Cosas de Cura (II)

Por: ONITOAN

padre jesuita José Manuel Miyares Rodríguez

“Ay, mi Dios y mi Señor, ¿cuándo llegaremos al cielo?”

Así decía con frecuencia el padre jesuita José Manuel Miyares Rodríguez (1924-1986) cuando el trabajo lo tenía muy agitado, cosa que habitualmente le ocurría, pues era hombre de muchas ocupaciones.

Delgado, quizás demasiado delgado, caminaba con mucha rapidez, hoy diríamos que era hiperquinético. Siempre estaba resolviendo problemas a los demás. Alguna vez lo calificaron de “pupila insomne”; lo cierto es que se dormía hasta en las concelebraciones de la catedral.

De fácil verbo, era solicitado para sermones y para dirigir retiros espirituales. Era el sacerdote más popular en La Habana durante las décadas del sesenta, setenta y ochenta. Director espiritual de muchos laicos comprometidos, que lo buscaban con avidez. Consultor obligado de sacerdotes. Pero… ¿cuándo descansaba el padre Miyares? Cuando dormía por la noche, porque siempre estaba en actividad.

Su cabellera, con canas desde la juventud, con gran rapidez se fue tornando blanca. No podía estar tranquilo. Entró en la Compañía de Jesús en 1943 cuando cursaba el tercer año de Ingeniería. Estudió Filosofía y Teología en la Universidad Pontifica de Comillas, Santander. Después pasó por centros jesuíticos en Toronto, Canadá, y en Baton Rouge, en la Luisiana. Ordenado sacerdote el 31 de julio de 1957 volvió a Cuba para hacerse cargo de un proyecto de universidad politécnica que los jesuitas querían hacer en los terrenos del Colegio de Belén, en Marianao. En esto lo sorprendió la ley de Nacionalización de la enseñanza en Cuba (1961) y optó por dedicarse completamente a la actividad pastoral.

Superior de la comunidad de la Compañía de Jesús en Cienfuegos y ante la escasez de clero, tuvo que ocuparse de todos los pueblos del sur de ese territorio. Contó alguna vez que en un día hizo, aproximadamente, novecientas confirmaciones en Trinidad. En 1964 fue nombrado Superior de los jesuitas en Cuba, responsabilidad en la que estuvo hasta 1971. Al mismo tiempo era rector de la iglesia de Reina en La Habana. Después, rector del Seminario San Basilio Magno, en Santiago de Cuba. Como él decía entonces: “rector de un seminario sin seminaristas”. Y en mayo de 1973, lo nombraron rector del Seminario San Carlos y San Ambrosio de La Habana, donde había alrededor de setenta seminaristas. Muchos lo recuerdan trabajando como uno más en la etapa de trabajo productivo a la que iba el seminario cada curso. El julio de 1977 terminó, de manera inexplicable, su rectorado en San Carlos, y la Compañía de Jesús lo nombró con rapidez Superior en Cuba.

En agosto de 1979 fue llamado nuevamente por los obispos cubanos para que asumiese el rectorado del Seminario San Carlos y San Ambrosio, sin dejar de ser Superior de los jesuitas en Cuba. En 1981, después de servir a la Iglesia en el Seminario, continuó al frente de la Compañía hasta 1986. Por esa fecha, la sede arzobispal habanera se encontraba vacante por la renuncia de Mons. Francisco Oves. El nombre del padre Miyares circulaba como un posible candidato. Sin dudas, hubiera sido un gran arzobispo de La Habana, pero su ejecutivo quehacer eclesial no estuvo exento de críticas y desconfianzas injustificadas. Ello puede explicar por qué se cerró el paso al que mejor lo hubiera hecho, según el criterio de algunos.

Cuando finalizó como superior de los jesuitas, fue enviado a pasar un cursillo de Teología Moral en Bogotá, Colombia. Después regresaría a Cuba.

Todo esto explica por qué el padre Miyares repetía con fecuencia “Ay, mi Dios y mi Señor, ¿cuándo llegaremos al cielo?”. Veía al cielo no solo como la eterna felicidad, sino también como el estado donde descansar al fin de todos los quehaceres de este mundo. No he conocido en mi vida persona que haya tenido un espíritu más fiel a la Iglesia que el padre Miyares. Asimismo, es el sacerdote más grande que he conocido en mi vida. Ni igual ni más que él. Nos dejó el ejemplo de haber sufrido mucha incomprensión de parte de la jerarquía eclesial y continuar sirviendo a la Iglesia.

En la víspera de Pentecostés, el 17 de mayo de 1986, murió trágicamente en un accidente automovilístico cerca de Bogotá, junto al conductor del vehículo, a quien le sobrevivió su esposa que también viajaba junto a ellos. Y entonces, al fin, pudo descansar el padre Miyares.

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