Fiesta del Bautismo del Señor

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

9 de enero de 2022

Fiesta del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, en el que maravillosamente es proclamado como Hijo amado de Dios, las aguas son santificadas, el hombre es purificado y se alegra toda la tierra.

“Miren a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero”.

Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Se oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.

Lecturas

Primera Lectura

Lectura del libro de Isaías 42, 1-4. 6-7

Así dice el Señor:
“Miren a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero.
Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.
No gritará, no clamará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará.
Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará,
hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.
Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano,
te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones.
Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión,
y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas”.

Salmo

Sal 28, 1a. 2. 3ac-4. 3b y 9b-10

R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.

Aclama al Señor, tierra entera, sirvan al Señor con alegría,
entren en su presencia con vítores. R/.

Sepan que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

Entren por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre. R/.

El Señor es bueno, su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R/.

Segunda Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34-38

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Ustedes conocen lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3, 15-16. 21-22

En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías. Juan les respondió dirigiéndose a todos:
“Yo bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él les bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
“Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”.

Comentario

Con esta fiesta del Bautismo del Señor concluimos el tiempo litúrgico de Navidad, mirando de nuevo a Cristo, el Hijo amado del Padre, que se manifiesta en el Jordán como el Ungido de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Su bautismo es una nueva epifanía, manifestación de la divinidad encarnada en la humanidad de Cristo, Dios y hombre verdadero; también esta teofanía del Jordán marca el inicio de su vida pública, hasta su culmen en la Pascua.

Pero, ¿qué había pasado con la vida de Jesús hasta este momento? Da la impresión de que en la liturgia damos un salto enorme desde su primera infancia hasta este momento de madurez e inicio de su ministerio público. La Sagrada Escritura nos habla muy poco, casi nada, de ese período tan largo de la vida de Jesús entre ambos acontecimientos. La tradición sitúa a Jesús en el silencio de la vida oculta de Nazaret, junto a José y María, compartiendo con ellos vida cotidiana y trabajo, aconteceres y circunstancias.

No puede pasar inadvertido para nosotros los cristianos este modo de actuar de Dios. Jesús pasó la mayor parte de su vida, aproximadamente treinta años, en el anonimato, en el silencio, en el trabajo cotidiano, en la vida de un pueblito muy pequeño de la Palestina del siglo I llamado Nazaret; sí, Jesús, el Redentor del mundo, el Verbo encarnado, que desde toda la eternidad había proyectado este momento culminante en la historia de amor de Dios hacia la humanidad. Nos podemos preguntar, ¿por qué Jesús “perdió” tanto tiempo? ¿No podría haber comenzado antes y haber llegado con su predicación y milagros mucho más lejos?

Jesús con ello nos da una gran lección… su ministerio había comenzado ya desde el momento en que nació en Belén… su silencio escondido forma parte de su plan redentor… su anonimato en la vida cotidiana nos ayuda a comprender que también nuestra vida cotidiana es valiosa y redentora a los ojos de Dios, quizás mucho más que brillantes acontecimientos puntuales o decisiones importantes. Con Jesús en Nazaret hemos de aprender a valorar mejor, y comprender desde Dios, lo pobre, lo poco, lo pequeño, lo escondido, lo insignificante, lo intrascendente, lo sencillo, lo cotidiano, lo rutinario, lo que nadie ve ni aprecia, las esperas, los silencios, las soledades, los desiertos, las tempestades, la paciencia, la humildad. La lógica de Dios dista mucho de la lógica humana. La lógica de Dios se llama Nazaret.

Y de Nazaret sale Jesús un día camino del Jordán, consciente de su misión. Él había venido a cumplir la voluntad del Padre con quien íntimamente estaba en comunión por medio del Espíritu. Probablemente de su casa ya faltaba José y tuvo que dejar sola y desprotegida a su madre María, por entonces mujer bastante mayor. Seguramente no resultó nada fácil la partida.

Y se presenta en el Jordán para ser bautizado por Juan. El bautismo de Juan era un bautismo de conversión por el que pasaban todos aquellos que, arrepentidos, pretendían iniciar un nuevo modo de vida más conforme con la voluntad de Dios. Jesús, el Hijo de Dios, no lo necesitaba. Pero quiso ponerse a la cola de los pecadores para identificarse con ellos. Quiso asumir el pecado sobre sí, aunque no había cometido pecado; quiso ser contado siempre, no solo en este momento, entre los pecadores hasta su muerte en la cruz, crucificado entre dos malhechores. Quiso despojarse de su divinidad tomando la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Su abajamiento es tal que hasta Juan quiso impedirlo. De nuevo… la lógica de Dios está muy por encima de la nuestra.

Y al salir del agua se manifiesta su verdadera identidad. Él es el Hijo amado del Padre, ungido con el Espíritu Santo, que asume el pecado de la humanidad para librarnos de él. Él es el siervo de Yahvé del que nos habla Isaías en la primera lectura, el elegido de Dios sobre quien rebosa su Espíritu, que traerá el derecho y la justicia a todos los pueblos, que reconducirá el camino de la humanidad desde su silencio, su amor y misericordia. Él es la alianza de Dios con los hombres, luz de las naciones, que liberará a los ciegos y cautivos, que nos librará de las tinieblas.

Él es el enviado del Padre del que habla Pedro en la segunda lectura, el Señor de todos que viene anunciando la paz de Dios, ungido con la fuerza de su Espíritu, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. Él es el Hijo amado del Padre, en quien se complace, a quien nos invita a escuchar.

Sin duda desde el bautismo de Jesús hemos de repensar el acontecimiento de nuestro propio bautismo y su significado. El bautismo es el sacramento que nos identifica con Cristo, por medio del cual Dios nos libra del pecado, nos unge con su Espíritu y nos mira amorosamente para decirnos también, como a Jesús: “Tú eres mi hijo amado”. El bautismo es el sacramento que nos introduce en la Iglesia, que es el Cuerpo místico de Cristo. Es el sacramento que nos hace hijos de Dios en el Hijo, coherederos de su gloria. Esa es nuestra mayor dignidad y a la vez nuestro mayor compromiso, aprender a vivir como hijos de Dios y, por tanto, como hermanos; y de la mano de Jesús mostrar al mundo el amor del Padre y su victoria sobre el mal. Qué importante es que los cristianos recordemos cada día, en cada lugar y en cada acontecimiento que, por el bautismo, estamos llamados a identificarnos con Cristo, que pasó por el mundo haciendo el bien.

Oración

Contigo quiero, Señor, alcanzar y bajar hacia las aguas del Jordán para sentir que Dios llama siempre a pesar de las dificultades del camino.

Contigo quiero, Señor, dejar la comodidad de mi casa, de mis amigos y trabajos, para empeñarme un poco en aquello que el Evangelio necesita de mis manos y de mi esfuerzo.

Contigo quiero, Señor, renovar mi Bautismo un tanto empolvado por el paso del tiempo. Reavivar mi Bautismo un tanto mortecino. Fortalecer mi Bautismo a veces débil y acomodado.

Contigo quiero, Señor, escuchar mi nombre y una llamada: “Tú eres mi Hijo”. Para que nunca falte en tu causa buenos testigos que pregonen tu Palabra, que pronuncien tu nombre, que den testimonio de tu Reino, que ofrezcan lo que son y tienen y Dios sea conocido, amado y bendecido en las cuatro direcciones del mundo.

Contigo quiero, Señor, renovar, levantar, ilusionar y mejorar, incentivar y alimentar, revitalizar y fortalecer lo que un día, por la fuerza del Espíritu, me hizo hijo de Dios miembro de su pueblo, hijo de la Iglesia, testigo de tu Reino: El Bautismo.

Amén.

(Javier Leoz)

¡Gloria a ti, oh Padre, Dios de Abraham, Isaac y Jacob!

Tú has enviado a tus siervos, los profetas a proclamar tu palabra de amor fiel y a llamar a tu pueblo al arrepentimiento.
A las orillas del Río Jordán, has suscitado a Juan el Bautista, una voz que grita en el desierto, enviado a toda la región del Jordán, a preparar el camino del Señor, a anunciar la venida de Cristo.
¡Gloria a ti, oh Cristo, Hijo de Dios!
Has venido a las aguas del Jordán para ser bautizado por manos de Juan. Sobre ti el Espíritu descendió como una paloma. Sobre ti se abrieron los cielos, y se escuchó la voz del Padre: “Este es mi Hijo, el Predilecto”. Del río bendecido con tu presencia has partido para bautizar no sólo con el agua sino con fuego y Espíritu Santo.
¡Gloria a ti, oh Espíritu Santo, Señor!
Por tu poder la Iglesia es bautizada, descendiendo con Cristo en la muerte y resurgiendo junto a él a una nueva vida. Por tu poder, nos vemos liberados del pecado para convertirnos en hijos de Dios, el glorioso Cuerpo de Cristo.

Por tu poder, todo temor es vencido, y es predicado el Evangelio del amor en cada rincón de la tierra, para la gloria de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, a Él todo honor en este Año Jubilar y en todos los siglos por venir.

Amén.

(San Juan Pablo II, 21 de marzo del 2000, junto al río Jordán)

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