XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

21 de noviembre de 2021

 

Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo

 

A él se le dio poder, honor y reino.

 

“Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso”.

 

Jesús le contestó:

“Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo:

para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Profeta Daniel 7, 13-14

Seguí mirando. Y en mi visión nocturna
vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo.
Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.
A él se le dio poder, honor y reino.
Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.
Su poder es un poder eterno, no cesará.
Su reino no acabará.

 

Salmo

Sal. 92, 1ab. 1c-2. 5

R/ El Señor reina, vestido de majestad.

El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder. R/.

Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno. R/.

Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura del Libro del Apocalipsis 1, 5-8

Jesucristo es el testigo fiel,
el primogénito de entre los muertos,
el príncipe de los reyes de la tierra.
Al que nos ama,
y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre,
y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre.
A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Miren: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra.
Sí, amén.
Dice el Señor Dios:
“Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso”.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 18, 33b-37

En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús:
“¿Eres tú el rey de los judíos?”.
Jesús le contestó:
“¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”.
Pilato replicó:
“¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?”.
Jesús le contestó:
“Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”.
Pilato le dijo:
“Entonces, ¿tú eres rey?”.
Jesús le contestó:
“Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.

 

Comentario

 

La solemnidad de Jesucristo Rey del universo concluye el Año litúrgico y nos abre a uno nuevo, que comenzará con el primer domingo de Adviento. La liturgia de la Iglesia, que va mucho más allá de los ritos y las fiestas, desgrana a lo largo del año los misterios de Cristo, desde los que se ilumina la vida de los cristianos, la vida de cada uno de nosotros. Nuestra fe, centrada en Jesús, lo celebra en la liturgia constantemente buscando la comunión con Él para, desde Él que es la Vida, esclarecer el misterio de nuestras vidas. En la liturgia no celebramos sólo fiestas o santos… le celebramos primeramente a Él, cuya cercanía máxima se expresa en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, que es la Eucaristía.

Hoy celebramos a Cristo en la realidad en la que habita en el momento presente, en la comunión con el Padre en el Espíritu, en su divinidad y en su humanidad, como Señor de cielo y tierra, Rey del Universo. Vencedor del pecado y de la muerte, resucitado, ha sido ensalzado y glorificado a la derecha del Padre y desde allí creemos que un día vendrá triunfante y glorioso a juzgar a vivos y muertos, a llevar su obra creadora y salvífica a su plenitud. Más que un venir de Él hacia nosotros, podríamos entender que será un ir de la creación y la humanidad entera hacia Él, hacia la Pascua eterna, hacia la parusía, hacia la plenificación final de todo lo creado, incluidos cada uno de nosotros.

El cómo y el cuándo no está a nuestro alcance. Tampoco importan tanto.

Él nos espera porque nos ha dado la vida y nos ha llamado por nuestro nombre a ser sus amigos, a compartir la vida de Dios con Él y desde Él. Nadie es extraño para Él, ni lejano ni desconocido.

La Palabra de Dios de hoy nos presenta a este Cristo, Rey de Universo, como el Hijo del Hombre, que ha venido, que viene y que vendrá al final de los tiempos. En Él confluye todo el tiempo, pasado, presente y futuro. Su poder es eterno y su reino no acabará. Lo ha recibido del Padre como fruto de su obediencia hasta la muerte y muerte de Cruz. Él es el testigo fiel, el primogénito entre los muertos, el Alfa y la Omega del universo, esto es, el principio y el fin. En Él está el origen de todo y hacia Él camina todo.

Durante su vida pública, Jesús anunció en muchas ocasiones la llegada del Reino de Dios; incluso se llegó a identificar personalmente con el Reino. La expectativa mesiánica de los judíos llevó a algunos a entender tal reinado de manera sociopolítica solamente, a lo que Jesús reaccionó mostrando otro significado más profundo y transcendente. Incluso Jesús mismo tuvo que apartarse de la multitud en alguna ocasión en que quisieron hacerlo rey. Así pues, ¿en qué consiste el reinado de Dios por medio de Jesús?, ¿qué significa la expresión Reino de Dios?, ¿cómo entender que Jesús es Rey? El evangelio de hoy nos da las respuestas.

Pilatos le pregunta, justo antes de condenarlo a muerte, si Él era rey. A lo que Jesús responde afirmativamente, añadiendo: “pero mi reino no es de este mundo”. El reinado de Jesús efectivamente no significa sometimiento ni opresión desde arriba sino todo lo contrario, esto es, servicio y entrega desde abajo… Él es el Rey que lava los pies a sus discípulos, que no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida en rescate por muchos. Es un Rey que no obliga sino que seduce, que no impreca sino que invita, que no conquista territorios sino corazones, que no se apoya en el poder terrenal sino en la sutil fuerza de su Espíritu. Su reinado busca la paz.

Jesús vincula su nacimiento y venida al mundo con ser testigo de la verdad. Él ha venido para dar testimonio de la verdad, y todos los que somos de la verdad escucharemos su voz. En la continuación del texto del evangelio de hoy, Pilatos pregunta a Jesús: “¿Y qué es la verdad?”. A lo cual Jesús responde con el silencio pues Él mismo se había autodefinido como la Verdad y la Vida.

Esta solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, nos invita a cada uno de nosotros los cristianos a vivir en la luz de la verdad y no en la oscuridad de la mentira, a ser testigos luminosos de ella y no esclavos del engaño y la falsedad. Porque, como dice San Pablo, la verdad nos hace libres. El Reino de Dios consiste en convertir en realidad la Verdad de Dios.

Vivir en la verdad y ser testigo de ella nunca ha sido fácil y quizás mucho menos en el mundo de hoy, plagado de estructuras maliciosas que nos impiden ver la realidad tal como es, invitados constantemente al autoengaño desde ideologías cuyo discurso está plagado de axiomas falaces, inundados por la propaganda consumista que nubla lo más noble del corazón de cada ser humano en cualquier parte del mundo. Vivir en la verdad y ser testigo de ella le costó a Jesús el sacrificio de su propia vida en la Cruz. Vivir en la verdad y ser testigos de ella, también será para cada uno de nosotros un desafío e implicará un riesgo que solo podremos asumir desde nuestra firme decisión de imitar a Cristo hasta las últimas consecuencias, siendo sus testigos, sintiéndonos acompañados por Él en la construcción de un mundo mejor, que haga realidad poco a poco el gran proyecto del Reino de Dios.

 

Oración

 

Para cantarte, mi Señor Jesús, Rey del universo,

¡cómo me gustaría tener ojos de águila, corazón de niño y una lengua bruñida por el silencio!

Toca mi corazón, Señor Jesucristo; tócalo y verás cómo despiertan los sueños enterrados en las raíces humanas desde el principio del mundo.

Todas nuestras voces se agolpan a tus puertas.

Todas nuestras olas mueren en tus playas.

Todos nuestros vientos duermen en tus horizontes.

Los deseos más recónditos, sin saberlo, te reclaman y te invocan.

Los anhelos más profundos te buscan impacientemente.

Eres noche estrellada, música de diamantes, vértice del universo, fuego del pedernal.

Allí donde posas tu planta llagada, allí el planeta arde en sangre y oro.

Caminas sobre las corrientes sonoras y por las cumbres nevadas.

Suspiras en los bosques seculares. Sonríes en el mirto y la retama.

Respiras en las algas, hongos y líquenes.

Por toda la amplitud del universo mineral y vegetal te siento nacer, crecer, vivir, reír, hablar.

Eres el pulso del mundo, mi Señor Jesucristo.

Eres Aquel que siempre está viniendo desde las lejanas galaxias, desde el centro ígneo de la Tierra y desde el fondo del tiempo;

vienes desde siempre, desde hace millones de Años-Luz.

En tu frente resplandece el destino del mundo y en tu corazón se concentra el fuego de los siglos.

Deslumbrado mi corazón ante tanta maravilla, me inclino para decirte: Tú serás el rey de mis territorios.

Para Ti será el fuego de mi sangre.

Tú serás mi camino y mi luz, la causa de mi alegría, la razón de mi existir y el sentido de mi vida, mi brújula y mi horizonte, mi ideal, mi plenitud y mi consumación.

Fuera de ti no hay nada para mí.

Para Ti será mi última canción.

¡Gloria y honor por siempre a Ti, Rey de los Siglos!

 

(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 1)

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