Discorso, 19 settembre XXV Domenica del Tempo Ordinario

Por: S.E.R. cardenal Juan de la Caridad García

Gracias a todos los que hacen posible esta emisión radial, hoy, 19 de septiembre XXV Domingo del Tiempo ordinario. Escuchamos en todas las iglesias católicas del mundo, el Evangelio de Marcos, capítulo 9 versículos 30 al 37.

(EVANGELIO)

Jesucristo vuelve a insistir en que será entregado y lo matarán, pero a los tres días resucitará. Los discípulos no entendieron y a nosotros nos cuesta entender sobre todo cuando las cosas no salen bien. El que sigue a Cristo ante el dolor mira a su Cruz y coloca su sufrimiento en ella; es lo que hacemos ahora. Tomamos una cruz, la miramos y vamos contándole al crucificado nuestras cruces, penas, sufrimientos, dificultades, enfermedades, fracasos, traiciones y, si deseamos, escribimos todo nuestro sufrimiento y lo colocamos en la corona de espinas, en los clavos de las manos y los pies, en el costado herido por la lanza y rezamos.

(REZO)

También contamos al crucificado los pesares y penas de personas conocidas, algunas de las cuales sufren más que nosotros y nos disponemos como el Cirineo, el que ayudó a Cristo a llevar la Cruz, a estar al lado de esas personas: acompañarlas, consolarlas y cambiarles la vida y llenarla de esperanza. El amor cambia el sufrimiento. En la Cruz, Cristo rezó, perdonó, multiplicó la maternidad de la Virgen al convertirnos a todos en hijos de Ella.

La obra musical “El Hombre de la Mancha” está basada en la novela de Miguel de Cervantes. Al final de la obra musical, Don Quijote se está muriendo. A su lado se encuentra Aldonza, una mujer sin mérito a la que él idealizó y llamó Dulcinea. Don Quijote la amaba con un amor puro, como ella nunca antes había sido amada. Cuando Don Quijote lanza su último suspiro, Aldonza canta El sueño imposible. Cuando ella termina, alguien la llama Aldonza, y ella replica, “ahora mi nombre es Dulcinea”. Gracias al amor de Don Quijote, la fea Aldonza ha muerto y la bella Dulcinea ha nacido. El amor convirtió a una pobre desgraciada en una mujer maravillosa.

Ya, mediante el amor, el sufrimiento se convierte en paz, esperanza, fortaleza… Y después de llenar de amor la vida, la familia, la Iglesia, la sociedad, la resurrección, el disfrutar plenamente en la casa del cielo, el bien realizado en la tierra deja atrás todo lo sufrido. Donde está el amor, aún en medio del dolor, allí está Dios. Ha dicho San Pablo, “estoy crucificado con Cristo y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.

(CANTO)

La segunda parte del Evangelio de hoy nos habla de los niños. Los niños son una maravilla; lo sabe la madre embarazada, la mamá y el papá de muchos niños, los abuelos que no se cansan de servir a sus nietos, los parques donde los niños corren y juegan, las escuelas… Una casa sin niños es muy aburrida. Los niños no les tienen miedo a las ranas ni a nada. Los niños después de fajarse se vuelven amigos inmediatamente. Los niños arreglan las peleas de papá y mamá. Los niños transforman la vida de su papá y mamá cuando le dicen te quiero mucho, los abrazan, y los besan. Las niñas son la sonrisa de papá y el canto de mamá. Los niños son el trabajo incansable de sus padres. La mayor felicidad de los niños es ver a papi y mami siempre juntos.

Los nietos son el sentido de la vida de sus abuelos, el ánimo para vivir y hacer felices a los nietos. Dentro de nuestras personas está la vivencia de la niñez. En nuestro inconsciente está la vivencia de los nueve meses en el seno materno; recordamos la ternura de nuestra familia en los primeros años de la vida, las enseñanzas y correcciones de padres y abuelos, los amigos y amigas con los que fuimos a la escuela. ¡Qué maravillosos recuerdos de la niñez! ¡Cuántas experiencias inolvidables! Damos gracias a Dios por nuestra niñez.

Le contamos a Dios toda la felicidad vivida y prometemos que el amor recibido y entregado queremos hacerlo presente hoy en medio de la edad que tengamos. Y como los niños tienen la disponibilidad de servir, ayudar a los ancianos a cruzar la calle, atender y ser cariñosos con los viejitos de la casa y del barrio, a compartir lo que tienen con el amiguito y amiguita, queremos hacer esto mismo a pesar de que ya no somos niños en edad, pero sí en alma y corazón.  Queremos ser como los niños, servidores de quienes nos necesitan.

(CANTO)

Estimada familia:

¡Qué maravilla que un fruto bendito del amor familiar haya recibido la bendición del bautismo por el cual somos hijos de Dios Padre! ¡Qué maravilla que esta criatura bautizada se sienta protegida por el papá Dios, quien nunca nos deja abandonados! ¡Qué maravilla enseñar el camino de Jesucristo, por el cual nunca nadie se ha perdido, a quien la mamá ha llevado dentro del seno materno por el amor de su papá! ¡Qué maravilla poder leer todos unidos en familia el evangelio de Jesucristo, comentarlo, vivirlo y enseñarlo! ¡Qué maravilla hacer de nuestra casa un lugar de amor, concordia familiar, un palacio de paz adonde todos quieran regresar temprano! ¡Qué maravilla dar gracias a Dios por las personas que forman nuestra familia! ¡Qué maravilla estar todos bautizados, hijos de Dios, hermanos de todos! ¡Qué maravilla vivir como hijos e hijas de la Virgen María de la Caridad! ¡Qué maravilla son los hijos y los nietos que tienen!

(CANTO)

Oración de un padre en el silencio de su corazón:

Dame, oh señor, un hijo que sea lo bastante fuerte para saber cuándo es débil y lo bastante valeroso para enfrentarse consigo mismo cuando sienta miedo. Un hijo que sea inflexible en la derrota humana y humilde y magnánimo en la victoria.

Dame, oh señor, un hijo que nunca doble la espalda cuando debe erguir el pecho; un hijo que sepa conocerte a ti y conocerse a sí mismo, que es la piedra fundamental del conocimiento.

Condúcelo, te lo ruego, no por el camino cómodo y fácil, sino por el camino áspero, aguijoneado por las dificultades y los retos. Allí déjalo aprender a sostenerse firme en la tempestad y a sentir compasión por los que fallan.

Dame, oh señor, un hijo cuyo corazón sea claro, cuyos ideales sean altos; un hijo que se domine a sí mismo antes que aprenda a dominar a los demás; un hijo que aprenda a reír, pero que también sepa llorar; un hijo que avance hacia el futuro. pero que nunca olvide el pasado.

Y después que le hayas dado todo eso, agrégale, te lo suplico, suficiente sentido del buen humor, de modo que pueda ser siempre serio, pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio.

Dale humildad para que pueda recordar siempre la sencillez de la verdadera grandeza, la imparcialidad de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fuerza.

Entonces, oh señor, yo, su padre, me atreveré a murmurar: no he vivido en vano.

(CANTO)

El próximo viernes 24 de septiembre celebramos la Fiesta de la Virgen de la Merced. A ella le rogamos:

Virgen María de la Merced, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, reina de los ángeles y refugio de los pecadores… A ti me acerco, lleno de amor y confianza, seguro de que siempre escuchas a tus hijos, pues eres madre de misericordia. Te pido, Madre querida, que mi fe, esperanza y caridad crezcan y se fortalezcan. Que viva siempre como verdadero hijo de Dios y como hijo tuyo, madre mía. Te consagro todo lo que tengo y todo lo que soy, mi vida mis trabajos, mis alegrías y mis sufrimientos, quiero ser totalmente tuyo; deseo seguir tus pasos por el camino que me lleva Cristo, redentor de los hombres. No me abandones madre celestial. Concédeme lo que de corazón te pido para mí y para todos los que sufren, los que lloran y los que están presos. Te prometo vivir siempre agradecido a tus favores y amarte cada día más. Virgen de la Merced, ruega siempre por mí, por mis familiares y amigos, por los enfermos de la Covid y por todos aquellos tus hijos que sufren. Amén.

Dulce madre no te alejes, tu vista de mí no apartes, ven conmigo a todas partes y solo nunca me dejes. Y ya que me proteges tanto, como verdadera Madre, has que me bendiga en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.

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