglesia en Cuba comenzó el pasado 17 de octubre, secundando la invitación del Papa Francisco, el proceso sinodal que nos acompañará hasta octubre de 2023, pero que debería marcar el estilo y la vida eclesial, más allá de esa fecha. “Caminar juntos” es el sueño para la Iglesia que el Pontífice quiere sea también nuestro sueño. Y para eso nos invita a orar, discernir y concretar cómo podríamos vivir más evangélicamente estas tres claves: Comunión, Participación y Misión. Tengo la sensación de que nuestros agentes pastorales van comprendiendo la importancia de este camino y se van entusiasmando con él. Este itinerario es, sobre todo, espiritual, orante, proceso de conversión personal y pastoral. Por eso el gran protagonista del mismo es el Espíritu de Dios, porque la Iglesia es lo que debe ser, únicamente a la escucha y en obediente docilidad al Espíritu.

Al Espíritu de Dios encomendamos pues, la vida del pueblo cubano y la vida del pueblo de Dios en Cuba. El tiempo navideño nos recuerda que Dios pudo hacerse hombre, porque el Espíritu Santo cubrió con su sombra la vida, el corazón y el vientre de una joven valiente y creyente: la Virgen María. Nos hará bien caer en la cuenta de que, en medio de ventiscas, calor sofocante y tantos otros retos del camino, “la sombra” del Espíritu quiere descender también sobre nosotros hoy. Si dejamos que nuestra vida se deje fecundar por el Espíritu, podrá nacer nuevamente para nosotros y en nosotros el Hijo de Dios, el Salvador del Mundo, Jesucristo el Señor. Que no seamos indiferentes a su llegada, a su deseo de recorrer con nosotros el camino de nuestras vidas. Entonces la luz tenue y noble que brilló en la noche de Belén, brillará también en la vida de Cuba y de su Iglesia, con la certeza de que la presencia de Cristo trae siempre gozo, liberación, amor y paz. Esos son nuestros deseos para todos los lectores de Palabra Nueva y para todos los hermanos y hermanas de nuestra nación. ¡Feliz y Santa Navidad! Ω

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