26 de septiembre de 2021
¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!
Dice Jesús: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.
Lecturas
Primera Lectura
Lectura del Libro de los Números 11, 25-29
En aquellos días, el Señor bajó en la Nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos. En cuanto se posó sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar. Pero no volvieron a hacerlo.
Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque eran de los designados, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento.
Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:
“Eldad y Medad están profetizando en el campamento”.
Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:
“Señor mío, Moisés, prohíbeselo”.
Moisés le respondió:
“¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!”.
Salmo
Sal. 18, 8. 10. 12-13. 14
R/ Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. R.
El temor del Señor es puro y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. R.
Aunque tu siervo es instruido por ellos y guardarlos comporta una gran recompensa.
¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta. R.
Preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine:
así quedaré libre e inocente del gran pecado. R.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del Apóstol Santiago 5, 1-6
Atención, ahora, los ricos: lloren a gritos por las desgracias que les vienen encima.
La riqueza de ustedes está podrida y sus trajes se han apolillado. Su oro y su plata están oxidados y su herrumbre se convertirá en testimonio contra ustedes y devorará sus carnes como fuego.
¡Han acumulado riquezas… en los últimos días!
Miren, el jornal de los obreros que segaron sus campos, el que ustedes han retenido, está gritando, y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor del universo.
Han vivido con lujo sobre la tierra y se han dado a la gran vida, han cebado sus corazones para el día de la matanza. Han condenado, han asesinado al inocente, el cual no les ofrece resistencia.
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús:
“Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros”.
Jesús respondió:
“No se lo impidan, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
Y el que les dé a beber un vaso de agua porque son de Cristo, en verdad les digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la ‘gehenna’, al fuego que no se apaga.
Y, si tu pie te hace pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la ‘gehenna’.
Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la ‘gehenna’, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
Comentario
En la Palabra de Dios de hoy nos encontramos con un mensaje claro y profundo: nadie puede apropiarse en exclusiva de Dios y de su obra salvífica en favor de todos. O, dicho de otra manera: en el corazón de Dios todos tenemos lugar, porque todos, creados a su imagen, estamos llamados a ser hijos suyos, y a vivir como hijos en el Hijo que es Jesucristo.
En la primera lectura, tomada del Libro de los Números, se nos narra cómo Dios da su Espíritu, no sólo a Moisés, sino también a los setenta ancianos; y no sólo a los presentes, sino también a los ausentes. Tal hecho provoca los celos de Josué, hijo de Nun, que le dice a Moisés que les prohíba profetizar a dos de ellos que se quedaron en el campamento y no estaban en el grupo con el resto. A lo que Moisés respondió: “¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!”.
Así pues, solo Dios es Dios, y obra cuando quiere, como quiere, en quien quiere por medio de su Espíritu. Ningún ser humano puede adueñarse en totalidad de su ser y su obrar. Ciertamente los celos que pueden surgir en nosotros cuando, como Josué, observamos que Dios obra en otros de manera inesperada, lejos de llevarnos a la envidia, al desconcierto y a las divisiones grupales, ha de ser motivo de crecimiento en humildad con respecto de los demás y de admiración con respecto de Dios, que sabe esperar y obrar en los corazones de todos cuando más y mejor conviene.
La pluralidad de carismas en la Iglesia, la diversidad de espiritualidades, la multiplicidad de congregaciones y fundaciones, son modos distintos de vivir el mismo Evangelio de Cristo que es fuente de vida para todos. La exclusiva de Dios y del Evangelio solo la tiene Jesucristo, que precisamente, como vemos en el evangelio de hoy, no fue nada exclusivo ni excluyente sino integrador e incluyente. El peligro de las comparaciones sesgadas, de los enfrentamientos que dividen, de la imposición de unos estilos sobre otros, parten de la apropiación indebida y exclusiva del don de Dios que es su Espíritu. Diremos como Moisés: ojalá todos estuvieran llenos del Espíritu de Dios y profetizaran en su nombre. No podemos, por tanto, vivir cerrados a la verdad y al bien que hay en tantas personas que, quizás no son de los nuestros, pero en quienes, de forma misteriosa, dentro o fuera de la Iglesia, obra el Espíritu de Dios.
Ciertamente la inmensidad de la acción de Dios nos obliga al discernimiento de nuestros propios carismas y funciones en la Iglesia. No a todos Dios nos enriquece de la misma manera ni nos llama a lo mismo. El respeto a la obra de Dios en otros y la admiración y acción de gracias que ello produce no debe significar cerrar los ojos ante lo que no viene de Dios, confundir lo bueno con lo que no es bueno, relativizar o diluir la verdad. Nuestra inteligencia es limitada y, por tanto, nuestra comprensión también; por ello hemos de pedir constantemente que nos sea dado y renovado el Espíritu de Dios, para discernir como conviene, para estar abiertos a su obra en otros, para no confundir ni ser confundidos.
En el evangelio de hoy Jesús enseña a sus discípulos, y por tanto a nosotros también, que hemos de estar abiertos a todo lo verdadero, bueno y bello que encontramos en la creación y en los hermanos, como signo de presencia y bendición de Dios. El discípulo de Jesús ha de ser hombre y mujer de corazón abierto, cercano y tolerante con el que no piensa o actúa de la misma manera, dispuesto al diálogo sincero que tanto necesita nuestra sociedad hoy. Hemos de alegrarnos por el bien y las obras buenas que otros hacen, que quizás no se nos ocurrieron a nosotros; no podemos juzgar o descalificar sin más a quienes no pertenecen a nuestro grupo, a nuestra forma de pensar, incluso a quienes no viven conforme a lo que Dios nos pide a nosotros. Lo cual no significa aceptar como verdadero o bueno lo que no lo es.
Nuestro mundo, nuestra sociedad, necesita que palabras tan bellas como solidaridad y fraternidad no sólo llenen nuestros discursos, sino sobre todo se hagan realidad en el día a día de nuestro andar peregrino. No somos un conjunto de individuos aislados, separados o enfrentados; somos hijos de un mismo Padre que buscamos convivir compartiendo lo que somos y tenemos con quienes viven a nuestro lado; porque todos somos “prójimos” unos de otros. Construir una sociedad y una Iglesia cada vez más empática y fraterna, en la que todos tengan cabida y lugar, movidos por el mismo Espíritu de Cristo, que vino a servir y no ser servido, ha de ser el desafío que nos ilusione y desgaste como cristianos y como hijos de Dios.
En el evangelio de hoy, Jesús también nos da dos pautas que, en este empeño, nunca debemos olvidar. La primera es la importancia de lo pequeño, de lo pobre, de lo insignificante, de lo que nadie ve o valora. Hasta un vaso de agua dado con amor sirve para construir un mundo mejor. Seguramente Dios no nos pide hacer grandes cosas ni magníficas proezas en su nombre, sino realizar lo cotidiano con amor y dedicación, cuidando siempre de no escandalizar a los más débiles.
La segunda es el valor del desprendimiento. Ciertamente hemos de desprendernos de todo lo que nos estorba, de todo lo que es piedra de tropiezo, de lo que no sirve para construir el Reino, de lo que entorpece o ralentiza su marcha. Los apegos innecesarios o superfluos impiden contemplar la acción de Dios y secundarla. Hemos de cortar sobre todo con cualquier forma de pecado y de maldad porque hemos sido creados para el bien y solo haciendo el bien encontraremos la verdadera felicidad.
Oración
Señor, danos la Sabiduría, que juzga desde arriba y ve a lo lejos.
Danos el Espíritu, que omite lo insignificante en favor de lo esencial.
Enséñanos a serenarnos frente a la lucha y los obstáculos,
y a proseguir en la fe, sin agitación, el camino por Ti trazado.
Danos una actividad serena que abarque, con una visión unitaria, la totalidad.
Ayúdanos a aceptar la crítica y la contradicción.
Haz que sepamos evitar el desorden y la dispersión.
Que amemos todas las cosas juntamente contigo.
Oh Dios, fuente de ser, únenos a Ti y a todo lo que converge
hacia la alegría y la eternidad. Amén.
(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 49)
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