Piensa en mí

Por: Teresa Díaz Canals

tdcanals@yahoo.es

 

“El absurdo es que no parezca un absurdo […] Es ese estancamiento, ese así sea, esa sospechosa carencia de excepciones”.

Julio Cortázar

Rayuela

 

 

A algunos grupos de estudiantes en los últimos años prepandémicos me gustaba leerles la siguiente anécdota:

 

“Un monje le preguntó a su maestro:

—Hace ya algún tiempo que te visito para ser instruido en el sendero sagrado del Buda, pero nunca me has dado ni siquiera un leve indicio de su verdad. Te ruego que seas más indulgente.

”A lo cual el maestro respondió:

—¿Qué quieres decir hijo mío? Cada mañana me saludas ¿y no te devuelvo el saludo acaso? Cuando me traes una taza de té ¿no te la acepto y no gozo bebiéndola? Además de esto, ¿qué otras instrucciones esperas de mí? Se busca la verdad demasiado lejos de uno cuando en realidad está demasiado cerca”.

En el presente escrito pretendo hacer algunos comentarios desordenados sobre el tema de la ética en Cuba. En realidad, escribiré sobre la moral en general, pues cuando hablamos de ética —aunque se utilicen indistintamente los dos términos— nos referimos a la ciencia que estudia las conductas, los preceptos y principios que rigen una sociedad en un tiempo determinado. Es decir, la ética sería la reflexión que se hace de la moral o del comportamiento humano en cualquier sociedad.

Cuando pensamos en la ética la vinculamos al bien, a lo que es bueno. El héroe homérico no es “bueno” en el sentido que en la actualidad lo entendemos. Ese “bueno” es equivalente a útil, que hace algo o que sirve para algo.

Es imposible —en un espacio constreñido— discernir sobre nuestros antecedentes en el plano de la eticidad; existen textos que marcan pautas sobre ello desde la filosofía, la historia, la sociología, la literatura… No obstante, a manera de recordatorio, es importante resaltar el pensamiento martiano como paradigma esencial del siglo xix que se extiende al xxi, todavía hoy afirmamos: “si estuviera entre nosotros todo sería distinto”.

Hay un par de categorías éticas que en la actualidad se manejan mucho: amor-odio. “Con el amor se ve, por el amor se ve, es el amor quien ve”. Esa frase de José Martí resume de manera excelente la importancia de ese profundo sentimiento en medio de una división desgarradora entre cubanos, de esa marcha hacia la desintegración del vivir nacional. También la muerte del hombre que hizo de la patria un absoluto, debe ser un símbolo de permanente vigencia, cuando en el momento postrero de su valiosa existencia, sacó su arma y no disparó. Amó más al enemigo de lo que lo odió, no por gusto había expresado que con los españoles comenzarían la guerra y con ellos la terminarían. Dos patrias tuvo el Apóstol: Cuba y la noche; entregó su vida para que este suelo fuera la Casa de todos los nacidos aquí.

El destierro, la regulación, la cárcel, la prisión domiciliaria, los actos de repudio contra personas que manifiestan su desacuerdo con el poder, se han convertido en rígidas prácticas que demuestran desprecio, odio, venganza hacia seres que piensan diferente. El diálogo hubiera sido el instrumento por excelencia de un pensamiento democrático martiano, de respeto a lo otro.

Programas de televisión se dedican a hablar contra otros seres humanos y no se brinda la oportunidad de un encuentro reparador con los aludidos, lo que resulta un procedimiento inadmisible desde lo ético. Solo mediante el diálogo la palabra es esencial. Algunos de estos espacios son ejemplos vivos de la no democracia en la comunicación, invitan solo a los que de manera inexorable brindarán una explicación “políticamente correcta” a las interrogaciones sobre diversos temas. En uno de esos programas se les preguntó a artistas consagrados si se habían sentido censurados alguna vez: “jamás”, contestaron los creadores al unísono. No solo en el mundo del arte existe lo prohibitivo, vayan a las aulas y pregúntenles a los profesores de ciencias sociales para saber la respuesta. Muchos de ellos van a decir que no, que tampoco son censurados porque la censura más eficaz es la autocensura.

Se impide que una joven tome el avión de regreso a su país. ¿No sería más inteligente y sobre todo cívico dirimir las diferencias en el suelo patrio? En esta Isla alguien con poder se adjudica el derecho a determinar quién es ciudadano y quién no, quién se queda y quién tiene que irse, aunque esta sea su tierra de origen. Ello constituye una especie de muerte social que se expresa también en el largo y terrible encierro carcelario a cubanos y cubanas que expresaron sus desacuerdos con el sistema imperante el 11 de julio del pasado año. La justicia no solo es una categoría inherente al derecho y a la teoría política, también pertenece al mundo de la ética. Las normas morales pueden, además, entrar en contradicción con el sistema de leyes imperantes en una sociedad determinada.

Es muy doloroso saber de la partida de miles de personas, de familias enteras —que venden todas sus pertenencias forzadas por las circunstancias de la no vida— a un exilio, con riesgo incluso para sus vidas. El país se despuebla, es inmoral cruzarse de brazos y estimular la partida para lograr la tranquilidad mediante el silencio y el conformismo interno.

José Martí advirtió que era un criminal quien promoviera el odio entre cubanos. En su trabajo “El presidio político en Cuba” declaró: “Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo”.1 Y en ese mismo artículo, publicado en Madrid en 1871, se refirió a otra de las categorías principales de la ética como vertiente de la filosofía: el bien. ¿Qué dijo sobre él?: “Dios existe en la idea del bien […] El bien es Dios”.2

En varias ocasiones, he leído en Facebook y escuchado a varias personas que los pobres tienen esa condición porque quieren, porque no se esfuerzan en la vida para resolver sus problemas con fuerza de voluntad, que todo el que se propone salir adelante, lo logra. En Internet se apoyaban en las palabras de un novelista conocido.

Criticar esa visión de la vida y considerar que la pobreza no es moralmente neutra, constituye un efecto de la injusticia humana, me costó incluso perder una amiga de muchos años, lo que me afectó bastante, al tildarme de ser una fracasada, cuando sostuve que en Cuba hay pobreza, lo que es una verdad de Perogrullo. Cuando envejecemos, el recuerdo de infancia nos lleva a sentimientos delicados, a imágenes agrandadas. En la casa de esa amiga estudiaba en los tiempos de secundaria, me repasaban matemática, me llevaban a la playa, lo que mi familia no podía hacer. ¡Qué grande es la vida cuando meditamos sobre sus comienzos! “Para ir hasta los archivos de la memoria hay que encontrar valores más allá de los hechos”,3 apuntó Gaston Bachelard. En esas reuniones caseras de estudio hay una presencia tanto cubana como universal, ser compañeros de estudio a menudo emparenta al grupo hasta la vejez. No podemos amar el agua, el fuego o el árbol sin poner en ello una amistad. Consecuencias de situaciones extremas, al límite, como las que estamos viviendo, han conducido a resquebrajar vínculos sagrados.

¿Cuántas personas nacidas en los años en que se dio el cambio “revolucionario” de 1959 trabajaron en Cuba toda su vida para nada? ¿Cuántas dependen del apoyo de sus hijos para sobrevivir? ¿Cuántas se encuentran totalmente desamparadas porque no tienen familia en el extranjero que las apoye?

Recientemente, un acontecimiento provocó inquietud, burlas, memes. Un desfile de modelos con un pésimo gusto en ocasión de la celebración de un Encuentro de Técnicas Comerciales del Ministerio del Comercio Interior (MINCIN). Sus organizadores no son conscientes que la estética también es una ética y que el público merece eso que se llama respeto.q

Es evidente, en estos aciagos tiempos, la superficialidad de los saberes y los discursos que deben dar cuenta de la realidad, el distanciamiento entre la palabra y la asunción de los compromisos implicados. Tomemos la frase que le expresó un día Martí a la pequeña María Mantilla: “cada vez que veas la noche oscura, o el sol nublado, piensa en mí”.4

 

 

Notas

Martí, José El presidio político, en Cuba, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2009, p. 63

2 Ibídem, p. 63

3 Gaston Bachelard: La poética de la ensoñación, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1997, p. 159.

4 Martí, José Carta a María Mantilla En: Ezequiel Martínez Estrada  Martí Revolucionario Casa de Las Américas, La Habana, 1974, p 64

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