XXV Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

19 de septiembre de 2021

Se decían los impíos: “Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso”.

El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.

Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Lecturas

Primera Lectura

Lectura del libro de la Sabiduría 2, 12. 17-20

Se decían los impíos:
“Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida.

Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte.

Si el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos.

Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia.

Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según, dice Dios lo salvará”.

Salmo

Sal. 53, 53, 3-4. 5. 6 y 8

R/ El Señor sostiene mi vida.

Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder.
Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras. R.

Porque unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte,
sin tener presente a Dios. R.

Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno. R.

Segunda Lectura

Lectura de la carta del Apóstol Santiago 3, 16–4, 3

Queridos hermanos:
Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencias y todo tipo de malas acciones.

En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera.

El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.

¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre ustedes? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de ustedes? Ambicionan y no tienen; asesinan y envidian y no pueden conseguir nada, luchan y se hacen la guerra, y no obtienen porque no piden.

Piden y no reciben, porque piden mal, con la intención de satisfacer sus pasiones.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 9, 30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.

Les decía:
“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”.

Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.

Llegaron a Cafarnaúm, y, una vez en casa, les preguntó:
“¿De qué discutían por el camino?”.

Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.

Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
“El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.

Comentario

La Palabra de Dios de hoy comienza con un texto profundo y profético del libro de la Sabiduría, que nos invita implícitamente a pensar en Jesús como el justo que resulta fastidioso, que no actúa como la mayoría, que reprocha y reprende las faltas contra la Ley. Es un fragmento que enseguida nos trae el recuerdo de los textos del profeta Isaías en los que se nos presenta la figura del Siervo de Yahvé, a la que el mismo Jesús recurre para hacer entender el estilo de su mesianismo, figura clave para los primeros cristianos en su deseo y afán de comprender el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor.

En este texto de la Sabiduría se nos habla de los impíos frente al justo. Por impíos se entendía a aquellos que menospreciaban la religión, que rechazaban sus principios, que no creían verdaderamente en Dios ni en la vida eterna. Los justos eran las personas que, conscientes de su condición de creaturas, honraban a Dios y vivían según sus mandatos, confiando siempre en su poder y su misericordia. Ciertamente se trata de dos figuras y planteamientos opuestos que también se dan hoy entre nosotros: vivir sin Dios o vivir según Dios. La envidia y el acecho de los primeros se siguen produciendo sobre los segundos. Ser justos, honrados, honestos, fieles y leales, hombres y mujeres de fe, con la confianza puesta de Dios, cumpliendo sus mandatos, es un reto, un desafío, un compromiso, un camino nada fácil por el que hemos optado todos los que creemos en Cristo como el Hijo de Dios hecho hombre, que vino a dar su vida por cada uno de nosotros.

En la segunda lectura, también tomada hoy del Apóstol Santiago, se nos insiste en evitar la envidia y la rivalidad para que no haya turbulencias ni malas acciones en nuestra vida. Se subraya el valor de la sabiduría, que viene de Dios, y que es intachable, apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera; tal sabiduría es un don que hemos de pedir constantemente al Señor. De la misma manera hemos de invocar al Señor para que nos conceda la paz, paz interior, espiritual, y paz social fruto de la justicia.

Los creyentes en Dios, los cristianos, los discípulos de Cristo, hemos de ser trabajadores infatigables por la paz. La pedimos como don de Dios, pero también obramos para construirla. Y ciertamente no siempre los hacemos porque a veces rechazamos a los que no creen, piensan, sienten y actúan como nosotros; y obramos movidos por envidias y rivalidades. No es lo mismo obrar desde la envidia que desde la sabiduría que viene de Dios y su misericordia. En ocasiones cerramos los oídos porque no queremos escuchar lo que es contrario a nuestros planteamientos o pone en evidencia nuestras contradicciones. Y hasta nos erigirnos en jueces de los demás, en poseedores absolutos de la verdad, en inquisidores que filtran una brizna y cuelan un camello. Esto hace que nuestra oración sea vacía y estéril y nuestra fe en Dios sea muy pobre.

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús que, después de la crisis de Cesarea, se había quedado con pocos discípulos. Su grupo se había reducido considerablemente. Muchos no quisieron continuar con Él pues se sentían decepcionados; no respondía a sus expectativas de cambio sociopolítico desde su mesianismo al modo del Siervo de Yahvé. No aceptaban que Jesús había venido a cambiar los corazones y no las estructuras, y que el modo era la invitación a la conversión desde el respeto a la libertad individual y no la imposición desde fuera o desde arriba, invadiendo y cancelando lo más íntimo de cada uno, lo que más nos asemeja a Dios, a cuya imagen todos hemos sido creados, que es precisamente la inteligencia y la voluntad libres.

Tremendo trabajo pasó Jesús enseñando a sus discípulos, pues mientras Él les hablaba de lo que sería su pasión, muerte y resurrección, ellos se dedicaban a conversar sobre quién era el más importante entre ellos. Y Jesús, con paciencia, tuvo que enseñarles en qué consiste ser discípulos suyos, con una imagen, la del niño inocente, y con una sentencia: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. También con nosotros pasa trabajo el Señor, enseñándonos en qué consiste ser cristianos discípulos suyos. Podríamos resumirlo en esto: vivir como niños con la confianza puesta en el Padre y sentirnos últimos y servidores de todos, ni más ni mejores que nadie.

El Papa Francisco comentaba este pasaje del evangelio de San Marcos con estas palabras: “Jesús en el Evangelio nos recuerda una tentación sobre la que tendremos que vigilar con insistencia: el afán de superioridad, de sobresalir por encima de los demás, que puede anidar en todo corazón humano. ¿Cuál es el antídoto que propone Jesús cuando aparece ese afán en nuestro corazón o en el latir de una sociedad o un país? Hacerse el último de todos y el servidor de todos; estar allí donde nadie quiere ir, donde nada llega, en lo más distante de las periferias; y sirviendo, generando encuentro con los últimos, con los descartados. Si el poder se decidiera por eso, si permitiéramos que el Evangelio de Jesucristo llegara a lo hondo de nuestras vidas, entonces sí sería una realidad la ‘globalización de la solidaridad’. Mientras en el mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos mutuamente a llevar las cargas (Eg 67)”.

Oración

Dame, Señor, la simplicidad de un niño y la conciencia de un adulto.

Dame, Señor, la prudencia de un astronauta y el coraje de un salvavidas.

Dame, Señor, la humildad de un barrendero, y la paciencia de un enfermo.

Dame, Señor, el idealismo de un joven y la sabiduría de un anciano.

Dame, Señor, la disponibilidad del Buen Samaritano y la gratitud del menesteroso.

Dame, Señor, todo lo que de bueno veo en mis hermanos, a quienes colmaste con tus dones.

Haz, Señor, que sea imitador de tus santos, o, mejor, que sea como Tú quieres:

perseverante, como el pescador, y esperanzado como el cristiano.

Que permanezca en el camino de tu Hijo y en el servicio de los hermanos. Amén.

(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 52)

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