“¿Qué impide que yo sea bautizado?”

Una reflexión para el Sínodo a partir del encuentro de Felipe con el Eunuco

 

En la introducción al mensaje para dar comienzo al Sínodo en la Arquidiócesis de La Habana el pasado 17 de octubre de 2021, el cardenal Juan de la Caridad nos recuerda que el Sínodo “es un encuentro no solo de los obispos, sino de todos los bautizados, para orar, reflexionar, escuchar y encontrar juntos lo que el Espíritu Santo inspire para la misión de la Iglesia”. De hecho, en el origen de la palabra griega sínodo parecen estar realmente dos palabras: sin (sun) que significa juntos y odo (odós) que significa camino. Sínodo significaría camino que se hace con otro o con otros.

En ese mismo mensaje se nos invita a compartir la reflexión que pueda surgir a raíz del Sínodo, y desde que leí personalmente esta carta del cardenal, y después en la iglesia donde trabajo, me vino a la mente casi inmediatamente la imagen de un camino hecho juntos al puro inicio de la Iglesia, que encontramos bellamente narrado por Lucas en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 8, versículos 26 a 40, el cual podemos leer a continuación de esta versión de la Biblia de Jerusalén:

 

26 Un ángel del Señor habló así a Felipe: ‘Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza atravesando la estepa’. 27 Felipe se avió y partió. Por el camino vio a un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros y que había venido a adorar en Jerusalén. 28 En aquel momento regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías. 29 El Espíritu dijo a Felipe: ‘Acércate y ponte junto a ese carro’. 30 Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías. Le preguntó: ‘¿Entiendes lo que vas leyendo?’. 31 Él respondió: ‘¿Cómo lo puedo entender si nadie me guía en la lectura?’. El etíope rogó a Felipe que subiese y se sentase con él. 32 El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste:

Fue llevado como una oveja al matadero;

y como cordero, mudo delante del que lo trasquila,

así él no abre la boca.

33 En su humillación le fue negada la justicia;

¿quién podrá contar su descendencia?

Porque su vida fue arrancada de la tierra.

34 El eunuco preguntó a Felipe: ‘Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?’. 35 Felipe entonces tomó la palabra y, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús.

36 Siguiendo el camino, llegaron a un sitio donde había agua. El eunuco dijo: ‘Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?’ […] 38 Dicho esto, mandó detener el carro. Bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco. Felipe lo bautizó, 39 y, al subir del agua, el Espíritu del Señor lo arrebató, de modo que ya no volvió a verle el eunuco, que siguió gozoso su camino. 40 Felipe, que se encontró de pronto en Azoto, recorrió evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea”.

 

Pareciera que este texto del Nuevo Testamento cumple con los requisitos para ser considerado inspirador para el Sínodo que la Iglesia universal ha comenzado a preparar en medio (u ojalá al final…) de la pandemia. En primer lugar, porque se trata de un camino (de Jerusalén a Gaza atravesando el desierto), pero también porque en buena parte lo hacen por lo menos dos personas (Felipe y el etíope). Siendo este último un funcionario encargado de los tesoros de la reina, no se puede descartar que viajara con más personas y que probablemente todas hubieran sido testigos del sacramento con el cual terminó este inolvidable encuentro.

Ya hemos dicho que Sínodo es un camino que se hace juntos, pero antes hay que decir que no se trata de un camino o de un encuentro cualquiera porque está inspirado, motivado, como en la historia que estamos reflexionando, por Dios, por su Espíritu, manifestado en este caso por “Un ángel del Señor” (v. 26). Recordemos que Lucas, autor del evangelio que lleva su mismo nombre, y también del libro de los Hechos, es un hombre que quiere destacar la acción del Espíritu en la vida de Jesús (y en la de la Iglesia), como cuando éste va a la sinagoga de Nazaret (Lc 4.16) y lee el libro del profeta Isaías (el mismo que está leyendo el eunuco), o como cuando el Maestro, lleno del Espíritu, da gracias al Padre porque ha manifestado “estas cosas” a la gente sencilla (Lc 10.21).

El Espíritu Santo es el alma del Sínodo, la fuente de la renovación de la Iglesia, aquel que la quiere conducir por caminos nuevos para que la Palabra de Dios sea leída, conocida y comprendida. Sin el Espíritu no habría más que propaganda y estaríamos privados del testimonio y de la misión. El Espíritu hace nuevas todas las cosas. Tiene razón el cardenal invitándonos en su mensaje a invocar a Dios (mañana, tarde y noche) diciendo: “Espíritu Santo, ven a nuestro Sínodo”.

Felipe es enviado por el Espíritu a un etíope, esto es, a un gentil o a un pagano, a alguien que aparentemente no es “de los nuestros”. Aún más, a un extranjero, a uno de raza negra (ver Jer 13.23) que, no obstante, es un funcionario real, una especie de “ministro de hacienda”, hombre religioso por lo demás que “había venido a adorar en Jerusalén” (v. 27), como estaban en esta misma ciudad el día de Pentecostés donde había “hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo del cielo” (Hechos 2.5).

El eunuco estaba leyendo un pasaje del profeta Isaías, uno de los más misteriosos en todo ese libro, acerca del siervo de Yahvé, sobre el que el mismo etíope hace la pregunta donde radica todo el “misterio” de ese cántico: “Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?” (v. 34). Ya nos habría gustado tener la explicación que le hizo del apóstol al Etíope para haber aclarado de una vez por todas el “misterio” que encierra este cántico.

Se parece esta historia a la narrada por el mismo Lucas (24.13-35) sobre los discípulos de Emaús en la cual es el mismo Jesús el que explica la biblia a los desorientados discípulos. “Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lc 24.27). “Lo que había sobre él” es lo mismo que le explicó Felipe al etíope, partiendo de Isaías para anunciarle la Buena Nueva de Jesús (v. 35).

La Palabra que lee el eunuco y que explica el apóstol da lugar al signo, es decir, al sacramento, porque enseguida le pide recibir el bautismo. Al fin y al cabo, ¿qué lo impide? (v. 36). Ya están las condiciones: la fe del eunuco, el conocimiento y la comprensión de la Palabra, y finalmente el deseo de conversión manifestado en el bautismo, porque en la Iglesia, Palabra y Sacramento van de la mano. No es solo la Palabra. No es solo el signo. Es un binomio inseparable, indisoluble, el de Palabra y Sacramento.

El Espíritu que está al comienzo de la historia enviando al apóstol al desierto, que está presente en las Escrituras que lee el etíope, que da las palabras a Felipe para anunciar la Buena Nueva y que da vida a las aguas del bautismo, es el mismo que hacia el final de la narración arrebata a Felipe pero permanece en el eunuco que continúa gozoso su camino (v. 39). Mientras tanto, el apóstol avanza en el suyo evangelizando…

A partir de esta historia de un camino que se hace juntos, que está animado por la Palabra de Dios, que hace madurar la fe y que concluye con el bautismo, podemos entender que el Sínodo que ya comenzó a andar será también un camino guiado por el Espíritu Santo, pero orientado también por personas que, como Felipe, son enviadas por ese mismo Espíritu como guías; un camino que haremos junto con otros, que nos conducirá a la conversión no solamente de aquellos a los que podamos ser enviados, sino de los mismos discípulos que son enviados en la medida en que también ellos son llamados a escuchar a los otros para atender sus necesidades pastorales, e incluso hasta llegar a celebrar los sacramentos, comenzando por el bautismo y continuando por la iniciación para llegar a la madurez cristiana.

A partir de estos textos bíblicos y de este llamado del Espíritu por medio del Papa Francisco, me pregunto si en un territorio como Cuba, tan proclive a lo religioso (con todo su sincretismo y quizás con toda su ambigüedad), si en un territorio como el de esta Arquidiócesis de La Habana no deberíamos abrir las puertas (que seguramente nunca han estado cerradas más que por la pandemia) para que muchos adultos puedan acceder más expeditamente al bautismo, la primera comunión, la confirmación y el matrimonio.

Ya es un signo positivo el que tanta gente se acerque a la Iglesia para bautizar a sus pequeños, y parece que hacemos bien en atenderlos y en bautizarlos, pero podríamos hacer quizás más para que también los que no lo han hecho lo hagan. Tal vez el Señor nos está llamando por medio de este Sínodo a ampliar las posibilidades de bautizar a los adultos sin necesidad de hacer caminos demasiado largos. Es una reflexión que podemos hacer en las reuniones vicariales con vistas a descubrir nuevos caminos para que el mensaje de la Buena Nueva llegue a todos y todas, sin excepción.

No se trata solo de simplificar, sino de revisar los procesos y exigencias que hacemos o deberíamos hacer. La vida cristiana nunca será una vida fácil desde la fe, pero podemos pensar un poco más cómo actuar para adaptarnos mejor también nosotros a la realidad pastoral y cultural que vivimos, a la idiosincrasia de este pueblo que, a pesar de toda la campaña que se ha hecho contra la fe, no ha perdido su sentido de Dios, de la trascendencia, de lo sagrado, de lo religioso, y nosotros como pastores, guías y referentes espirituales podemos, como Felipe, hacer algo para que, quienes todavía están fuera, puedan llegar a la fe y a la vida auténticamente cristiana. Ω

 

La Habana, 30 de octubre de 2021

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