Cosas de cura

padre jesuita José Manuel Miyares Rodríguez

“Y yo me quedo, Gratiniano”

A principios de 1958 llegaron a Cuba dos jóvenes frailes carmelitas descalzos. Habían sido ordenados sacerdotes un año antes en una ceremonia celebrada durante la Vigilia Pascual de 1957 en la Catedral de Salamanca. Se llamaban Gratiniano Turiño y Teodoro Becerril. Este último había adoptado el nombre en la vida religiosa de Clemente del Sagrado Corazón. Así se le conoció en Cuba durante unos diez años. Todo el mundo lo llamaba el padre Clemente, y fue destinado para dirigir la escuela parroquial contigua a la parroquia de Nuestra Señora del Carmen en la calle San Miguel, en la cual se impartían clases de primaria a niños de bajos recursos económicos pertenecientes a esa barriada de Cayo Hueso.

En 1961, la Iglesia católica en Cuba pasó por un período de persecución que, al año siguiente, fue aflojándose para convertirse en un largo período de presiones políticas del Estado hacia ella, que todavía no termina. Muchos sacerdotes, recordando los acontecimientos que para no pocos terminaron con el martirio en la España Republicana antes de 1939, veían que la situación de Cuba podría llegar a igual extremo. Gracias a Dios, no llegó a ocurrir, pero ciertamente se vivió una etapa muy tensa, sin saberse lo que podría pasar.

Gratiniano y Teodoro vivieron con intensidad esos momentos. Fray Gratiniano le dijo al padre Clemente: “Teodoro, yo me voy”. A lo que el padre Teodoro contestó: “Y yo me quedo, Gratiniano”. En ese instante, el joven sacerdote hacía la opción fundamental que marcaría su vida en lo adelante: vivir en la Cuba comunista, ejerciendo su ministerio sacerdotal.

Llegó el mes de septiembre de 1961 y los milicianos, con una lista de sacerdotes confeccionada previamente (no sabemos todavía por quién), se personaron en la iglesia del Carmen, y uno de ellos le preguntó al padre Clemente: “¿Quién es el padre Clemente?”. Este respondió resueltamente: “No lo conozco”. A primera vista podría parecer una mentira dicha por el fraile. No es así. Su pasaporte tenía su verdadero nombre: Teodoro Becerril. ¡Ingeniosa evasiva! Soplada, creo, por Dios desde el cielo, que en ese momento acudía a su auxilio debido a aquella firme resolución dicha a su hermano Gratiniano poco tiempo antes.

Los milicianos se fueron presurosamente para continuar buscando a otros sacerdotes. Muchos de ellos saldrían expulsados en el trasatlántico Covadonga el 17 de septiembre de 1961. Y así Dios nos permitió tener la fecunda vida que el padre Clemente desempeñó en Cuba hasta su muerte el 25 de febrero de 2011, cuando falleció de cáncer en el Hospital Hermanos Ameijeiras.

El padre Clemente era el hombre del entusiasmo y el celo apostólico elevado a la máxima potencia. Fue nombrado párroco de Nuestra Señora del Carmen asistido por dos sacerdotes más: los padres Lucio Martín y Santiago, y el inolvidable hermano Andrés Pedrás, quien murió en el año 2009.

En aquel tiempo, la parroquia del Carmen tenía cuatro o cinco misas dominicales y la asistencia de más de un sacerdote en el confesionario. El coro principal, dirigido por el propio padre Clemente, era uno de los primeros con que contaban las iglesias de la capital. Por cierto, el coro no tenía menos de veinticinco o treinta cantores. El padre Clemente, muy delgado e hiperquinético imprimía un sello personal entre regaños y complacencias. Así era él. No se me olvidará la mañana de aquel 21 de enero de 1998, cuando en un automóvil al que se le habían habilitado dos bocinas en el techo, y el sacerdote vestido con el hábito carmelitano completo, incluida su hermosa capa blanca, y micrófono en mano, salió por las calles habaneras invitando al pueblo para el recibimiento del Papa santo, Juan Pablo II, que llegaría a las cuatro de la tarde de ese día para besar la tierra cubana.

Pasaron varios años para que el gobierno cubano le concediese al padre Clemente la posibilidad de visitar España para ver a su madre y hermanos. Esto ocurrió en 1969, y ya para finales de ese año, regresó a Cuba para continuar predicando con ardor, en micrófonos bien elevados, como a él le gustaban, la bendita Palabra de Dios.

En febrero de 1972, comenzó a explicar clases de Liturgia en el Seminario San Carlos y San Ambrosio. Años después se le añadió otra asignatura, Canto Gregoriano, y allí permaneció hasta noviembre de 2009 cuando salió para España, a fin de tratarse el cáncer que se le había descubierto.

Todavía no he logrado explicarme la razón por la que a algunos funcionarios del gobierno revolucionario les molestaba la presencia del padre Clemente en Cuba. Él nunca habló de política. Me contaron que, a principios de 1981, le propusieron a Mons. Pedro Meurice, entonces administrador apostólico de la Arquidiócesis de La Habana, el canje del padre Clemente por algún sacerdote extranjero a quien se le permitiría venir a trabajar pastoralmente a Cuba. Lógicamente, Mons. Meurice respondió que eso él no lo aceptaba. Y el padre Clemente quedó en Cuba.

Algunos años después, la madre del padre Clemente enfermó de muerte en España. Entonces solicitó el permiso para salir a verla. El gobierno respondió que se lo daba, pero no garantizaba su entrada a Cuba. Así, el sacerdote prefirió no cerrar los ojos a su madre y permanecer en el Carmen predicando a Dios con el entusiasmo y la rapidez que lo caracterizaba.

Los años fueron pasando, y el joven fraile llegado a Cuba en 1958, fue envejeciendo hasta que salió para tratarse su enfermedad en España. Todos pensábamos que moriría allá, pero en noviembre del año 2010 anunció que regresaba a Cuba para morir en Cuba. Sus feligreses de la parroquia fueron a recibirlo al aeropuerto y lo aplaudieron fervorosamente cuando lo vieron salir por las puertas de la aduana.

El cáncer continuó agravando su cuerpo, visiblemente desmejorado, hasta que falleció en su Cuba querida. Su cadáver fue velado en su parroquia del Carmen, en el barrio de Cayo Hueso, donde el sacerdote era conocido y muy popular.
El buen pastor no abandonó a sus ovejas. Murió en medio de ellas. Que su buen ejemplo sirva a los sacerdotes jóvenes para que nunca abandonen a las ovejas cubanas.

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