Domingo de Pascua

Por: padre Jose Miguel González

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

17 de abril de 2022

 

Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse.

Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Si ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba.

No habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
“Ustedes conocen lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”.

 

Salmo

Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23

R/. Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. R/.

“La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa”.
No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura de la carta de san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

Hermanos:
Si ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque han muerto; y la vida de ustedes está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también ustedes aparecerán gloriosos, juntamente con él.

 

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

 

Comentario

 

¡Aleluya! ¡Cristo vive, el Señor ha resucitado!

Este es el grito alegre que resuena desde la Vigilia pascual en toda la Iglesia universal, presente aun en los lugares más recónditos del mundo. Es la expresión de alegría y esperanza de todos los cristianos, discípulos de Jesús que, desde el amanecer de la Pascua del Señor, se ha perpetuado por los siglos hasta nuestros días. Celebramos con júbilo y gozo la resurrección de Jesucristo, su victoria sobre el pecado y la muerte, su Pascua, esto es, su paso de la muerte a la vida; con su resurrección ha transformado para siempre la oscuridad e incertidumbre del umbral que pone fin a la vida humana en la tierra y lo ha convertido en luminosa puerta abierta a la vida nueva y eterna, vida con Dios en Cristo Jesús. Por eso no podemos estar tristes; he aquí el fundamento de la alegría pascual.

En esta nueva Pascua cristiana que el Señor nos concede vivir, envueltos en dificultades y carencias, volvemos a preguntarnos: cómo podemos entender y creer en la resurrección de Jesús, a qué llamamos resurrección y cómo hemos de comprenderla. Se trata, en primer lugar, del milagro más importante en la vida del mismo Jesús, producido por Dios – así nos lo comenta san Pedro en la primera lectura de hoy – con la fuerza del Espíritu Santo. El Padre no abandonó al Hijo en la oscuridad del sepulcro y de la muerte, sino que lo hizo resurgir corpóreamente, transformando su humanidad terrena en humanidad gloriosa. Por tanto, la resurrección de Jesús no fue una mera revivificación de su cadáver, al modo de la resurrección de la hija de Jairo, del hijo de la viuda de Naín o de su amigo Lázaro; Cristo no volvió a la vida terrena anterior para después volver a morir como cualquier ser humano. Cristo fue resucitado por el Padre a una vida nueva y eterna, vida divina que ya poseía como Hijo, en la cual quedó incorporada también su humanidad para siempre. De manera que afirmamos y creemos que Cristo vive glorioso, en cuerpo y espíritu, junto al Padre en la unidad del Espíritu Santo, constituido en juez de vivos y muertos, por los siglos de los siglos.

La resurrección de Jesús fue un acontecimiento histórico sucedido, como tantas otras cosas de Dios, en el silencio y la simplicidad de un momento determinado; no fue en absoluto una mentira confabulada de los discípulos, ni una autosugestión colectiva, ni una alegoría imaginativa, ni un mito producido a partir del deseo frustrado de los discípulos de Jesús, para perpetuar la memoria de Aquel por quien se habían sentido fascinados y habían dejado todo.

La fe en Cristo resucitado, a quienes sus discípulos identifican totalmente con Cristo crucificado, surge, como nos narra el evangelio de hoy, a partir de su experiencia del sepulcro vacío y de las apariciones del mismo Jesús a las que hace referencia la lectura de los Hechos de los Apóstoles. Fue para ellos algo novedoso que les sorprendió e incluso resultó chocante y contradictorio. Por mucho que el mismo Jesús se lo había anunciado, al principio no eran capaces de comprender su victoria sobre la muerte. En ellos, como también en nosotros, la sorpresa antecede al júbilo y las dudas a la fe. Hasta entonces, hasta que no le vieron vivo con las señales de la cruz, hasta que no le escucharon de nuevo, no habían comprendido que Él había de resucitar de entre los muertos; así concluye el evangelio de hoy.

La siguiente pregunta que nos hacemos es: cuál es el significado de la resurrección de Jesucristo para nosotros, es decir, qué consecuencias tiene para nuestra vida concreta. La primera respuesta la encontramos en esa conocida afirmación de san Pablo: si Cristo no hubiera resucitado vana y falsa sería nuestra fe. Nuestra fe cristiana no se fundamenta en el simple recuerdo de alguien que vivió y murió, que nos ofreció un modelo magnífico, por nadie supurado hasta ahora, de humanismo universal; alguien que nos dejó como legado una enseñanza teórica y unos principios de comportamiento que nos ayudan a vivir y convivir decente y adecuadamente como personas y ciudadanos.

Nuestra fe cristiana ha de consistir principalmente en el encuentro personal con Cristo vivo que, cuando se produce, ilumina nuestra existencia en un modo nuevo, cuya novedad es difícil de expresar con palabras. Desde la experiencia de Cristo resucitado y desde la fe en Él, estamos llamados, como nos dice la segunda lectura de hoy, a vivir como resucitados, buscando y sirviendo los bienes de arriba, los valores del evangelio, una vida en plenitud. Sin esta vivencia y experiencia del Resucitado, los cristianos estaremos siempre ante el peligro de reducir nuestra religión a una ideología, a una filosofía, a un sistema ético o conjunto de principios de comportamiento individual o colectivo, a una herencia cultural que hemos de sostener, justificar y perpetuar a ultranza.

Por ello, en el tiempo pascual que hoy inauguramos, hemos de pedirle al Señor, como gracia y regalo suyo, poder experimentar y vivir su presencia resucitada como la vivieron sus discípulos, los primeros cristianos: María Magdalena, Juan, Pedro y todos los demás. Que se nos “aparezca” también a nosotros, es decir, que nos toque el corazón, que ablande nuestras durezas, que cure nuestras heridas, que sane nuestras enfermedades, que nos haga sentir su presencia viva, todopoderosa y cercana, en medio de tanta miseria, sufrimiento, dolor y muerte.

Sólo desde la experiencia del Resucitado podremos ser sus testigos, auténticos y fiables, como lo fueron también sus primeros discípulos; testigos de la luz que vence a las tinieblas, de la verdad que vence a la mentira, de la vida que vence a la muerte. La esperanza nueva que brotó en la mañana del primer domingo de la historia se proyectará sobre el futuro de nuestra propia historia, la historia de la humanidad y la historia de nuestros pueblos. De manera que quienes nos vean puedan reconocer en nuestros rostros, también en nuestras heridas, el rostro vivo y las llagas de Cristo, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal, porque Dios estaba con Él. Qué hermoso y sencillo programa de vida para nosotros los cristianos, discípulos y misioneros de Cristo: pasar por el mundo haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el mal, acompañados de la fuerza que nos da la fe en Cristo glorioso y resucitado, el Señor.

¡Aleluya! ¡Feliz Pascua de resurrección!

 

Oración

 

Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza

a gloria de la Víctima propicia de la Pascua.

 

Cordero sin pecado que a las ovejas salva,

a Dios y a los culpables unió con nueva alianza.

 

Lucharon vida y muerte en singular batalla

y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta.

 

¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?

A mi Señor glorioso, la tumba abandonada,

los ángeles testigos, sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!

 

Venid a Galilea, allí el Señor aguarda;

allí veréis los suyos la gloria de la Pascua.

 

Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia

que estás resucitado; la muerte en ti no manda.

 

Rey vencedor, apiádate de la miseria humana

y da a tus fieles parte en tu victoria santa. Amén.

 

(Secuencia pascual)

 

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