La Biblia como horizonte de esperanza

Por: Johan Moya Ramis

En una fría noche de 1945, en el bosque de Klever Reichswald, un joven soldado alemán se cuestionaba el sentido de la guerra. Tenía solo 16 años, su clase había sido reclutada hacia el frente, ante el avance de las tropas aliadas. En la absoluta soledad de la noche, ese joven tomó una decisión que podría costarle la vida: no iba a disparar. Se rindió ante el primer soldado británico que encontró y fue llevado a un campo de prisioneros. Allí conoció a un grupo de cristianos y un capellán estadounidense le dio una pequeña copia del Nuevo Testamento y los Salmos. El contacto con las sagradas escrituras tocó el corazón de este joven, que años más tarde, afirmaría: “No encontré a Cristo, él me encontró a mí”. El nombre del joven: Jürgen Moltmann, uno de los teólogos más importantes del cristianismo contemporáneo. Años después, el contacto con las sagradas escrituras le llevaría a escribir su Teología de la Esperanza en 1964.

La historia de Moltmann es similar a la de muchas mujeres y hombres que han encontrado esperanza en las páginas de Biblia. Sabemos que la Esperanza hoy está maltrecha, golpeada. Hablar de la esperanza hoy es asumir el riesgo enorme de parecer un triunfalista patético. Días en que la asfixia por los golpes de la realidad nos hace sentir que tocamos fondo. Se requiere mucho coraje para asumir un estado de ánimo coherente, que nos ayude a tener un horizonte alcanzable, esperanzador. Como discípulos de Jesucristo, caminamos por la vida sustentados en la Fe, el Amor y La Esperanza en Dios. No en vano estas tres son consideradas virtudes teologales. Si buscamos en la Biblia, podemos encontrar en 1Corintos 13, una hermosa definición del amor. En la epístola a Hebreos 11:1 leemos el concepto más espectacular que se haya pronunciado acerca de la Fe. Sin embargo, no existen definiciones bíblicas de la Esperanza. Al mismo tiempo, las Sagradas Escrituras están sustentadas en la esperanzadora promesa de que el Dios bíblico revelado a los patriarcas y profetas nos acompaña a lo largo de la historia. Un Dios que se encarnó y se entregó a sí mismo en la Cruz del Calvario para cumplir su palabra redentora. Un Dios que está aquí, ahora, manifestado en el Espíritu Santo.

Pero en la Cuba de hoy ¿será esto suficiente? ¿Bastaría abrir una puerta hacia el optimismo al decir que “En Dios vivimos y nos movemos”? (Hechos 17:28) ¿Tiene Dios el control? Si, lo tiene. No hemos sido los únicos hijos de Dios que han visto los cielos que parecen de piedra. La Biblia está llena de pasajes difíciles en que sus personajes – hombres y mujeres de carne y hueso, al igual que nosotros- sintieron que las adversidades políticas y sociales del momento histórico que les tocó vivir, se los iban a tragar. El caso de Job es un clásico ejemplo de ello. El patriarca fiel no comprendía que su integridad estaba siendo probada hasta el límite, por fuerzas que superaban su entendimiento, hasta que Dios intervino y lo puso todo en su lugar. A veces nos sucede así, no comprendemos que las circunstancias de dolor, pérdida, carestía, que nos ponen en situaciones duras, tienen un sentido y propósito hasta que vemos la mano de Dios. Otro ejemplo es Abraham. Por su convicción de fe abandonó su estatus social, la protección de su clan, y las posesiones familiares que tenía por derecho. Lo dejó todo atrás por la esperanza en la amistad con un Dios inigualable que había tocado su corazón. Esta decisión no tiene nada de romántica o idílica. En los tiempos de Abraham no existía la Carta Universal de los Derechos Humanos. El patriarca estaba humanamente desprotegido, a la intemperie. Pero por la fe alcanzó la promesa. En ocasiones, el horizonte de nuestra esperanza, nos lleva a cruzar umbrales que nunca antes creímos poder traspasar. El miedo puede ser un obstáculo firme, pero no infranqueable ¿Y qué decir de Jeremías? En su vida, la esperanza estaba en un horizonte políticamente incorrecto. Como tantos otros profetas de la historia, les señalaba a los gobernantes que se habían comprometido a traer prosperidad y bienestar a su pueblo, que habían faltado a sus compromisos políticos; incluso fue más allá, y no dudó en criticar erráticas alianzas militares del Rey y su corte. Aquello le costó caro a Jeremías: prisión, persecución, acoso. Hasta que Dios intervino. Porque si dura es la prueba en Dios, íntegra es la salida. El resultado de la esperanza a través de la fe en el Dios revelado en la Biblia, no suele verse al comienzo de la prueba, sino al final de esta.

Es importante aclarar que los hombres y las mujeres de la Biblia, no cesaron de trabajar, porque la esperanza no es sinónimo de espera ociosa o resignación absurda. Como reza el sabio principio benedictino “Ora et Labora” (Ora y trabaja) No estamos solos. Dios espera nuestro obrar con fe, para hacer su trabajo incomprensible e inconmensurable. Las Sagradas Escrituras dan testimonio fiel de ello, y están a nuestra mano.

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