XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

17 de octubre de 2021

Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.

Jesús, Hijo de Dios, ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado.

El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Profeta Isaías 53, 10-11

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
y entregar su vida como expiación:
verá su descendencia, prolongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.

Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.

Mi siervo justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos.

 

Salmo

Sal. 32, 4-5. 18-19. 20 y 22

R/ Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.

Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16

Hermanos:

Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.

No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:

“Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir”.

Les preguntó:
«¿Qué quieren que haga por ustedes?”.

Contestaron:
“Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.

Jesús replicó:
“No saben lo que piden, ¿pueden beber el cáliz que yo he de beber, o bautizarse con el bautismo con que yo me voy a bautizar?”.

Contestaron:
“Podemos”.

Jesús les dijo:
“El cáliz que yo voy a beber lo beberán, y serán bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado”.

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo:
“Saben que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”.

 

Comentario

 

La Palabra de Dios de hoy de nuevo nos invita a poner la mirada en Jesucristo. Nos habla explícitamente de Él. Nos lo propone como modelo de comportamiento y también, y sobre todo, como alguien a quien vale la pena seguir sus huellas, escuchar sus enseñanzas, adoptar sus principios, aprender lo más valioso, lo que sólo en Él podemos descubrir. Ser cristiano consiste en poner a Cristo en el centro de la vida. Por eso es tan importante encontrarnos con Él a través de su Palabra; comprender que la vida cristiana, el día a día de cada uno de nosotros, se fundamenta en el encuentro personal con Él, en la vida de la gracia que nos mantiene en comunión con Él, en la escucha y en la realización de su voluntad sobre cada uno de nosotros. A nosotros los cristianos, no nos basta con creer genéricamente en Dios, porque el Dios vivo y verdadero, el que existe, se nos ha manifestado de manera plena y definitiva en Jesucristo, su Hijo hecho hombre para nuestra salvación. Creemos en Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

En la primera lectura se nos dice que Jesús es el que nos justifica. Tomada del profeta Isaías, es un fragmento del cuarto cántico del Siervo de Yahvé, ese personaje ciertamente misterioso que el mismo Jesús tomó como modelo explicativo de su mesianismo y que los primeros cristianos ya identificaron con Cristo. En pocas líneas nos habla de sufrimiento, de expiación, de fecundidad, de conocimiento y de justificación. Jesucristo mismo con la entrega sufriente de su propia vida expía nuestros pecados, convierte la esterilidad del pecado en fecundidad de gracia y vida nueva, hace brotar la luz en medio de la oscuridad, el conocimiento en medio de la duda y la turbación, y nos hace partícipes de la justicia y santidad de Dios por el perdón de nuestros pecados.

Esta figura del Siervo de Yahvé, tan identificativa de Cristo, ha de ser también signo de identidad de cada uno de nosotros los cristianos. Sin ser masoquistas ni buscar el sufrimiento en sí mismo, no lo podemos rehuir cuando llega, a sabiendas que es camino de expiación, de fecundidad, de conocimiento y santificación cuando se vive en unión con Cristo, como parte de su propia Cruz que se prolonga en cada una de nuestras cruces. También cada uno de nosotros, como imágenes vivas del mismo Cristo, somos corredentores con Él en nuestro mundo de hoy.

En la segunda lectura se nos dice que Jesús es el que se compadece de nuestras debilidades, pues ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Cierto que Jesucristo asumió nuestra humanidad enteramente, pues el pecado como ruptura con Dios, con los demás y con nosotros mismos, no forma parte de la esencia de nuestro ser personas. Se hizo uno como nosotros y, al asumir la humanidad, en cierta medida, se unió con cada ser humano en particular. Por eso conoce y comprende nuestras debilidades y padecimientos. Nuestros sufrimientos y dolores no le son ajenos ni extraños. Mirando así a Cristo, y dejándonos mirar por Él, se suaviza la enorme distancia entre lo divino y lo humano, se facilita la acogida de su misericordia, la experiencia de su amor entrañable y único por cada uno de nosotros. Amor y misericordia que no podemos guardarnos egoístamente sino que hemos de compartir y testimoniar.

En el evangelio se nos dice que Jesús no ha venido a ser servido sino a servir. De nuevo la disputa entre sus discípulos, en concreto la pretensión de Santiago y Juan de ser los más importantes, a su derecha y a su izquierda, hace que Jesús les recuerde y nos recuerde una de las claves más importantes de su vida y del Evangelio, salto y seña de la vida de cada cristiano: “el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Y fundamenta tal enseñanza o principio de comportamiento en el modelo de su propia vida: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”.

Jesucristo lo dijo y lo hizo. Extendiendo sus brazos en la Cruz y derramando su sangre por cada uno de nosotros cumplió la voluntad del Padre, nos abrió el camino hacia la eternidad y nos comunicó la misericordia del Padre. Nosotros tantas veces lo decimos, pero no siempre lo hacemos. Preferimos los halagos y las lisonjas a los desprecios y vituperios. Nos encantan los primeros puestos y que nos consideren maestros. Nos da miedo el sufrimiento y el dolor en cualquiera de sus formas o momentos. Quizás somos servidores o serviciales, pero solo con quienes pueden compensarnos. Y eso de “ser esclavo de todos” nos parece una exageración desproporcionada con un lenguaje impropio de nuestro tiempo. Servir a los demás no nos desagrada, siempre que se acomode a nuestras posibilidades y no nos ocupe demasiado tiempo.

De nuevo hoy podemos recordar esa frase lapidaria con la que el Papa Francisco finalizó su homilía en La Habana: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Precisamente en estos días, en los que el Santo Padre ha convocado a toda la Iglesia a vivir la experiencia comunitaria y eclesial del Sínodo, nos viene como anillo al dedo esta Palabra de Dios que nos invita a ser como Jesús, servidores de todos, particularmente de los más necesitados, sin servilismos alienantes que despersonalizan e hipotecan pero con realismo y decisión. Ponernos a la escucha de los demás, atentos a sus necesidades concretas, a través de quienes Dios mismo nos habla, será un buen método para remozar y refrescar la Iglesia de Cristo a través del camino sinodal.

 

Oración

 

Señor, enséñame a ser generoso,

a dar sin calcular,

a devolver bien por mal,

a servir sin esperar recompensa,

a acercarme al que menos me agrada,

a hacer el bien al que nada puede retribuirme,

a amar siempre gratuitamente,

a trabajar sin preocuparme del reposo.

 

Y, al no tener otra cosa que dar,

a donarme en todo y cada vez más

a aquel que necesita de mí

esperando solo de Ti la recompensa.

O mejor, esperando que Tú mismo seas mi recompensa. Amén

 

(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 53)

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