De palacio del conde Drácula a iglesia de esperanza

Por: Mario Vizcaíno Serrat (mvserrat@gmail.com)

Iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén
Iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén

La iglesia Santa Cruz de Jerusalén, en el municipio habanero de Playa, es otra desde que un equipo de arquitectos, carpinteros y restauradores la rescató de las ruinas y el olvido y le devolvió su esplendor

Ahora parece un nuevo templo. El español Javier Muriel, el primero de dos arquitectos que tuvo la obra, afirma que pasó de ser un palacio del conde Drácula a una iglesia para la esperanza.

“Había bastantes patologías debido a la salinidad del ambiente de la ciudad. La corrosión del acero era tremenda, sobre todo de la cúpula y algunas zonas de pilares de las columnas”, explica.

El arquitecto español Javier Muriel nunca olvidará el estado deplorable de la iglesia Santa Cruz de Jerusalén, en el municipio de Playa, en La Habana, cuando se puso al frente del equipo de albañiles, carpinteros y restauradores que tenían el encargo de rescatarla de las ruinas.

“Había bastantes patologías debido a la salinidad del ambiente de la ciudad. La corrosión del acero era tremenda, sobre todo de la cúpula y algunas zonas de pilares de las columnas”, explica.

Perteneciente a la Orden de Frailes Menores, en ochenta y seis años ese templo apenas había recibido un mantenimiento adecuado. A pedido de los padres franciscanos de Santa Cruz de Jerusalén, mereció una asistencia material de Adveniat, una organización de los católicos en Alemania que ayuda a las personas en América Latina y el Caribe.

Muriel, miembro del Movimiento de los Focolares, que surgió en 1943 y fue aprobado oficialmente en 1962 con el nombre de Obra de María, encontró la fachada principal y la torre corroídas, y como carecían del andamiaje correcto para llegar hasta arriba, contactaron con un grupo de alpinistas. Aprovecharon para cambiar la cruz del campanario, también en muy mal estado, y le aplicaron una pintura de acabado que ayudase a la transpiración, debido al clima muy húmedo de Cuba. “Si aplicas una pintura plástica termina levantándose”, aclara el arquitecto.

Tanto Muriel, como el resto del equipo, del que asegura estar agradecido por su rigor, tuvieron muchas dificultades para adquirir los materiales necesarios, incluso algunos los importaron de España.

“La cruz de remate estaba en un estado de oxidación tal, que peligraba su caída de la propia estructura, entonces lo que hicimos con los alpinistas fue desmontarla, y los jóvenes de la Sociedad de responsabilidad limitada Gritos, un grupo de artistas restauradores, ayudaron a recomponer las terminaciones ya desaparecidas, así como toda la carpintería y el rosetón, que hace años fueron tapiados al perder los cristales”, cuenta Muriel por teléfono desde México, adonde los Focolares lo enviaron a trabajar en otra iglesia antes de que pudiera terminar en la de La Habana.

Con anterioridad a la “salvación” de Santa Cruz de Jerusalén, Javier Muriel, de cuarenta y seis años de edad, había encarado como arquitecto jefe de obra la construcción de una iglesia dedicada a San Juan Macías en el barrio de La Mejostilla, en Cáceres, su ciudad natal, perteneciente a la comunidad autónoma de Extremadura.

En cuanto a la cruz, reinterpretaron y cambiaron algunos elementos para reforzarla, incluidas las terminaciones, que rediseñaron e incluso pintaron de otro color los remates para destacar la intervención. Aunque el diseño de la cruz no cambió, la esmaltaron de negro y dieron dorado a las terminaciones, como símbolo de la Trinidad.

“La gente del barrio ayudó con la elección de los colores de las paredes, cuyos tonos rosa y azul no ayudaban a destacar los vitrales cuando recibían la luz solar. Entre todos, escogimos colores claros, que son más efectivos tanto para reflejar la luz como para destacar el colorido de los vitrales”, recuerda el arquitecto español, quien vio la reinauguración de la iglesia, una vez terminada, en un video que le enviaron desde Cuba.

“El cambio fue espectacular. Antes la iglesia parecía como un palacio del conde Drácula, la verdad, tú mirabas aquella edificación de noche y te asustabas”, bromeó por teléfono con Palabra Nueva.

Un problema muy grande —recuerda Muriel— era que cuando llovía, el agua se almacenaba en la parte inferior de los óculos y podría la madera, de modo que ideamos una pieza para que escapara. Fueron muchas las invenciones tanto de los carpinteros como de los albañiles.

Uno de los detalles más brillantes de la restauración de la iglesia, entre julio de 2021 y agosto de 2022, fue la puerta principal, de la que “rescatamos la textura de la madera original, pero quitando capa por capa toda la pintura de las veces que había sido pintada, que es un trabajo muy arduo, hasta alcanzar el tono de la madera, pero sin barnizar”, se jacta Muriel con orgullo profesional.

Casi antes de concluir el diálogo con Palabra Nueva, rescata algo del olvido: “Y construimos una rampa para las personas de movilidad reducida o discapacitados”.

Un regalo de Dios

Cuando el arquitecto español fue designado para trabajar en una iglesia en México no lo pensó dos veces y le pidió a una amiga y colega cubana que lo sustituyera. Por su cercanía con los Focolares, ella había estado al tanto del trabajo de Muriel, sin imaginar que se quedaría al frente del equipo. Es así como Leana Lobaina, con treinta y tres años, se ve por primera vez dirigiendo la restauración de una iglesia, algo que había soñado desde que estudiaba arquitectura en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba.

“Yo había visitado la obra varias veces y me fui enamorando de todo aquello. Así que quedarme como arquitecta principal de la restauración de una iglesia fue un sueño hecha realidad, y que haya sido la Santa Cruz de Jerusalén fue, de verdad, un regalo de Dios. Imagínese que soy católica desde niña, como el resto de mi familia, y durante años había visto desde fuera la remodelación de templos”.

Leana llega a Santa Cruz de Jerusalén, en las calles 66 y 17, cuando el proceso está bastante avanzado. “Yo comienzo con la reparación del interior, las fachadas laterales y la zona del patio, donde se incluyó la construcción de un baño para la comunidad. Trabajé en la pintura, el pulido de los pisos, los detalles de la carpintería, de la que ya se había hecho gran parte, pero faltaban la macilla, la limpieza de los vitrales, la ornamentación del interior de la iglesia, que fue complicada, sobre todo la cúpula, por la altura y el andamio, que tuvo que armarse en una posición incómoda para esos obreros, a pesar de su experiencia en la restauración de iglesias”, explica.

“También —sostiene— nos ocupamos de los óculos, que son vitrales también y van encima de cada ventana de las fachadas laterales, algo que necesitó mucha precisión al reparar esas piezas con forma de circunferencia y volver a conformar las jambas y la marquetería, las piezas circulares, todo con mucha precisión. Además, fue complicada la tarea de los vitrales que están encima de la cúpula y la marquetería y el rosetón de la fachada, que fue de las primeras cosas en ser restauradas, la madera estaba en muy mal estado, y muchas de las piezas tuvieron que hacerlas nuevas”.

¿Cómo fue tu relación con el resto de los trabajadores?, indaga Palabra Nueva mientras conversan en una de sus oficinas, en el Centro Cultural Padre Félix Varela.

“Fue muy buena, trabajamos en equipo, pues como nos conocíamos de cuando yo visitaba la obra, fue fácil que me vieran como la continuadora, incluso yo había hablado con ellos en algunas ocasiones”.

“Entre los detalles importantes que discutimos estuvieron los colores de la pintura que utilizaríamos en el presbiterio y de las bases donde serían colocadas las imágenes. Tanto la brigada constructiva como los carpinteros están bien preparados. Fueron muy responsables en el tiempo de las fases del trabajo, cosa muy buena para el arquitecto. Los constructores y los carpinteros son profesionales de distintas esferas, hay restauradores y artistas graduados de San Alejandro. Da gusto trabajar con todos ellos”, destaca.

“El equipo rescató y restauró una cruz de mármol que había formado parte de unos barandales que tuvo el presbiterio, así como el ambón, después de una discusión sobre cómo colocarlo, pues su base debía sostenerlo de manera segura, la cruz pesa bastante”.

Graduada como arquitecta en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, Leana hizo su servicio social en una empresa constructora, y después regresó como profesora de Proyectos, la asignatura principal, a la propia universidad, hasta el año 2018, cuando se mudó a La Habana.

 

Un padre irlandés toca las campanas

Proveniente de Irlanda, el padre Gearóid Francisco Ó Conaire, OFM llegó a La Habana hace cuatro años y medio como fraile misionero, tras responder “sí” a una llamada de los franciscanos ante la casi nula presencia de frailes cubanos.

“A mí me pidieron asumir la parroquia Santa Cruz de Jerusalén. El convento es nuestro, pero, ante la falta de frailes cubanos, y por obvia necesidad de tener donde vivir, el Movimiento de los Focolares asumió la edificación”, explica el sacerdote en un español bastante entendible, aprendido durante su misión en El Salvador, cuando el conflicto armado que sacudió al país entre 1979 y 1992.

“Al llegar aquí, me di cuenta de que esta iglesia, como muchas cosas en Cuba, se estaba cayendo. Yo me encontré con un sistema eléctrico de 1935, de manera que lo primero que me propuse cambiar fue esa cablería, pues pensé que alguna mañana nos despertaríamos con la iglesia quemada, y en lugar de rehabilitarla íbamos a tener que rehacerla. Entonces, comenzamos a hablar con los frailes sobre una reparación necesaria. Con el apoyo del cardenal, el arzobispo de La Habana, Mons. Juan García, hicimos los trámites de la petición de ayuda y recibimos una cantidad de dinero, aunque mucho menos que lo pedido y esperado”.

El fraile irlandés explica que todo resultó muy difícil al principio, en medio de la epidemia de COVID. Adveniat aclaró que no estaban atendiendo ningún proyecto de América Latina, excepto en Cuba, por las malas condiciones de muchas iglesias en la Isla.

Algunos artistas graduados de artes plásticas que estaban sin trabajo conocieron a Javier Muriel, quien se los presentó a Francisco, y comenzaron a restaurar las ventanas, una por una, aun cuando el presupuesto no incluía dinero para la carpintería. “Y comenzaron a trabajar con un amor y una capacidad admirables”, dice el fraile irlandés.

Y prosigue: “Yo le dije al cardenal, durante la inauguración de la obra, que habíamos sido bendecidos por la presencia de esos jóvenes carpinteros, restauradores y albañiles, personas honestas con vocación de trabajo. Antes de que ellos aparecieran, yo había tratado de reparar las sillas metálicas, busqué a una persona para eso, pues según ella, podía conseguir los materiales, y luego de tres meses, me devolvió el dinero sin poder comprarlos. Luego hice lo mismo con otra persona, y meses después, también me devolvió el dinero. Yo creo que esto fue una inspiración que me dio el Señor, que aumentó mi aprecio por estos trabajadores que finalmente conseguimos”, apunta y suelta una carcajada, y otra más estentórea, y luego cuenta a Palabra Nueva que él mismo se preguntaba: “¿Te imaginas seis meses buscando materiales y que no aparezcan siquiera para empezar?”.

De acuerdo con Gearóid Francisco, miembros de la comunidad católica y vecinos del barrio contribuyeron con cantidades de dinero, según sus posibilidades, y aunque no fue una suma grande, comparada con el presupuesto, “me sorprendieron esos gestos, dadas las condiciones materiales de la gente en las circunstancias de la COVID”, advierte, echado hacia delante en una butaca en su casa, al lado de la iglesia.

El párroco, que la tarde de la entrevista viste pulóver y bermudas, y calza unas sandalias, aclara que el enfoque de su misión hasta ahora no había sido el de construir o restaurar una iglesia, “pero estábamos en COVID y me pregunté: ¿qué podemos hacer? Podemos construir, me respondí. El enfoque que me gusta promover es una iglesia del pueblo de Dios, una comunidad viva. Es la misión de nosotros”.

De mirada viva, hombre fácil para la risa, el fraile de Santa Cruz de Jerusalén está feliz con la restauración. “Tener una iglesia así, bonita, en medio de una situación económica como la que presenta Cuba, es un signo de esperanza, de que hay posibilidades futuras, de que sí podemos construir algo, hacer algo. Esto ha devuelto un sentido de orgullo al pueblo que acude a la iglesia, e incluso la gente del barrio siente que la iglesia está viva. Eso, a pesar de que la mayoría de la gente que viene es anciana. Tenemos pocos jóvenes y niños”.

“Un día, sentado aquí, en el portal, vi pasar a un matrimonio con tres niños, dos muchachas y un varón, y éste se detuvo frente a la iglesia y les dijo a los demás: ¡qué bonita la iglesia!, después dijo: ¡qué bonita mi iglesia!, y terminó: ¡qué bonita nuestra iglesia! Y hace solo tres meses, logramos hacer sonar una de las cuatro campanas del templo, después de veinte años de silencio. No fue posible con la restauración. Y cuando la gente escuchó el repique, fue impresionante su reacción de alegría. Hay vecinos que nunca habían escuchado sonar una de esas campanas”.

 

¿Quiénes hacen sonar las campanas? 

“Al principio, antes del problema con el poste, unos señores de enfrente venían y las hacían sonar, pero, como estamos en un proceso sinodal, y comienzo la misa a las ocho de la mañana, pues las pongo a sonar yo mismo. No tengo ningún problema con eso, lo hago y ya, pero… ¡está en el plan pastoral que alguien me suene las campanas!, y ahora su risa es más fuerte que nunca, y retumba entre las paredes.

Como es fácil de comprobar, Gearóid Francisco Ó Conaire es un sacerdote de estos tiempos, de los que desea el Papa Francisco para la Iglesia católica en el mundo, necesitada de una relación más fructífera entre laicos y religiosos. Por eso, el padre irlandés fue a ver a las autoridades del Poder Popular del municipio Playa y los instó a que gestionaran el asfaltado de la calle frente a la iglesia.

“Les expliqué que tenemos una iglesia bonita, que luce a kilómetros de distancia y por eso, hace resaltar la fealdad de la calle. Les pedí que hicieran algo, les dije que el cardenal vendría a la inauguración. Y me dijeron que harían el esfuerzo y de hecho alguien vino y midió y me aseguraron que eso estaba en los planes, pero se dificultaba por la escasez de materiales. Voy a tener que ir a recordarles el asunto, a ver qué se puede lograr”.

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