Cosas de cura

Por: ONITOAN

“Corre, hijo Yoyo, que matan a tu padre”
Quien esto dijo fue el padre Miret cuando los hechos de la llamada Guerrita de agosto en 1906. Como sabemos, los alzados se oponían a la reelección de Don Tomás Estrada Palma como presidente de la República. El padre Miret era uno de los opositores.
La anécdota completa es así: se hallaba el padre Miret celebrando la misa, en Latín, como era entonces. Le anunciaron a su sacristán, llamado Yoyo, un negro todavía joven, que venían a apresar al cura. Yoyo se acercó al altar y hablando como si contestara en Latín a la misa, le comunicó el aviso al sacerdote. Este apuró la celebración, y cuando la concluyó, se quitó con rapidez los ornamentos y montándose en su caballo junto al sacristán que iba en otra bestia, le dijo: “Corre, hijo Yoyo, que matan a tu padre”.
Era el 19 de agosto de 1906, fecha en la que el padre Miret se uniría a la tropa de los alzados. Por haber abandonado su parroquia y haberse ido con los alzados, el padre Miret fue suspendido “A Divinis” por el obispo de La Habana. Esta suspensión es la máxima pena eclesiástica que se le puede imponer a un sacerdote y consiste en que no puede celebrar los siete sacramentos, únicamente en caso de que una persona en extremo de muerte se lo pida o de no encontrarse otro sacerdote en el lugar que pudiese hacerlo.
Sin embargo, el padre Miret se puso de suerte, porque Don Tomás Estrada Palma, acogiéndose a una de las cláusulas de la Enmienda Platt, pidió al gobierno de Estados Unidos lo que se conoce en nuestra historia como la Segunda Intervención (que los americanos no tenían muchas ganas de hacerla pero, a mi juicio, se vieron en las circunstancias de ejecutarla, como resultado de la Enmienda Platt que ellos mismos habían impuesto a Cuba). En consecuencia, el bando del padre Miret había ganado, y sus amigos ganadores suplicaron al obispo de La Habana que levantara la sanción contra el cura alzado.
El padre Miret volvió a su parroquia de San Juan y Martínez, en Pinar del Río. Desde ese momento, el cura se convirtió en el primer cacique político del pueblo. ¿Por qué partido trabajaba sin ser cubano? Unas veces por el Liberal y otras por el Conservador. Todo dependía de quién pagara más. Y siempre ganaba el partido al que ayudaba el padre Miret.
¡Peculiar personaje, cura pintoresco! Del párrafo anterior podría fácilmente concluirse que el sacerdote vivía muy bien y acumulaba mucho dinero. Todo lo contrario. Ya viejo y muy achacoso, le dijo al seminarista Rolando Lara: “Mira estas manos, por ellas han pasado cientos de miles de pesos; no tengo un centavo. El dinero echa a perder a los hombres”.
Todo San Juan y Martínez sabía que el dinero del cura iba a parar a los pobres necesitados, entre los que se encontraba algún que otro delincuente. Al morir, hubo que hacer una colecta entre algunas personas del pueblo para pagar la caja del cura. Años después, el entonces párroco de San Juan y Martínez tuvo la oportunidad entre los papeles acumulados en la parroquia de leer el vale del féretro. Había costado cien pesos: era el más humilde. Sanjuaneros de la época del padre Miret contaban que cuando la caja con el cadáver del cura era sacada del templo, hubo que ponerle las manos por debajo, pues parecía que se desfondaba debido a su mala calidad.
Hace casi cuarenta años, Mons. Evelio Díaz narraba que cuando él subió al púlpito de la iglesia de San Juan y Martínez para pronunciar la oración fúnebre en la misa de cuerpo presente del viejo cura, empezó con las siguientes palabras: “Ha muerto vuestro párroco…”. Y acto seguido, del templo abarrotado de personas, se escuchó un suspiro unánime.
*A esta crónica, continuará una segunda, también sobre el padre Agustín Miret Esquitini, español de nacimiento y cubano por adopción. Fue cura párroco de San Juan y Martínez durante cuarenta y cuatro años.

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