Primer Domingo de Cuaresma

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

6 de marzo de 2022

Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.

Dice la Escritura: “Nadie que crea en Él quedará confundido”.

Jesús respondió a Satanás: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”.

Lecturas

Primera Lectura
Lectura del libro del Deuteronomio 26, 4–10
Moisés habló al pueblo, diciendo:
“El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias de todos los frutos y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.
Entonces tomarás la palabra y dirás ante el Señor, tu Dios:
‘Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí como emigrante, con pocas personas, pero allí se convirtió en un pueblo grande, fuerte y numeroso.
Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestros gritos, miró nuestra indefensión, nuestra angustia y nuestra opresión.
El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado’.
Los pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios”.

Salmo
Sal 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15
R/. Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.
Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti”. R/.
No se acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. R/.
Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones. R/.
“Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre; me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré”. R/.

Segunda Lectura
Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos 10, 8-13
Hermanos:
¿Qué dice la Escritura?
“La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón”.
Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.
Pues dice la Escritura:
“Nadie que crea en él quedará confundido”.
En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues “todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”.

Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 1-13
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
“Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”.
Jesús le contestó:
“Está escrito: ‘No solo de pan vive el hombre’”.
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:
“Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”.
Respondiendo Jesús, le dijo:
“Está escrito: ‘Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto’”.
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
“Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: ‘Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra’”.
Respondiendo Jesús, le dijo:
“Está escrito: ‘No tentarás al Señor, tu Dios’”.
Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Comentario

No podemos leer o escuchar la Palabra de Dios de hoy sin dejar de recordar y tener muy presente en nuestra oración al pueblo ucraniano que sufre la guerra y que está saliendo de su tierra en éxodo masivo de dimensiones inimaginables. Con el Salmo 90 decimos, unidos a todos ellos, “quédate con nosotros, Señor, en la tribulación”. Ciertamente, el Maligno se ha encarnado en seres humanos que ponen sus intereses y ambiciones personales por encima de la vida y la libertad de los demás. También por ellos hemos de orar para que venzan al Maligno.
El Papa Francisco nos ha invitado a la oración y al ayuno en este momento de dolor: “En estos días hemos sido turbados por algo trágico: la guerra. Numerosas veces hemos rezado para que no se emprendiera este camino. No dejemos de orar, es más, supliquemos a Dios con mayor intensidad… Por eso renuevo a todos la invitación a vivir el 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, un día de oración y ayuno por la paz en Ucrania; una jornada para estar cerca de los sufrimientos del pueblo ucraniano, para sentirnos todos hermanos e implorar a Dios el final de la guerra… Quien hace la guerra olvida a la humanidad. No parte de la gente, no mira la vida concreta de las personas, sino que antepone a todos los intereses de parte y de poder. Confía en la lógica diabólica y perversa de las armas, que es la más alejada de la voluntad de Dios. Y se distancia de la gente común, que desea la paz, y que en todo conflicto es la verdadera víctima que paga sobre su propia piel las locuras de la guerra… Pienso en los ancianos, en cuantos buscan refugio en estas horas, en las mamás que huyen con sus niños… Son hermanos y hermanas para los que es urgente abrir corredores humanitarios y que deben ser acogidos… Con el corazón desgarrado por todo lo que sucede en Ucrania —y no olvidemos la guerra en otros lugares del mundo, como Yemen, Siria, Etiopía…—, repito: ¡que callen las armas! Dios está con los operadores de paz, no con quien emplea la violencia. Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal”.
La Cuaresma comenzaba el pasado miércoles, con la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas, escuchando las palabras que Dios le dijo a Adán después del primer pecado al expulsarlo del paraíso: “recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. Puede ser que, en su lugar, escuchásemos: “conviértete y cree en el Evangelio”, invitación que hace Jesús al inicio de su ministerio en Galilea. La ceniza, como signo de humildad, le recuerda al cristiano su origen y su fin: “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gn 2, 7); “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3, 19). Polvo, ceniza, bien poca cosa, es lo que somos cuando nos falta Dios, cuando dejamos morir el espíritu, cuando no nos convertimos a Él y aceptamos con fe el Evangelio de Jesús, la buena noticia: Dios quiere rehacer su alianza con nosotros, ofreciéndonos su misericordia y su perdón. Sin Dios no somos nada; con Él y en Él somos la maravilla más impresionante de toda la creación.
Iniciamos así la Cuaresma como un camino hacia la Pascua del Señor, que celebraremos en la Semana Santa, como memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección. Así pues, lejos de ser un tiempo lúgubre, oscuro y tristón, la Cuaresma es un tiempo de gracia y misericordia, de renovación interior y esperanza. En su liturgia, la Iglesia nos ofrece una gran catequesis bautismal, que tendrá su culmen en la Noche pascual, con la renovación de las promesas de nuestro bautismo. Es, por tanto, un período en el que se nos invita a contemplar a Cristo más de cerca para identificarnos más y mejor con Él. Los cristianos debiéramos reproducir su imagen, su vida, sus palabras y gestos en todo lo que pensamos, decimos y hacemos. Uno de los ejes de nuestra vida espiritual para este tiempo debe ser mirar y contemplar a Cristo para ser más como Él, para identificarnos con Aquel que, por el bautismo, nos ha librado del pecado y de la muerte eterna, y nos ha convertido en hijos de Dios para siempre.
En este camino de conversión y renovación interior, camino de la Pascua, se nos proponen tres prácticas cuaresmales: la oración, la limosna y el ayuno. En sí mismas no valen nada si no nos ayudan al encuentro personal con Cristo. La imagen del camino nos puede servir también para comprender mejor qué son cada una de ellas y cómo vivirlas.
La oración es el camino hacia Dios, hacia Cristo, camino de ida y vuelta, en el que el retorno es más importante que la ida. Ciertamente lo primero en la oración es decirle a Dios lo que necesitamos, pero más importante es escuchar a Dios, lo que Él quiere de nosotros. Dios sabe ya lo que le queremos decir; en cambio nosotros no sabemos lo que Dios quiere decirnos. Dedicar tiempo a escuchar a Dios, a escuchar lo que Jesús susurra en lo profundo de nuestro corazón, con pausa, sin prisas, resulta maravilloso, pues la oración es el camino en el que Dios nos sale al encuentro.
La limosna es el camino hacia los demás, en los que también nos encontramos con Cristo; camino en el que igualmente el retorno es más importante que la ida. A veces convertimos la limosna en un modo de tranquilizar nuestra conciencia, dando unas moneditas, o algo que nos sobra, que no necesitamos o, incluso, que nos estorba. Sin embargo, debiéramos dar al otro lo que el otro verdaderamente necesita; quizás además de algo de dinero, necesita sobre todo tiempo, cariño, perdón… algo que descubriremos en el diálogo con él, en la escucha de sus inquietudes, en el encuentro con Cristo en su corazón necesitado o herido. No tengamos miedo ni repulsa a acercarnos a los pobres de nuestro entorno para descubrir en ellos a Cristo. La limosna es el camino en el que Cristo nos sale al encuentro en el hermano pobre y desamparado.
Y el tercer camino es el ayuno, que es mucho más que prescindir algunos días de determinadas comidas. Es el camino hacia la interioridad de cada uno de nosotros mismos, redescubriendo nuestra grandeza espiritual, en la cual también está Cristo, porque todos fuimos creados a su imagen, porque por el bautismo fuimos signados por Él para siempre. El verdadero ayuno consiste en prescindir de todo aquello que no me permite ver a Cristo en mi corazón, despojarme de todo lo que oculta su rostro, despejar lo que le impide el paso, librarme de los ídolos o reyezuelos que quieren ocupar su espacio. El ayuno nos ejercita en el dominio de nosotros mismos, en el control de nuestra voluntad, en el empleo adecuado del tiempo, en la responsabilidad en nuestros trabajos. El ayuno auténtico es liberación de tantas esclavitudes que nos creamos cuando nos hacemos dependientes de cosas superfluas que las convertimos en necesarias o imprescindibles. Y todo ello para ser más de Cristo, más como Él. El ayuno es el camino en el que Cristo nos sale al encuentro desde nuestra propia interioridad, a veces tan herida y dañada por el pecado.
Y siguiendo con la imagen del camino, podemos entender que la Cuaresma es un camino hacia la Pascua, en etapas sucesivas, un proceso como el de la vida misma. El evangelio de hoy hace pasar este camino por el desierto. El evangelista San Lucas nos presenta a Jesús empujado por el Espíritu al desierto y tentado allí por Satanás. El desierto es el lugar geográfico donde no hay nada, donde no vive nadie; es también el lugar anímico de la prueba y la tentación; simboliza el estado espiritual por el que pasamos o necesitamos pasar tantas veces para encontrarnos con el Señor, en medio de dificultades y tentaciones. Dice la Sagrada Escritura que Dios llevó a su pueblo al desierto para hablarle al corazón.
Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, verdadero Dios y verdadero hombre, que no cometió pecado jamás, quiso pasar por la prueba de la tentación, a la que se deja someter por el mismo Satanás. Y con ello nos muestra que se hizo semejante a nosotros en todo, pero sin pecado. Jesús, en su humanidad, se hace pobre con los pobres y débil con los débiles. En Él nuestra humanidad tentada es ensalzada. Nos sentimos arropados por Él en nuestras tentaciones y podemos aprender de Él a vencerlas. Nos acompaña y nos alienta a luchar siempre para no dejarnos vencer por el pecado. Efectivamente, todos somos tentados, por el Maligno, por el mundo que nos rodea, por nuestra condición carnal, muchas veces y de muchas maneras. Pero en Cristo y con Cristo confrontamos el mal y podemos vencer.
Sabemos bien que la Cuaresma que hemos iniciado será especial y diferente a la de años pasados. Descubramos cómo el Señor, que nunca abandona a su pueblo, nos habla a través de personas, circunstancias y acontecimientos; cómo nos invita a renovar nuestras conciencias a la luz de Cristo; cómo nos empuja al desierto para hablarnos al corazón; cómo nos llama a la conversión y a la renovación de nuestras conciencias; cómo nos impulsa al compromiso de seguir dando la vida por los demás como Cristo la ha dado por cada uno de nosotros. Vivamos esta Cuaresma con alegría y esperanza.

Oración

Este es el día del Señor. Este es el tiempo de la misericordia.
Delante de tus ojos ya no enrojeceremos
a causa del antiguo pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde de corazón sincero.
Este es el día del Señor. Este es el tiempo de la misericordia.
En medio de las gentes nos guardas como un resto
para cantar tus obras y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe, según tu Primogénito.
Este es el día del Señor. Este es el tiempo de la misericordia.
Caerán los opresores y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio serán tus herederos.
Señalarás entonces el día del regreso
para los que comían su pan en el destierro.
Este es el día del Señor. Este es el tiempo de la misericordia.
¡Exulten mis entrañas! ¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo revoca sus decretos:
La salvación se anuncia donde acechó el infierno,
porque el Señor habita en medio de su pueblo.
Este es el día del Señor. Este es el tiempo de la misericordia.
(Himno litúrgico de Cuaresma)

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