XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

Jornada Mundial de los Pobres

“A los pobres los tienen siempre con ustedes”

 

14 de noviembre de 2021

 

Serán tiempos difíciles como no los ha habido hasta ahora.

 

Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.

 

Dijo Jesús a sus discípulos: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Profeta Daniel 12, 1-3

Por aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que se ocupa de los hijos de tu pueblo; serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los que se encuentran inscritos en el libro.
Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: unos para vida eterna, otros para vergüenza e ignominia perpetua.
Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

 

Salmo

Sal. 15, 5 y 8. 9-10. 11

R/ Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 11-14. 18

Todo sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo, después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados.
Ahora bien, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Aprendan de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducen que el verano está cerca; pues cuando vean ustedes que esto sucede, sepan que él está cerca, a la puerta. En verdad les digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.

 

Comentario

 

Hoy celebramos el penúltimo domingo del Año litúrgico y, a la vez, la Jornada Mundial de los Pobres convocada por el Papa Francisco. La Palabra de Dios nos habla del final de los tiempos, la parusía, como realidad futura que vivimos ya aquí en esperanza, desde la que debemos iluminar nuestro presente. Nos invita a mirar al futuro que a todos nos aguarda, sin dejar de mirar todo aquello que nos rodea y que debe ser transformado según los criterios de Dios, tan distintos y distantes de los nuestros. Mirada directa y comprometida, especialmente hacia las situaciones más injustas, hacia las personas más vulnerables y desprotegidas, hacia los pobres como los hijos predilectos de Dios.

La primera lectura nos habla de tiempos difíciles como no los ha habido hasta ahora. Ciertamente en nuestro tiempo estamos viviendo dificultades grandes y de todo tipo en muchas partes del mundo, agudizadas por la pandemia y la crisis económica global. Pero también es cierto que cada época de la historia ha tenido sus propias dificultades y generaciones pasadas consiguieron transformar tales dificultades en logros, sus problemas en nuevas oportunidades.

Este texto nos invita de nuevo a confiar en Dios que nunca deja solos a sus hijos. Dios va a intervenir en nuestra historia para salvarnos. La última palabra la tiene sólo Él. Pero para ello siempre cuenta con nosotros. La resurrección y la salvación, que Dios Padre nos ofrece a todos los que creemos en Él, nos llenan de esperanza en medio de tantas dificultades. Confiamos siempre en el triunfo de la verdad sobre la mentira, del amor sobre el odio, de la paz sobre la violencia, de la justicia sobre la injusticia, de la libertad sobre la opresión, de la vida sobre la muerte, del bien sobre el mal. Y trabajamos en ello con las manos tendidas y abiertas a Dios y a todos los hermanos sin distinción.

La segunda lectura de hoy nos ofrece el último texto de la carta a los Hebreos cuya figura central es Cristo, sumo y eterno sacerdote. Se nos vuelve a recordar el significado del sacerdocio y del sacrificio de Cristo, ofrecido al Padre de una vez por todas en el altar de la Cruz. En consonancia con el conocido texto del profeta Oseas 6, 6 –misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos– lo que más vale a los ojos de Dios es la ofrenda de la propia vida, mucho más que los cultos, gestos, discursos o cosas que hagamos por Él. Y hay momentos en nuestra propia existencia en que es necesario ofrecerle todo, como lo hizo Cristo, unidos a Él en su propia ofrenda, dispuestos a ser insultados, calumniados, excluidos y clavados en la Cruz como le insultaron, calumniaron, excluyeron y clavaron a Él. En dichos momentos tendremos que repetir con la lengua y el corazón el salmo 15 que hoy leemos en la liturgia: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré”.

El evangelio de hoy forma parte del discurso escatológico de Marcos con que se cierra la actividad de Jesús, antes de entrar en la pasión. Es propio de la liturgia con la que culmina el año litúrgico usar esos textos apocalípticos que plantean las cuestiones finales, escatológicas, del mundo y de la historia.

Se nos habla explícitamente del regreso de Cristo resucitado, con poder y gloria, para reunir a sus elegidos, en el final de la historia y del mundo. A ese día o momento lo llamamos “la parusía”. Y no tiene por qué ser catastrófico o destructivo. Quizás todo lo contrario: restaurador y transformante. Dios Padre llevará a plenitud por medio de Cristo toda su obra creada en la que está incluida la humanidad entera, libre ya de toda forma de pecado y de muerte, para vivir resucitados en la eternidad del mismo Dios.

En el evangelio de hoy también Jesús invita a sus discípulos, entre los que estamos incluidos nosotros, con la imagen de la higuera, a discernir los signos de los tiempos. Se trata de saber distinguir, pensar, juzgar, cómo hemos de vivir, qué hemos de hacer, qué debemos esperar. Esto solo lo haremos bien si aprendemos, con la luz de la sabiduría de Dios, don de su Espíritu, a ver la mano de Dios en medio del mundo, en nuestra vida personal y en la de los demás.

La historia se va transformando así, poco a poco, hacia el proyecto de Dios, si sabemos distinguir y secundar su voluntad. Dios interviene en la historia con nosotros y por nosotros, nunca contra nosotros. Hacer realidad el mensaje central de Jesús –la llegada del reino de Dios– es también tarea de cada uno de sus discípulos. Transformar el mundo presente según los criterios de Dios, que conocemos por medio de Jesús en su Evangelio, es acercar al presente al regreso final de Cristo, es llevar nuestro mundo a donde Él está. En palabras de un teólogo de nuestro tiempo: “Dios tiene sus propios caminos para poner de manifiesto que en esta historia nada pasa desapercibido a su acción y de que debemos vivir con la espera y la esperanza del triunfo del bien sobre el mal; que no podemos divinizar a los tiranos ni deshumanizar a los hijos de Dios. Los tiranos no pueden ser dioses, porque todos los hombres son ‘divinos’ como imagen de Dios. Así es como se transformará esta historia a imagen del ‘reinado de Dios’ que Jesús predicó y a lo que dedicó su vida”.

Uno de los grandes signos de Dios en nuestro tiempo son los pobres. A través de ellos Dios nos habla y nos acompaña, denuncia nuestras injusticias y nos invita a la conversión y a la compasión. Los pobres, en cualquiera de sus formas, son la imagen vida de Cristo en medio de nosotros. Ignorarles es ignorar a Cristo; tener misericordia de ellos y compartir sus carencias y sufrimientos es acompañar a Cristo en el camino hacia la Cruz, vivo y presente en los particulares calvarios, tan desconocidos e inimaginables como reales, de tantos hermanos y hermanas que viven y padecen muy cerca de cada uno de nosotros.

Por último, no olvidemos nunca la frase lapidaria de Cristo en el evangelio de hoy: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Todo pasará, todo acabará; solo Dios es Eterno. Todo podrá cambiar, pero siempre tendremos a Cristo con nosotros. Él está cerca.

 

Oración

 

Señor, enséñanos a no amarnos solo a nosotros mismos,
a no amar solamente a nuestros amigos, a no amar sólo a aquellos que nos aman.
Enséñanos a pensar en los otros y a amar, sobre todo,
a aquellos a quienes nadie ama.

Concédenos la gracia de comprender que,
mientras nosotros vivimos una vida feliz,
hay millones de seres humanos, que son también tus hijos y hermanos nuestros,
que mueren de hambre, sin haber merecido morir de hambre;
que mueren de frío, sin haber merecido morir de frío.

Señor, ten piedad de todos los pobres del mundo. Y no permitas, Señor, que nosotros vivamos felices solos.

Haznos sentir la angustia de la miseria universal, y líbranos de nuestro egoísmo.

Amén.

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