Una experiencia de todos los días

Por: Yarelis Rico Hernández

Proceso Sinodal en La Habana
Proceso Sinodal en La Habana

PROCESO SINODAL EN LA HABANA

fotos Jesús Navarro Rodríguez

La Iglesia Universal anda enrolada en un itinerario sinodal, al que fue convocada por el Papa Francisco. En este momento, se camina el primero de los tramos, quizás el más arduo, pero sin dudas el más hermoso del Sínodo 2021-2023, que se desarrolla en varias etapas hasta llegar al encuentro último de los obispos en Roma. Es la fase diocesana la que nos llama a reunirnos como Pueblo de Dios para que, mediante la escucha y el discernimiento, logremos fortalecer la Iglesia del tercer milenio.

Los tres primeros meses del actual año han dejado un sabor sinodal en la Arquidiócesis de La Habana, y si bien no nos acompaña la satisfacción de que todas las comunidades hayan decidido iniciar este proceso, damos gracias a Dios por las que ya han emprendido camino. Actualmente, en grupos parroquiales y pastorales se comparten fichas de trabajo sobre los tres ejes fundamentales en los que descansa la sinodalidad. Esta experiencia, además de invitar a los fieles a pensar y a dialogar acerca de cómo se vive la comunión, la participación y la misión en la Iglesia de hoy, prepara a la comunidad para la asamblea parroquial, previa al encuentro presinodal diocesano, que se desarrollarse los días 11 y 12 de junio próximo.

Sinodalidad significa emprender camino juntos, y esa acción solo es posible si todos los bautizados aportan y se comprometen. Así lo reconocieron muchos de los que participaron el sábado 19 de febrero en el encuentro que reunió, fundamentalmente, a los laicos que actúan como referentes del proceso sinodal en sus comunidades. Para la mayoría de ellos, reconocer las dificultades que acompañan a la Iglesia habanera ha resultado importante para pensar, de conjunto, el horizonte de prioridades diocesanas. En este sentido, los primeros ejercicios de escucha han dejado claro el escenario que acompaña la vida de la comunidad católica de hoy: con fieles desanimados, la mayoría de ellos de edad muy avanzada, con pocos o ningún joven, con una asistencia disminuida a causa de la pandemia, con pocos consejos parroquiales funcionando, en medio de una difícil realidad económica, política y social, etc.

Sin embargo, reconocer esta realidad ha sido importante para emprender camino y no perder el rumbo. “Saber la Iglesia que tenemos ayuda a pensarla mejor desde la fe”, como bien asegura una joven católica de la parroquia de Jaruco. “Como católicos —dice— nos acompaña una esperanza mayor que da sentido a nuestra existencia, y esa esperanza está en Cristo, pero poco o nada hacemos si no somos testimonio de esta Buena Nueva con obras y palabras, reconociendo, sobre todo, que somos parte de una gran familia que se inserta en una realidad concreta. No puede pensarse en sinodalidad sin caridad, sin esa oportunidad providencial de poder hablar y ser escuchados; de reconocer que lo que el hermano dice también es importante”.

Para la Iglesia, para el mundo y también para Cuba, es tiempo de renovación, de comunión, de fraternidad y de solidaridad, y a eso invita el Sínodo. De acuerdo con otra opinión compartida en el encuentro de los referentes sinodales, “hoy nos corresponde ser mejor Iglesia junto a Cuba, sus familias, sus ancianos, sus jóvenes y sus niños. Para ello debemos escucharnos unos a otros y, juntos, abrirnos al Espíritu de Dios para que la sinodalidad sea, verdaderamente, camino que nos lleve a la conversión personal y pastoral. No dejemos que nada nos robe el entusiasmo y la esperanza”.

 

Abrirse a la revelación divina

En más de una ocasión, los fieles católicos han manifestado su preocupación por que los encuentros de grupos y comunidades se conviertan en parlamento, espacio donde se prioricen una voces por encima de otras. Es un riesgo que debe asumirse para entonces evitarlo, de ahí la necesidad de escuchar juntos la revelación divina. El proceso sinodal quiere unirnos en un camino donde nadie se adelanta. Los debates son importantes, pero serán pasajeros si no se acompañan por la oración personal y comunitaria, por experiencias profundas de fe, por gestos y acciones puntuales de caridad que dejen atrás la comodidad del templo para salir al encuentro con el otro.

Pensadas para compartir en grupos de diez a quince personas, el equipo asesor del Sínodo en la Arquidiócesis de La Habana redactó tres fichas de trabajo para suscitar un tiempo de diálogo, donde todos los participantes pudieran intercambiar opiniones. La dinámica invita a pensar, de conjunto, en la Iglesia que se tiene y en la que se sueña, a partir de los tres ejes fundamentales que atraviesan el camino sinodal: comunión, participación y misión. De acuerdo con las experiencias compartidas, en los grupos se ha escuchado la Palabra de Dios, se ha orado al Espíritu Santo, se han entonado cantos y se han compartido experiencias. “Hemos hecho una pausa en nuestros ajetreos —nos asegura una fiel de la parroquia de Monserrate, en Centro Habana—, y nos hemos detenido a escuchar. Para muchas personas ha sido la oportunidad para el reencuentro después de todo lo vivido con la pandemia. De este compartir, al menos en mi comunidad eclesial, han surgido nuevas iniciativas que han reactivado la vida de fe, por ejemplo, hemos retomado con fuerza la adoración al Santísimo”. En otras comunidades, se han reorganizado los grupos de visitadores de enfermos, el trabajo de los consejos parroquiales y hasta el despertar de la catequesis para niños en localidades donde había dejado de funcionar.

Algunas opiniones coinciden en la necesidad de incorporar a los jóvenes a estos encuentros. En consonancia, han pensado en iniciativas para hacer realidad ese deseo y, de esta manera, contar con sus voces y riqueza espiritual en este proceso sinodal llamado a acoger los sueños, ilusiones, tristezas, frustraciones, retos y desafíos de todos los que conforman el Pueblo de Dios. “No puede pasarse por alto —advierten las Hermanas Carmelitas Descalzas de La Habana— que el Sínodo quiere fomentar la catolicidad de la Iglesia por el carácter inclusivo que tiene, procurando que ninguna oveja quede afuera. En nuestro caso, sentimos un llamado constante de la Iglesia a apoyar desde nuestra dimensión contemplativa, abriéndonos a esa fuerza del Espíritu Santo y haciendo más concretos esos esfuerzos de enlace, de caminar juntas en presencia de la Santísima Trinidad, que espera que seamos familia, que nos amemos con su mismo amor, que es amor de comunión”.

Sin dudas, a medida que avanza el proceso en La Habana, los días van siendo más intensos. El compartir de las fichas ha propiciado encuentros más allá de las comunidades y ha suscitado la oportunidad de que también los sacerdotes y los diáconos, junto a algunas religiosas, se escuchen entre ellos, saboreen un buen vino y dialoguen sobre este camino. En ese deseo sinodal de escuchar a todos los bautizados, los sacerdotes, diáconos y consagrados, también están llamados a salir de sus propios mundos, grandes o pequeños, e integrarse a este deseo de vivir con mayor alegría y autenticidad el Evangelio, hacerlo vida.

De la reunión sostenida con el clero habanero se desprendieron varias prioridades del trabajo futuro, como la necesidad de retomar la agenda pastoral diocesana y vicarial, propiciar encuentros diocesanos y espacios de debate que propicien ser una Iglesia donde nos acompañemos como pueblo, donde se comparta la vida y se escuche al hermano. “Una Iglesia a la que le interese y quiera saber lo que viven los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pues nada de sus vidas les puede resultar ajeno”, como expresó una religiosa.

 

Nuevos rumbos en el camino pastoral

“Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos… Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: ‘No te necesito’; y la cabeza no puede decir a los pies: ‘No los necesito’. Sino todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios” (1 Corintios 12. 12-14,19-22).

El texto es una invitación sinodal, que nos recuerda que todos estamos llamados a participar en la vida y misión de la Iglesia. De lo contrario, cualquier acción, gesto… quedará reducido a una intención piadosa, como nos ha recordado en varias ocasiones el Papa Francisco. Es importante una participación real de todos los bautizados. Y con ese ánimo también se reunieron las comisiones pastorales de la Arquidiócesis. Con el encuentro, el primero que se tuvo después de la pandemia, las distintas comisiones expusieron el estado en que se encuentran y los pasos que discretamente han ido dando en esta etapa de retornos.

Desde cada pastoral, se pensaron sueños en voz alta, que en su mayoría apuntaron a la necesaria renovación o reanimación de sus estructuras para tener una Iglesia más fortalecida, con mejores familias, mejores jóvenes, mejores catequistas, mejores religiosos, mejores laicos y mayor número de vocaciones.

Una opinión coincidente fue retomar la celebración de la asamblea diocesana de pastoral, la cual deberá hacerse eco de lo expresado en el proceso sinodal, con vistas a planificar el año pastoral 2022-2023. Con las particularidades y objetivos de cada comisión, se insistió en crear una pastoral de conjunto para conformar una agenda diocesana que nos coloque ante la aventura del camino, dispuestos a emprenderlo juntos.

Invitándonos a una participación real de todo el Pueblo de Dios, el Papa Francisco nos ha insistido en la necesidad de que cada bautizado se sienta partícipe y corresponsable de la vida y la misión de la Iglesia. Como bien asegura el padre jesuita Raúl Arderí, miembro de la comisión arquidiocesna del Sínodo, “sabemos que las decisiones finales del Sínodo corresponden a los líderes de la Iglesia y especialmente al Papa, pero ello no anula el valor de los participantes en el diálogo, en particular, de los laicos y los especialistas en las cuestiones que se discuten”. Mucho se ha dicho con valentía y mucho también se ha escuchado con humildad. El proceso sinodal, hasta la fecha de este reportaje, ha sido una oportunidad para crecer como comunidad de hermanos y dar testimonio ante el mundo. De nosotros también depende que lo vivido durante esta etapa diocesana no sea letra muerta y lo sepamos asumir todos los días como parte de un estilo sinodal que siempre nos acompañe.

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