Segundo Domingo de Adviento

Por: padre Jose Miguel

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

5 de diciembre de 2021

 

Dios mostrará tu esplendor a cuantos habitan bajo el cielo.

 

Y esta es mi oración: que su amor siga creciendo más y más.

 

Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Profeta Baruc 5, 1-9

Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción que llevas,
y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te concede.
Envuélvete en el manto de la justicia de Dios,
y ponte en la cabeza la diadema de la gloria del Eterno,
porque Dios mostrará tu esplendor
a cuantos habitan bajo el cielo.
Dios te dará un nombre para siempre:
“Paz en la justicia” y “Gloria en la piedad”.
En pie, Jerusalén, sube a la altura,
mira hacia el oriente y contempla a tus hijos:
el Santo los reúne de oriente a occidente
y llegan gozosos invocando a su Dios.
A pie tuvieron que partir, conducidos por el enemigo,
pero Dios te los traerá con gloria,
como llevados en carroza real.
Dios ha mandado rebajarse a todos los montes elevados
y a todas las colinas encumbradas;
ha mandado rellenarse a los barrancos
hasta hacer que el suelo se nivele,
para que Israel camine seguro,
guiado por la gloria de Dios.
Ha mandado a los bosques y a los árboles aromáticos
que den sombra a Israel.
Porque Dios guiará a Israel con alegría,
a la luz de su gloria,
con su justicia y su misericordia.

 

Salmo

Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6

R/ El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R/.

Hasta los gentiles decían:
“El Señor ha estado grande con ellos”.
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R/.

Recoge, Señor, a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. R/.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

 

Segunda Lectura

Lectura de la carta de San Pablo a los Filipenses 1, 4-6. 8-11

Hermanos:
Siempre que rezo por ustedes, lo hago con gran alegría. Porque han sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy.
Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre ustedes esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús.
Testigo me es Dios del amor entrañable con que les quiero, en Cristo Jesús.
Y esta es mi oración: que su amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
Así llegarán al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3, 1-6

En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
“Voz del que grita en el desierto:
Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajados;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios”.

 

Comentario

 

En este segundo domingo de Adviento, la Palabra de Dios es un canto a la esperanza. El pueblo de Israel estaba desconsolado y desorientado en el destierro de Babilonia. Y el profeta Baruc les dirige la palabra para levantar su ánimo anunciándoles el final de su sufrimiento y el retorno glorioso a Jerusalén. El exilio para los judíos había significado su destrucción y casi su aniquilación con la pérdida de la tierra, sus propiedades, sus casas… Lo habían perdido todo: el Templo, sus ritos, sus costumbres, su identidad como pueblo. Su dolor había llegado al extremo, hiriendo lo más profundo de sus corazones. Y de pronto todo cambia y empiezan a sentir que es posible recomenzar y reconstruir, con el regreso a su tierra y con la recuperación de sus costumbres y su religión.

También nuestra sociedad, en el momento presente, está angustiada y desesperada por tantos motivos. Sufrimos un “exilio existencial”, una expropiación de nosotros mismos, un vacío emocional, una angustia por el presente y un miedo al futuro que nos acobarda, nos lastima, nos hiere en lo más profundo de nosotros mismos. La pandemia ha puesto al descubierto las carencias, desajustes y contradicciones en las que vivimos a nivel individual y comunitario. Nos ha obligado a ocultar nuestros rostros, pero ha desenmascarado nuestras miserias personales y sociales. Necesitamos consuelo y orientación, y quizás nadie nos la ofrece. Deseamos que nos hablen con palabras verdaderas que lleguen a lo profundo del corazón y no encontramos quién lo haga. Se ha abusado demasiado de las palabras y de las consignas. La incoherencia y la mentira delatan y lastiman.

Y en medio de este destierro, una voz grita en nuestro interior, en lo más profundo de nuestras conciencias: “Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción que llevas,
y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te concede… Porque Dios guiará a Israel con alegría, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia”. Él es nuestra única esperanza. En Él ponemos nuestra confianza. No sabemos cómo será ni cuándo lo hará… pero Él, sólo Él, sacará nuestras vidas adelante con el poder de su gloria. Y sanará los corazones destrozados, y curará las heridas del espíritu, personales y sociales. Porque para Él nada es imposible.

La Palabra de Dios de hoy es, por tanto, un canto a la esperanza que conlleva una llamada a la conversión. Dios nos pide que le ayudemos, quiere contar con nosotros. De sufridores pasivos y lastimosos hemos de pasar a ser constructores activos y entusiasmados de caminos nuevos. La semilla que el Todopoderoso pone en nuestros corazones debe brotar y crecer para alimentar también a otros. El consuelo que su amor nos proporciona no podemos guardarlo egoístamente. ¿Qué valles tenemos que rellenar? ¿Qué colinas tenemos que abajar? La transformación social que todos añoramos debe pasar por la conversión personal, para que juntos construyamos una sociedad más justa, un mundo mejor, una comunidad humana en la que no se excluya a nadie, en la que todos quepan dentro. Es el gran proyecto de Dios: que todos vivamos como hermanos que somos, hijos de un mismo Padre.

Ciertamente hay vacíos que hemos de llenar, carencias que hemos de corregir, omisiones que hemos de rectificar. Y también orgullos, arrogancias, prepotencias, autoritarismos, soberbias que hemos de abajar, reducir, evaporar. La llamada a la conversión es para todos porque de todos depende la construcción de un futuro mejor, pero comienza por cada uno consigo mismo.

En el Evangelio de hoy emerge la figura de Juan el Bautista como el testigo humilde y paciente, en quien podemos encontrar un mensaje y ver un testimonio de vida. La invitación que Juan hacía a toda la gente que acudía a escucharlo también nos la hace a nosotros hoy: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”.

Mirémonos de frente, con sinceridad de corazón, para descubrir todo lo que tenemos que enderezar en la vida personal de cada uno, en la familia, en la sociedad. Busquemos la coherencia con el Evangelio de Jesucristo de todo lo que pensamos, decimos y hacemos. No vivamos de consignas sino con principios. Dios es paciente con nosotros porque no quiere que nadie se pierda. No busquemos escusas ni perdamos el tiempo. Procuremos vivir en paz con Dios, con los hermanos y con lo más profundo de nosotros mismos que es el santuario de la propia conciencia. Y así se revelará, por medio de nosotros, la gloria del Señor, su verdad y su amor hacia toda la humanidad. “Y toda carne verá la salvación de Dios”.

 

Oración

 

Preparemos los caminos, ya se acerca el Salvador

y salgamos, peregrinos, al encuentro del Señor.

Ven, Señor, a libertarnos, ven tu pueblo a redimir;

purifica nuestras vidas y no tardes en venir.

El rocío de los cielos sobre el mundo va a caer,

el Mesías prometido, hecho niño, va a nacer.

Te esperamos anhelantes y sabemos que vendrás;

deseamos ver tu rostro y que vengas a reinar.

Consuélense y alégrense, desterrados de Sión,

que ya viene, ya está cerca, él es nuestra salvación.

(Himno de Adviento)

 

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