La alegría del Evangelio

Por: Mario Vizcaíno Serrat (mvserrat@gmail.com)

Iglesia Sagrado Corazón de Jesús
Iglesia Sagrado Corazón de Jesús

Aunque es un misterio descubrir determinados estados de ánimo en el rostro del prójimo, es posible si se observa bien. En las caras de las personas que acudieron a la misa por los cien años de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y San Ignacio de Loyola, había señales de esperanza.

Y es que la esperanza está arraigada en la fe. Para muchos, son la misma sustancia sin más fundamento que la confianza en Dios, su amor y la fidelidad a sus promesas. Puede tener aliadas como el amor, la voluntad y la ética, pero la esperanza es la guía principal, el motor que impulsa hasta en días muy grises, cuando puede cancanear, aunque no falle del todo.

La mañana del 17 de junio, antes de que el arzobispo de La Habana, cardenal Juan de la Caridad García, durante la misa que presidió, reforzara la expresión de la fe con algunos mensajes de aliento que están en la Biblia, los cientos de fieles que fueron a compartir el júbilo por los cien años de “su” iglesia, transpiraban el gozo sencillo de la comunión con Dios. Expresaban una alegría que a un ser humano ajeno a una misa tal vez le resulte demasiado silenciosa porque no es mundana, pero mantiene a flote a los fieles porque es la alegría del Evangelio.

Con ese regocijo, que inundó la espaciosa iglesia de Reina, los feligreses abarrotaron el templo poco antes de que un grupo de sacerdotes de la Compañía de Jesús iniciara la procesión de entrada.

La alegría de aquellos feligreses es la que el Papa Francisco —quien también es jesuita y recorrió este popular templo en 2015, durante su visita a La Habana— advierte que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: “Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien (…) No te prives de pasar un buen día” (Si 14, 11.14).

Es una de muchas observaciones y certezas que el pontífice comparte en su exhortación apostólica La alegría del Evangelio, un tesoro de sabiduría en el que invita a evitar que caigamos en las tentaciones de la vida fácil y exhorta a vivir sin clausurar la existencia en sus propios intereses, algo que cuando se hace, ya no hay espacio para los demás. “Ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”, dice el Obispo de Roma.

Si se miraba bien esa mañana y la vista se detenía, con afán de indagar, en la expresividad de los ojos de los presentes, era posible percatarse de su fe, de un vínculo íntimo con Jesucristo cuyo término más conocido es comunión y cuya naturaleza mística la hace especial, sin que sea posible explicarla con palabras. Por eso, porque se trata de una relación especial del ser humano con el Creador, es que se mantiene vivo el mundo personal de los creyentes, imposible de derrumbarse de manera total por un ancla que solo conocen quienes tienen fe, aunque no puedan explicarlo a quienes no creen.

 

Jesús, tú reinas

La imposibilidad de haber tenido la iglesia remozada totalmente para celebrar el centenario no disminuyó el entusiasmo de los fieles, entre ellos algunos veinteañeros cuya presencia muestra que la semilla de la fe germina cuando ella cae en tierra fértil.

Ciertos huecos en lo alto de la iglesia denunciaban la ausencia de vitrales, guardados hasta poder volver a colocarlos, y eso, con toda probabilidad, puso a rodar la memoria individual y colectiva hacia los días de esplendor del templo. Sin embargo, era una ausencia sin el dolor de las pérdidas irreparables, pues todos saben que pronto la luz solar volverá a entrar a través de esas piezas de decoración del arte gótico. No será toda la que debiera llegar, si las instalaciones aledañas no estuvieran tan pegadas a los lados de la iglesia, pero será suficiente para ayudar a la paz y al sentido de protección que transmite el interior de una parroquia, cualquiera que sea.

El arzobispo de La Habana dio gracias a Dios por las personas que “hace cien años cavaron los cimientos de este templo, por las que se jugaron la vida construyendo el campanario y se la juegan hoy para reconstruirlo”. También rogó al Señor que el pueblo de Cuba reciba la gracia y el gozo de su bendición “para que consiga, en el espíritu, los frutos de esta conmemoración que hemos celebrado en esta Eucaristía”.

Las primeras personas en llegar a la iglesia lo hicieron muy temprano. Pertenecen a un grupo de la comunidad parroquial que apoya todo el año, y de muchas maneras, el trabajo pastoral en esta hermosa iglesia, de estilo neogótico. Esa mañana vestían un pulóver blanco con el número 100 y debajo la inscripción: Jesús, tú reinas.

Ni siquiera la estampa y el ambiente de sitio en reparación quitó un ápice de entusiasmo a cientos de personas allí presentes, para quienes, también, una iglesia es un refugio donde encuentran la paz y calman las angustias.

El padre Jorge Luis Rojas, SJ, sin disimular su emoción, se consideró indigno de resumir cien años de historia “de este recinto, de esta casa, de este templo, pero le agradezco a Dios porque tocó corazones hace cien años para que tengamos un espacio aquí enclavado en Centro Habana, en el barrio de Los Sitios”.

Y es cierto que la existencia de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y San Ignacio de Loyola en uno de los barrios más populosos de La Habana es una oportunidad cotidiana para la esperanza. Palabra Nueva lo constató más de una vez en días previos a la celebración, cuando era común que los transeúntes que pasaban se detuvieran unos segundos en señal de respeto y adoración, y algunos se persignaran.

La joya mayor era ver a quienes, con mucha prisa, detenían su paso de modo abrupto cuando se percataban de su presencia frente a la iglesia, abierta de par en par, con su inmenso Sagrado Corazón que se divisa desde la avenida de Reina.

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