Enseñanza en un colegio religioso: cristianas y ciudadanas

Por: Silvia Martínez Calvo (elenuca17@gmail.com)

ENSEÑANZA DEL COLEGIO RELIGIOSO
Enseñanza del colegio religioso

De la enseñanza en un colegio religioso se han emitido criterios casi siempre desfavorables desde posiciones de sectarismo ideológico, pero durante el tiempo que duró la formación en el colegio católico dirigido por las Madres Filipenses donde estudié, nos sembraron la semilla del amor, la caridad, la solidaridad y nos ofrecieron instrucción, cultura y educación. En lugar de convertirnos en monjas, como suele pensarse, nos ayudaron a prepararnos para la vida.

En nuestro caso, los padres y maestros se conjugaron muy bien para desarrollar el proceso de socialización, cuyo resultado fue el arraigo de virtudes y valores cristianos, morales, cívicos y sociales que aún mantenemos, y que nos han servido de sostén espiritual para resistir los embates de etapas posteriores a esa formación.

En la crianza de los hijos, el espacio hogareño y el escolar se alternan, y lo sucedido en la escuela influye en el hogar y viceversa. Es un período de siembra imprescindible, que los padres deben asumir de un lado y los maestros de otro, pues si los valores no se cultivan bien, aparecen consecuencias lamentables.

El inicio del proceso revolucionario se acompañó de confrontaciones entre las diversas religiones que imperaban entonces, en especial con la Iglesia católica, y uno de los primeros pasos fue el cierre definitivo de los colegios religiosos, a partir de la proclamación de la Ley de Nacionalización General de la Enseñanza. Aunque han transcurrido más de sesenta años, todavía nos duele recordar el momento en que, con la participación de algunas antiguas alumnas devenidas milicianas, fueron desalojadas las monjas, sin que nunca conociéramos su destino final. Suponíamos que las de nacionalidad española regresaban a su país de origen y a las cubanas las enviaban a otras naciones. Años después, supimos del regreso a Cuba de una de ellas, ya anciana, y tuvimos la satisfacción de saludarla en una reunión convocada por las exalumnas que mantenían activa la memoria del colegio.

Era de esperar, ante la implementación del ateísmo en la educación, que se considerara inadmisible la enseñanza religiosa como parte de la formación de los niños y adolescentes cubanos, y fuera sustituida por la filosofía que servía de base al sistema político-social. De una doctrina religiosa pasamos a otra de ateísmo, con un estilo de ejecución también doctrinal.

Quizás sea uno de los argumentos utilizados para la desaparición de los colegios religiosos, con la idea de que la formación cristiana no se avenía con la nueva ideología, criterio sustituido en décadas posteriores con la incorporación de los “creyentes” a organismos políticos y funciones administrativas.

Como en todo colegio religioso, la enseñanza cristiana era la base de su desempeño, por eso era obligatorio y aceptado por padres y alumnas, aprender el catecismo católico y participar en la liturgia (confesión, comunión, rezo del rosario, retiro espiritual y asistencia a misa y a otras celebraciones religiosas con el resto de la población), sin olvidar la formación cívica y la instrucción como ciudadanas cubanas, para lo cual existían los correspondientes planes de estudio aprobados por el entonces Ministerio de Educación. Además, se agregaba la formación en labores propias de las futuras mujeres adultas de aquella etapa, como clases de bordado, música coral y dibujo libre.

La formación ciudadana incluía la participación en actos cívicos convocados por las autoridades locales y como paradigma, resulta inolvidable la denominada Parada, cada 28 de enero, natalicio de nuestro Apóstol, José Martí, con una banda de música propia del colegio, junto con el resto de las escuelas públicas.

Las alumnas no éramos descendientes de personas adineradas ni aristócratas, sino hijas de profesionales, comerciantes, empleados públicos, trabajadores del central azucarero y agricultores. En el colegio nos prepararon para continuar el siguiente nivel de enseñanza en las entonces denominadas Escuela Primaria Superior, Institutos de Segunda Enseñanza y la Escuela Normal para Maestros. En plena etapa revolucionaria, accedimos a estudios universitarios y como ha ocurrido en todo el país, un buen grupo de exalumnas emigró con sus familias y otras fallecieron, algunas prematuramente.

Como resultado de aquel vínculo infantil, todavía mantenemos relaciones de amistad fraterna con varias de nuestras compañeras de aula, agradecidas por esa enseñanza indeleble ofrecida por aquellas mujeres cristianas que por ser monjas, no dejaron de ser nuestras maestras de primaria.

No he indagado sobre el motivo para que existiera un colegio de este tipo en el lugar donde nacimos, uno de los tantos “pueblos de campo” de Cuba. Quizás fue la relativa cercanía a la capital del país, que facilitaba la relación con el colegio matriz, tal vez un reclamo de la comunidad católica. A lo mejor las posibilidades económicas de una buena parte de los habitantes del pueblo, derivadas de las diversas fuentes de trabajo que aseguraban la economía familiar. Sean cuales fuesen las causas, el hecho real es que existió nuestro colegio y que aún conservamos una buena parte de las enseñanzas recibidas como cristianas y como ciudadanas.

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