Rafael y la madera de Dios

Por: Rachel S. Diez Hechavarría

Rafael Ariosa
Rafael Ariosa

ENTREVISTA

PRIMER PREMIO

 

Todos los días un hombre reza frente a la Virgen María en la Capilla de los Caracoles de Santos Suárez. Al frente de la imagen de la mujer de blanco sostiene sus promesas. Sabe que hay miles de formas de ser cautivo, ha conocido buena parte de los grilletes de este mundo: los del espíritu, los de las manos, los del prejuicio.

Poco antes del mediodía toma su carretilla, la gorra y sale. Su recorrido en el último año es casi siempre el mismo: casas en el Cerro, en Santos Suárez y a veces visita a un joven amigo en el hospital. Mirar a ese muchacho que ha perdido sus miembros le recuerda que una vez se sintió así, desprovisto, a expensas de la voluntad de otros. Aun así dedica tiempo para decirle palabras reconfortantes. Poco antes de que vuelva a tomar su carretilla oxidada, llena de pozuelos de muchos colores donde hasta hace poco hubo comida. No puede demorarse. Debe llevarlos a la parroquia para que al siguiente día puedan comer los ancianos que dependen de él. Al comienzo llevaba solo las cantinas de su madre y padrastro, pero un día terminó por incluir las de otros. Se hizo responsable de esos rostros que practican la soledad involuntaria dada por familias pequeñas, migrantes o inexistentes. Estos ancianos son lo mejor que tiene ahora. A veces, cuando los mira, recuerda al propio abuelo cuando le decía: “Rafaelito, recuerda, traidor nunca”. Vuelve a él esa rara bondad por momentos rudimentaria e inexplicable, pero que en medio de un mundo sin estabilidad, habla de un orden.

Rafael Ariosa ya vivió en el sitio donde las miserias, las injusticias y las deshumanizaciones más terribles pueden parecer un relato dantesco, y al propio tiempo, tornarse verídicos. La prisión es una gran tragedia capaz de destruir tu madera o devolverla modelada de odios. Allí, sin embargo, le descubrió el ebanista mayor.

 

 

Primeros recuerdos…

“Los de una infancia alegre y triste a la vez. Como casi todas. A veces con mis padres o con mis abuelos paternos, que me dieron todo el amor que se necesita en estos primeros años. Becado hasta el 5to. grado de primaria en un proyecto para niños pobres principalmente, en Siboney. Un buen día llamaron a mis padres y les recomendaron ponerme a estudiar cerca de casa, porque me fugaba a comer mangos, a irme a la playa, a andar por ahí. No soportaba estar encerrado…

”Terminé esos primeros estudios entre escuelas de Casablanca y Regla. Practiqué levantamiento de pesas. Pronto me enamoré de una muchacha, me junté con ella y decidí empezar a trabajar.

 

Años 90, por dentro…

“Eran momentos críticos, eso que llamamos Período Especial. Comencé en una fábrica de jabones. Cuando me separé de la muchacha fui a trabajar un tiempo en San Antonio de los Baños, y empecé a vender fósforos ilegalmente. Sé que hoy parece absurdo: ¡tres meses preso por vender fósforos! Pero entonces no lo era. Me enviaron a Inocencio, una de las granjas de trabajo correccional y cumplí ese tiempo; el error fue regresar al mismo sitio por mi cuenta, poco después, a robar pollos. La pena fue de un año esta vez. Y se agravó cuando me fugué del campamento. En mi cabeza no entraba que se pasara tanta hambre en aquel lugar, abusos salariales, de alimentación. Yo los denunciaba, y ‘me marqué’. Otro día un guardia me habló en mala forma, le repliqué y fui enviado a Melena (prisión de Mayabeque). Los presos que mandan en este tipo de centro son más complicados.

”Estando en Melena, en una ocasión, me llamaron la atención porque no estaba correctamente pelado. Discutí con el de disciplina y me ‘cayeron’ tres encima. Por suerte otros intervinieron; no porque me conocieran, sino porque rechazaban el abuso. Pero cuando me fui al baño, me ‘velaron’, uno me partió la cabeza con algo. Recuerdo que me caí y el piso se llenó de sangre”.

 

¿Razón de odio? ¿Qué es la reeducación?

“Estaban así porque habían bajado la emulación. En ese momento yo era como un enemigo para ellos, pues para ganarla hay que tener todo correcto: el pelado, el vestir correctamente, decir el lema, tender la cama. Forma parte de lo que llaman la reeducación, donde no lleva la batuta únicamente la policía. Entre los mismos presos, los que ellos ven que son líderes —aunque sean negativos—, si la gente los respeta, son de mucha ayuda para los guardias. No solo por el control. También porque se quitan de encima algunos problemas, ya que si algo ocurre aparece como un ‘problema entre presos’.

”La emulación es el gancho. Porque si no está todo ordenado y correcto te pueden ‘tumbar’ una visita colectiva. Allí hay hambre. Imagina que puedes estar treinta o cuarenta y cinco días sin ver a tu familia, y que por la falta de uno paguen todos. Aunque no seas mi enemigo, yo pierdo por ti. Por eso lo que se conoce como matonismo; de entre los presos, generalmente matones, que mandan e imponen respeto. Siempre ocurre, en cualquier prisión y en todos los tiempos: los violentos, los ‘guapos’… Aunque hay quienes son peligrosos, pero no abusadores.

”Al tiempo pude ver a los tres que me hicieron la encerrona. Coincidimos en el patio, cargando unos colchones. No sé por qué, pero hubo un momento en que los guardias me dejaron solo con ellos. Cerca un machete. Hubo momentos donde miré el machete y los miré, principalmente al que me partió la cabeza, que venía inocente con su colchón. Fue uno de esos instantes de mi vida que pude descubrir quién soy. Algunas veces le llamé cobardía, porque no pude hacerlo. En la medida en que fui cambiando reconocí que, desde entonces, yo llevaba dentro una madera que era de Dios. Y cuando más tarde logré alabarlo, no me cuestioné más si me faltó el valor.

”Me recordó años anteriores, donde viví algo similar. Una noche en que salí por toda Vía Blanca dispuesto a robar. Porque tenía hambre y no había nada. Me dije a mí mismo: ‘Al que sea y lo que sea’. Recuerda, años 90. De pronto, en la avenida, un tipo borracho con una bicicleta que se abrió, y yo, que venía en mis pensamientos, no lo vi. Chocamos, y él cayó. Estaba lleno de cadenas, rodando por el piso, la bicicleta sola. Instintivamente, grité: ‘¡Auxilio, a este hombre hay que ayudarlo!’. Lo levanté, lo ayudé y le dije: ‘Debes tener cuidado, hay muchos ladrones por aquí’. Cuando lo vi alejarse, pensé: no sirvo ni para esto. Regresé con la cabeza baja a la casa. Quizá Dios no me apretó tanto la tuerca después, por estas mismas cosas. Siempre se valió de algo para que yo no fuera peor. Para ayudarme en la vida”.

 

¿Y de vuelta al campamento de Melena?

“Me fugué de allí. Por la reeducación tienes un período en que, si te portas bien, te sacan a trabajar. Me aproveché de eso y estuve un año y dos meses fugado. Escondido en un pre-universitario trabajando. Hasta que me embullé con otros muchachos y nos metimos a otro pre a robar ropas. En ese tiempo había montones de fugados. Los juicios en las prisiones se hacían en grupos de hasta treinta. En medio de todos mis problemas, logré recibir ayuda de personas desconocidas para mí. ¿Sabes? También hay gente buena entre los oficiales. Creo que entendieron que mi fuga fue provocada por el modo en que se llevaba la vida de los presos”.

 

El lugar de la conversión…

“En Guasan (Prisión Voisin, Güines, Mayor Severidad), la última vez que caí preso. Fue en el año noventa y nueve. Antes, cuando estuve en Quivicán, en la compañía 8, viví algo con la Caridad del Cobre. Recuerdo que estaba por celebrarse su fiesta. Entre los mismos presos me ayudaron a preparar un altarcito. Fue como un espacio de libertad dentro de la prisión. Incluso personas de la otra compañía vinieron a rezar, a poner su vela, y hasta ofrendas.

”Un día recibí una carta de mi abuela. Decía que quería verme, sentí un arrepentimiento profundo. Si ella moría no la vería más. Tenía una fractura producto de una caída. Mi hermana la estaba atendiendo y la Iglesia de La Milagrosa (en Santos Suárez) le ayudaba. Le hice una carta a mi abuela, quien, emocionada, se la dio a la que atendía la pastoral. Después esa muchacha se la pasó al padre Lusarreta, él la leyó y le dijo a mi abuela: ‘Vamos a ayudar al muchacho’.

”Lusarreta y algunas laicas de la comunidad me escribían, velaban porque nada me faltara. Tanto material como espiritual. Me pasaban las hojitas de Vida Cristiana también. No olvido el texto que leí en esa publicación sobre Jesús con los malhechores. Además, pensaba mucho en María, en la anunciación: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’. Tuve situaciones difíciles en los que me aferré a esas palabras de la Virgen”.

 

Momentos para descubrir un Dios actuante…

“Un buen día me dio un ataque de asma. Llamé al guardia. Los otros presos también le gritaron, pero él no vino. Y eso que ya se le había muerto otro con anterioridad por el mismo motivo. Me tuve que calmar yo solo. No vino nadie. A la mañana siguiente, lleno de ira, empecé a escribir una carta de quejas. Tenía mis razones, así que llené varias hojas. Al final, cuando estuvieron listos los papeles, los rompí. En ocasiones el Diablo te pone elementos buenos. Yo los tenía entonces; pero hay que saber usar la sabiduría de la cruz… y aceptar. Cuando fui trasladado, fue la última persona que vi. Volví a sentir esa rabia. Sin embargo, pensé que, en lugar de alzar la voz, la piedad tenía que ser la sal que diera sustento a mi vida.

“Cuando volví a Melena fue en la misma Compañía donde me golpearon la cabeza. Fue difícil. Pero ya venía con otro conocimiento del Evangelio. Me tocó el 3er. piso en las camas. Los ‘guapos’ siempre cogen los primeros pisos. Mientras descansaba llamaron al conteo para la emulación. Pensar en lo que ocurrió con el lema la primera vez me hizo volver a aquel momento. Cuando se acabó el recuento llamé al disciplina de los matones: el Chungo. Conversamos en el mismo lugar donde había ocurrido todo, años atrás.

”Le dije: ‘Vengo a decirte que voy a incomunicarme mañana (a quitarme de la emulación), porque se dirá el lema y quiero evitar que no ganen por mi causa’. Él me agradeció la sinceridad e inmediatamente me preguntó por el tiempo que me quedaba. Al decirle que un mes, soltó: ‘Pero, compadre, ¿por un mes no puedes decir el lema?’.

”Como hablé con honestidad, todo cambió. Ellos me respetaron. Me llamaban, con mucha estima, ‘religioso’. Recuerdo que cierta vez discutían dos benéficos (se les dice así porque no reciben visitas). Les había tocado el trabajo más duro: limpiar los baños. Me propuse ayudarlos. Y encontré mi ‘pincha’ hasta que me fui. Orando mientras lo hacía.

”Cuando el Chungo estaba por salir, le tocaba dormir debajo de mi cama, en el segundo piso. Pero ya se había ganado su lugar en el primero. Aun así, me dijo que dormir debajo de mí le daba cierta paz. Y yo pude sentir que había algo bueno. Quizás a esta altura pienses que soy mongo, que por un lema estaba perdiendo. ¿Sabes? La metodología tras el lema era buena en sí. Pero nosotros estábamos presos por delincuentes. Ellos ponían lemas como si lo ideológico encerrara todos los valores. Y tú puedes decir mucho que eres ‘revolucionario’, pero ser el más grande de los descarados. Siento que funcionaría mejor si tuviera que ver con las cosas en que habíamos fallado. Soy patriota, pero esos lemas me decían muy poco.

”Ya se cumplieron veintidós años de la última vez que estuve en prisión”.

 

¿Después de la libertad?

“Mi abuela me trajo inmediatamente a la Milagrosa y me presentó a todos. Ese día regresé a casa con mucha alegría por el modo en que me acogieron. Al poco tiempo, empecé a prepararme para los sacramentos. Me integré a la comunidad y fui caminando en mi fe. Pedí trabajar con la pastoral penitenciaria también”.

 

¿Por qué volver al lugar del que siempre quisiste salir?

“Cuando te quitan la libertad de movimiento, de derechos, estás condicionado, limitado a la voluntad de otras personas. Eso es terrible. Yo lo sufrí en carne propia. Comencé primero con las familias, muchas de ellas muy pobres. Pero luego visité prisiones de La Habana, Canaleta (de alta seguridad en Ciego de Ávila) y Agüica (máxima severidad) en Matanzas.

”No mediré este trabajo por los convertidos. Siento que el esfuerzo que hice no fue en vano. Dios me dio la fuerza para hacerlo con la mayor autenticidad posible. Con suficiente amor en medio de las dificultades, y de mi propia conversión, que también iba avanzando. No puedo decirte que lo he logrado radicalmente (convertirme); ni siquiera sanar todo lo dañado. Engañar a Dios es estúpido. Tengo que seguir aceptándome, asumiendo y buscando la redención”.

¿Y el servicio de las cantinas a los ancianos?

“Con esta pandemia de la COVID-19 comencé junto a los voluntarios, llevando cuatro o cinco. Después aumentaron según las necesidades de la parroquia. Actualmente llevo en mi carretilla catorce cantinas y nueve jabas. Es un sacrificio. Hay que ‘sudar la camiseta’ y a veces he tenido que reprogramarme. Pero tiene una prioridad para mí. No vivo de esto. Tengo licencia, soy contribuyente de la ONAT, chapeo y trabajo como jardinero en Jesús del Monte. Pero este servicio es otra cosa. No creo que sea nada extraordinario. Solo siento que me hace feliz.

”Estoy convencido de que Dios tiene sus tiempos y de que habla de muchas maneras: en las circunstancias del tiempo, al corazón, al alma. He sido y soy un gran pecador, pero siempre un inconforme; no digo ‘¡coño (disculpa) pequé! y esto no fue nada’. La inconformidad quizás me ha hecho ir buscando la Verdad. Eres joven, sabes que la juventud a veces está en búsqueda, y necesita guía. Creo que la Iglesia, con todos sus carismas, debe estar siempre abierta a ellos, para que encuentren un lugar donde se les ayude a realizar sus sueños”.

 

Hablando de sueños, ¿y los tuyos?…

“Ojalá me casara. Tengo cincuenta y cuatro años y, aunque parece tarde, sigo luchando. Me preparo para ello. Es más, hoy sé que, si no es de Dios, no será. Lo que Él me dé, será más bueno que lo que pueda conseguir por mí mismo.

”El mayor de todos: ser un laico comprometido. No a medias. Entero”.

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