El padre Felipe Rey de Castro y la Agrupación Católica Universitaria

Por: Dr. Roberto Méndez Martínez

Sede ACU San Miguel y Mazón
Sede ACU San Miguel y Mazón

aliosha@cubarte.cult.co.cu

Cuando el joven sacerdote jesuita Felipe Rey de Castro (Brion, Galicia, 8 de noviembre de 1889-La Habana, 12 de febrero de 1952) llegó a La Habana en 1925, destinado al Colegio de Belén, con el cargo de Prefecto de Disciplina, llevaba consigo una excelente formación dentro de la Compañía, que incluía no solo los habituales ciclos de Filosofía y Teología en España, sino cuatro cursos de Teología en el Ignatius Colleg de Valkenburg-Limburg, Holanda, entre 1920 y 1924, en los que coincidió con estudiantes de otras naciones que se destacarán en el campo de la teología, la espiritualidad y el pensamiento social, como Erich Przywara, Hugo Rahner y Gustav Gundlach. En total habían transcurrido dieciséis años desde que entrara al noviciado en Carrión de los Condes, hasta concluir su tercera probación en la Santa Cueva de Manresa.

El religioso mostró enseguida sus dotes de pedagogo. Descubrió, desde su cargo, que la institución habanera, aunque estrenaba un magnífico edificio, continuaba con sus métodos tradicionales. La disciplina se imponía a fuerza de vigilancia y castigos. Los estudiantes cumplían sus obligaciones por temor, lo que sofocaba cualquier iniciativa e inhibía su desarrollo personal. No era raro, pues, que al concluir sus estudios allí no solo se alejaran del Centro, sino que muchos se apartaran en la universidad de la práctica religiosa.

Por eso decidió tener una experiencia nueva con estudiantes del cuarto año de bachillerato, destacados por su rendimiento intelectual, su buena conducta y su fervor religioso. Predicó para ellos los Ejercicios ignacianos, compartieron juntos la eucaristía dominical y les ofreció pláticas formativas. Allí estaba la semilla de una singular congregación mariana.

No hay que olvidar que el padre Rey, en sus años de estudiante, había formado parte de las congregaciones marianas en los colegios por los que pasó y que se destacó en ellas por su fervor. Había tenido la experiencia positiva de fortalecer su piedad con la devoción a la Madre del Redentor, pero también había comprobado la tendencia de muchos de los congregantes a sumergirse en un pietismo que los alejaba de cualquier tipo de apostolado social.

Fue concibiendo, en cambio, una asociación donde los jóvenes, bien preparados en lo espiritual, lo estuvieran también en lo intelectual, de modo que al concluir sus estudios universitarios no fueran solamente católicos cumplidores de los preceptos, profesionales capacitados y buenos padres de familia, sino que estuvieran listos para una labor apostólica en la sociedad, donde se manifestarían como líderes selectos, presentes en los campos de la ciencia, la educación, el periodismo, la política.

Es muy probable que en estas ideas influyera otro sacerdote jesuita, que Rey de Castro debió conocer, o al menos leer sus escritos, en sus años de estudiante, el P. Ángel Ayala y Alarcó, quien a partir de la Congregación mariana Los Luises de Madrid, eligió a un grupo de miembros notables para fundar, en 1908, la Asociación Católica de Propagandistas. Se trataba de lo que llamaría “la formación de selectos” que definía como “la producción de hombres notables por su influjo religioso, social o político” y que debían ser formados rigurosamente para ocupar posiciones de liderazgo en todos los ámbitos de un país.

Apenas pudo el maestro echar los cimientos de su obra. En el verano de 1927 fue trasladado a España y dejó a cargo del grupo a un joven aventajado procedente de Pinar del Río: Juan Antonio Rubio Padilla, quien preservaría la planta recién nacida de los vendavales que azotarían la Isla: la dictadura de Machado, la crisis económica, el escepticismo de muchos que le rodeaban. No solo mantuvo encendida la pequeña llama de los congregantes, sino que abogó con energía ante las autoridades de la Compañía por el retorno del fundador, lo que solo pudo lograr en marzo de 1931. Y en ese mismo mes, el día 4, apenas desembarcado en el país, Rey de Castro declarará fundada la Agrupación Católica Universitaria.
En ese año escribiría:

“La A.C.U. es una institución de catolicismo práctico y apostólico fundada para la más completa formación moral e intelectual de sus miembros. […] Su objeto es agrupar estudiantes católicos de Cuba para su más completa formación religiosa y social, y para la propaganda católica”.1

Como afirma Manuel Hernández en su libro ACU: Los primeros cincuenta años, a fines de 1931 “todos los agrupados apenas bastan para llenar un banco de la Iglesia de Reina los domingos por la mañana”,2 pero esto no desanima al jesuita, que ha definido a la Agrupación con la palabra “élite”, porque no deseaba formar a una amplia masa, sino a aquellos que por su jerarquía intelectual, su liderazgo, su autoridad moral y su profunda vida espiritual, pudieran tener una influencia rectora en el futuro de Cuba.

El 3 de enero de 1932, diecinueve aspirantes fueron consagrados como nuevos agrupados en una ceremonia celebrada en la parroquia del Sagrado Corazón de Reina y se unieron al grupo inicial.
Desde el inicio, el fundador exigió a los agrupados ser apóstoles en todas las circunstancias, atender a su formación en materias profesionales y en las propias de la fe y cultivar la riqueza de la vida interior. En resumen, era formar a una cierta cantidad de seglares con la impronta de la espiritualidad ignaciana.

Fue muy crítico a la hora de seleccionar a los aspirantes, rechazaba a los frívolos, a los mediocres en el estudio, a los débiles de carácter, a los sospechosos de “beatería”. Exigía que los aceptados hicieran los Ejercicios espirituales una vez al año, además de un retiro mensual, compartieran en común la misa dominical y el desayuno posterior, a lo que se agregó la Guardia de honor mariana de los sábados, con rosario y plática por el director. Estableció cursos para ellos con materias como Apologética, Sagrada Escritura, Liturgia, Psicología y Ética.

Era muy exigente con la preparación de los miembros y retardaba enviarlos al mundo antes de que estuvieran adecuadamente formados. En especial, hizo lo indecible para que no entraran de forma directa en la actividad política hasta que no tuvieran madurez probada. En esto último tal vez influyó su apreciación crítica del error del P. Ayala, cuando enfocó su Asociación como una tropa destinada a cuestionar y enfrentar el gobierno de la República española, lo que ocasionó la persecución y dispersión de sus miembros, sobre todo en los años de la Guerra civil.

Pronto dentro de la Agrupación florecieron empeños intelectuales como la Academia de Lenguas y Comercio, la Academia Literaria Heredia, el Círculo Periodístico y el Seminario de Investigaciones Históricas. Hacia 1935 fueron surgiendo, además, círculos que reunían por especialidad a los miembros como el Círculo Médico, el Jurídico y el de Ciencias Comerciales.
El filólogo y diplomático José María Chacón y Calvo asistió por aquellos años a una de las Asambleas Apostólicas de la Agrupación. Años después recordará:

“No era la maestría que demostraban los jóvenes oradores, graduados o próximos a graduarse, ni la seriedad, la trascendencia de los temas lo que más me impresionó aquella noche. Era algo que flotaba en el ambiente y que pregonaba la entrañable unidad de los maestros y de los discípulos, un verdadero sentido de hermandad profunda que me hacía recordar las palabras de las Actas de los apóstoles (cap. IV, versículo 32): ‘Toda la multitud de los fieles tenía un mismo corazón y una misma alma…’”.3

En los primeros años, el gran sueño del P. Rey era “la conquista de la Universidad”, es decir, lograr que ese centro laico, donde predominaban el agnosticismo y el anticlericalismo, viera ocupadas sus principales cátedras por asociados. Esto no fue posible, a pesar de que algunos agrupados ganaron oposiciones para ellas, porque el carácter del centro continuaría siendo mayoritariamente laicista. Entonces su idea fue más amplia con aquella especie de lema que rezaba “en cada primer puesto un agrupado”.

Sin embargo, aquella agrupación selectiva, aquella élite espiritual no se destacaría por su número, sino por su valor cualitativo. Así lo destaca el padre Llorente, en 1962, en una homilía dedicada a la memoria del fundador:

“Nos hacíamos aquellas tres preguntas: ‘¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?’. Esta última pregunta siempre nos dejaba una angustia en el alma, un deseo de hacer algo extraordinario, de hacer algo difícil, algo que saliera de lo normal. Ya nos parecía que era poco haber llevado a la universidad un catolicismo vivo. El que hoy se estimase en una universidad de La Habana, donde antes se tomaba a risa la religión y el catolicismo, se estimase de tal manera ya nuestro catolicismo que se mantuviese como una tesis normal.

”El que un joven podía ser casto, en que un joven podía ser moral, en que un joven podía guardar perfectamente los Mandamientos y ser mejor estudiante y más varonil que nadie. Inclusive llegamos a conseguir con naturalidad una cosa que hace 25 o 30 años hubiera sido inconcebible, que en la Universidad de La Habana se pospusieran exámenes, se cambiaran exámenes, fechas de exámenes, porque había un grupo numeroso de alumnos que iban a Ejercicios Espirituales. Eso se había logrado”.4

La vida espiritual no excluía sino impulsaba una extensa labor de servicio al prójimo, como demostraron la escuela nocturna para obreros establecida en la parroquia de Reina, las visitas mensuales al Hospital de leprosos del Rincón y la impartición de clases de catecismo en el Reformatorio para menores de Torrens. Sin embargo, la más notoria de sus labores fue el trabajo social realizado en el barrio marginal Las Yaguas, donde se fundaron una capilla y un dispensario, se impartieron clases de enseñanza general a grupos de niños y adultos, a la vez que se les socorría en casos de desastres naturales.

Inauguradores del Colegio de Belén
Inauguradores del Colegio de Belén

Hacia 1947, el padre Rey sugirió a la pedagoga camagüeyana Rosalba Robert, esposa de uno de los miembros fundadores de la ACU, el prestigioso médico Dr. Armando Ruiz Leiro, fundar la congregación Rosa Mística, que agrupara a muchachas católicas estudiantes. Comenzó con algunas discípulas suyas del Colegio Baldor en el Vedado, en una casa alquilada cerca de este, pero tiempo después se trasladó a otra más próxima a la Universidad. Las congregantes debían asistir diariamente a misa, rezar el Rosario y participar en pláticas espirituales, ejercicios ignacianos, conferencias formativas y actividades de carácter apostólico. Ellas fortalecieron la presencia católica femenina en los centros de enseñanza. Asistían a las principales actividades públicas de la ACU, con la que mantuvieron una estrecha relación.5
A fines de 1939, ya la ACU se hacía sentir en el ambiente público por su activa participación en los mítines “Pro Patria y Reafirmación Nacional”, en defensa de la enseñanza privada frente a algunos delegados de partidos electos para la Asamblea Constituyente que amenazaban con proscribirla en la nueva Carta Magna. Sin embargo, en el terreno de la política positiva no fueron muchos los agrupados que pudieron ocupar cargos notables, con la excepción de Rubio Padilla, que fue Ministro de Salud durante el gobierno de Carlos Prío y la elección de Ángel Fernández Varela como representante a la Cámara.
Otros no pudieron acceder a posiciones semejantes, porque su talante no encajaba con las habilidades y frecuentes corruptelas de la política práctica. Sin embargo, influirían de otro modo en la sociedad, desde la enseñanza. José Ignacio Lasaga, un auténtico erudito en filosofía y psicología, fue nombrado en abril de 1961 profesor de la Universidad de La Habana, era el primer agrupado que accedía a una cátedra. En 1956 ya poseían plazas docentes ocho agrupados en el alto centro habanero, dos en el de Santiago de Cuba y dieciséis en la Universidad Santo Tomás de Villanueva.

Cuando el RP Rey de Castro pasó a la Casa del Padre, el 12 de febrero de 1952, en la propia sede de la agrupación en San Miguel y Mazón, la ACU había crecido y se había consolidado a lo largo de veinte años de trabajo. De los frutos nacidos de su labor daban fe el impresionante número de asistentes a su sepelio, no solo sacerdotes y miembros de congregaciones religiosas, sino figuras destacadas del mundo intelectual, políticos, comerciantes, hacendados; en los principales diarios de la ciudad se publicaron esquelas y notas necrológicas. A pesar de la advertencia de no enviar flores a los funerales, debió ser colocada en lugar de honor una cruz formada por rosas blancas, remitida por los agradecidos pobladores del barrio Las Yaguas. También los pobres lloraban el deceso del venerable jesuita.

Le sucedería el P. Amando Llorente, quien llevaría adelante nuevos empeños, como la edificación de la gran Casa Universitaria —hoy Facultad de Psicología—, la Casa de Ejercicios Pío XII en La Coronela, la celebración de los grandes Vía Crucis los Viernes Santos en El Calvario, la publicación sistemática por su Buró de Información y Propaganda de folletos sobre temas de Doctrina Social, Apologética, Eclesiología y Sociología, entre otros, y la ejecución de las dos grandes investigaciones sociales cuyos resultados aún se consultan: una sobre los sentimientos religiosos del cubano y otra sobre las condiciones de vida del campesinado en la Isla.

Foto despedida duelo de padre Felipe Rey de Castro
Foto despedida duelo de padre Felipe Rey de Castro

Hoy, a la distancia de varias décadas, tras el Concilio Vaticano II y la ola de renovación eclesial que trajo consigo, así como las circunstancias particulares de la Iglesia en Cuba, no sería factible reproducir o imitar los mismos conceptos y métodos de la Agrupación, pero será preciso reconocer que el empeño a que dedicara su vida el padre Rey dio muy buenos frutos y merece ser mejor conocido y valorado. Mucho habría que aprender de él para nuestra pastoral universitaria y para los proyectos educativos que se promueven entre nosotros.

Notas
Miguel Figueroa y Miranda: Historia de la Agrupación Católica Universitaria (1931-1953), Agrupación Católica Universitaria, Miami, 2018. Versión digital. Capítulo “El pensamiento”, p. 32.
2 José Manuel Hernández: ACU, los primeros cincuenta años, ACU, Miami, 1981, p. 13.
3 José M. Chacón y Calvo: “La muerte del padre Rey de Castro”. Diario de la marina, viernes 15 de febrero de 1952. Recorte en álbum “Muerte del P. Rey de Castro”, sin número de página. Colección facticia, Archivo de la ACU, Miami.
4 RP Amando Llorente SJ: Homilía sobre el P. Rey de Castro (1962). Archivo grabado en cinta magnetofónica, en los fondos de la ACU en Miami. Transcripción digital en el archivo del autor.
5 Blanca Antón: Rosa Mística. Testimonio fechado el 27 de octubre de 2021. Ejemplar digitalizado en el Archivo de la ACU.

Faccia il primo comento

Faccia un comento

L'indirizzo email non sarà pubblicato.


*