Por un humanismo globalizado

¿Respuestas antiguas a nuevos problemas?
La globalización es una invitación a la apertura de las mentes. Es un desafío para ensanchar corazones y fronteras ante un cambio de época que supone también la caída de muros y la construcción de puentes relacionales y de redes sociales. Es un problema y también es una oportunidad. Las dos últimas décadas del siglo xx y las dos primeras décadas de este siglo xxi marcan un punto de inflexión en la historia para la formación de una nueva cultura en la que se quiebran certezas y dogmas. Ante esta realidad de la globalización y la interconexión mediática necesitamos rehacer la marcha histórica, repensar la cultura y la educación, repensar las instituciones, las nacionalidades, el humanismo y la persona.
En algunos países hay ciudadanos que dicen: “Hace veinticinco años aprobamos una Constitución para un país que ya no existe”. Algunas personas se preguntan: ¿Dónde está la institución en la que yo hice promesa de servir? ¿Dónde está la patria, el matrimonio, la familia en la que yo prometí permanecer? ¿Dónde está el humanismo en el que yo confiaba? ¿Qué pasó con las ideologías y sociedades paradigmáticas?
Sin embargo, estos interrogantes no desalientan nuestra opción por las personas y por el humanismo cristiano que nosotros defendemos. Los cristianos seguimos a una Persona más que a una ideología. Por eso nuestro humanismo es una forma de ver al ser humano (hombres y mujeres) capaz de transcenderlo. No perdemos la esperanza de progresar, crecer y desarrollarnos, pero sin perder el alma de la historia. Tenemos razones para ser optimistas, sin negar la realidad, porque nos guía la esperanza. No se trata de aventuras quijotescas, ni de idealismos platónicos, sino que esperamos y luchamos por un mundo mejor.
En la historia de la humanidad, al menos en Occidente, se han producido aperturas y globalizaciones a nuevas realidades en diversos momentos. Cuando cae el imperio romano occidental por la invasión de los bárbaros, se inicia un proceso transformador durante el medioevo hasta dar forma a una nueva Europa. Durante los siglos xv y xvi, con el renacimiento y el barroco, aparece una nueva globalización que suponían para los europeos abrirse a nuevas culturas y pueblos. Se conforma una nueva visión del mundo y se rehacen los mapas de la tierra. El humanismo de Francisco de Vitoria creó el derecho internacional para acoger a toda la gente y propuso nuevos métodos de evangelización. La astronomía proporcionó datos que suponía cambiar la forma de ver el universo. El barroco procuró conjugar lo apolíneo con lo dionisiaco, reconocer el orden y la armonía de lo clásico y acoger la imaginación y sentimiento de los bárbaros. El siglo xviii abrió sus puertas a la modernidad, a la globalidad enciclopedista, para dar cabida a la razón y a todos los saberes proporcionados por las letras, las artes, las ciencias y las técnicas. La mayoría de los Estados modernos, de las Constituciones republicanas y de los gobiernos democráticos están relacionados con esa apertura a nuevas relaciones sociales centradas en el hombre. Al finalizar el siglo xx y en el nuevo milenio nos preguntamos de nuevo por el futuro del humanismo.

Algunas propuestas desafiantes
para el humanismo globalizado
El humanismo de antaño y el actual procuran recuperar lo antiguo y abrirse a lo nuevo, establecer un diálogo entre las ciencias y las artes, la razón y la fe, respetando siempre al hombre en el centro. Al mismo tiempo reconocen que pueden existir otros centros de gravedad y de energía. Ahora bien, es importante saber de qué concepción de hombre partimos para construir el humanismo. ¿Un hombre que sea equilibrado, con las proporciones de Miguel Angel o de Leonardo da Vinci? ¿Un ser humano indefinido en su género, en su conducta y en su finalidad? ¿Un hombre perdido en la materia? ¿Una persona abierta a la transcendencia? ¿Un hombre capaz de renovarse y recrear la historia?
El humanismo postmoderno está abierto a la globalización, tiene que recuperar el pasado y mirar al futuro, redescubrir los héroes anónimos, reconocer el valor de los vencidos, apreciar la bondad de la pluralidad para la unión. El humanismo materialista de figuras gigantescas e inmutables está obsoleto; el humanismo racionalista de la modernidad no sirve en la actualidad; el subjetivismo romántico tampoco nos satisface… ¿Cómo será el ser humano que se va fraguando en esta nueva primavera?
El humanismo que esperamos será social y comunitario. Hemos de vivir juntos y convivir en paz. Hoy no sirve el individualismo para gobernar, producir, aprender, enseñar. En realidad, cuando dejan de existir príncipes y reyes también desaparecen los súbditos y la soberanía de las naciones. En regímenes de gobierno democrático lo más importante es el pueblo, los ciudadanos, las leyes y la separación de poderes. Al mismo tiempo, se entra en un sistema de relaciones internacionales, intercambio, aprecio y reconocimiento mutuo. El humanismo actual pasa por las redes sociales y las relaciones de colaboración amistosa. No somos únicamente objeto de ocio, de consumo y de producción sino sujetos de diálogo abiertos a la fraternidad. ¿Cómo serán las nuevas relaciones de un humanismo globalizado?
El humanismo postmoderno ha de ser capaz de globalizar la solidaridad. El personalismo cristiano siempre mantuvo la opción preferencial por los pobres. El nuevo humanismo globalizado no debe descartar ni marginar a ningún ser humano. El humanismo de la modernidad luchó para abolir los títulos nobiliarios, la nobleza de abolengo, las dinastías reales, las esclavitudes personales y laborales… ¿Qué logros podemos esperar del humanismo postmoderno y globalizado? ¿Dónde están hoy los marginados?
El nuevo humanismo dejará lugar a la gratuidad. La modernidad luchó por la justicia social, mientras que la propuesta de la postmodernidad es globalizar la gratuidad y la colaboración entre las personas. La sonrisa y la amistad son gratuitas. También el perdón es el gran regalo. El agua y el aire, la tierra, el cielo y los mares también deberían ser gratuitos. La gratuidad es una actitud vital libre y voluntaria más que la determinación por decreto para que los alimentos, los medicamentos, los libros sean gratuitos… La gratuidad impuesta para que todos sean iguales por obligación genera dependencia y paternalismo. La gratuidad libre, personal y voluntaria es hija de la solidaridad y la fraternidad. Los gestos gratuitos rompen la lógica del mercado. La vida se nos da gratis como el aire que respiramos. Gratuito debería ser nuestro compromiso para mantener sin contaminación el aire, la tierra y el agua. ¿Cómo será un hombre que fomente gratuitamente la fraternidad y globalice la gratuidad?
Otro desafío del nuevo humanismo es construir la libertad para dar vida, para decidir y ejercitar la confianza y la responsabilidad de manera recíproca. Es cierto que el ser humano no posee libertad absoluta y nace con las alas recortadas, pero nace con alas y necesita volar libremente. Sin ejercitar la capacidad de autodeterminación la persona se anquilosa y muere. El hombre necesita emprender, crear, expresarse y asociarse con libertad y responsabilidad. La libertad responsable es garantía de crecimiento personal y social.
El humanismo futuro debe aprender a procesar el fracaso y el dolor, la frustración y la muerte. Se dice que el hombre actual es frágil, tiene una personalidad líquida, es voluble y sin consistencia en su vida. La persona tiene que aprender a reconocer y aceptar su limitación y vulnerabilidad. No somos dioses ni tenemos todo de inmediato para alcanzarlo con la mano. El ser humano es consciente de su límite, su caducidad y su dolor. Está bien reconocer que el hombre está en el centro, pero sin querer usurpar el lugar de Dios. Cuando el hombre se endiosa y renuncia a ser creatura, sucumbe a sus instintos.
El humanismo globalizado requiere proyectar la historia. No se puede detener la historia ni repetirla. La verdadera historia se hace ejercitando la memoria y los sueños, mirando hacia el pasado y proyectando hacia el futuro. La historia nunca se identifica con el fatalismo ni con hechos ya pasados sino con los acontecimientos que dan sentido a la vida. La historia pasada, presente y futura siempre tiene sentido y finalidad. Está bien detenerse en los hechos, en sus causas y consecuencias, pero también podemos analizar los fines para transcender el pasado, porque el ser humano no se conforma con el tiempo pasado ni el porvenir, sino que tiene sed de transcendencia y eternidad.
El humanismo siempre busca pistas para reconocer la bondad, la belleza y la verdad. Estos valores dan transcendencia al ser humano. Necesitamos conocer, apreciar, querer de manera integral. No hay ética sin estética, ni belleza sin verdad. El ser humano se transforma con la valoración y el aprecio: don Quijote logró transformar el cuerpo de Aldonza con el alma de Dulcinea. El humanismo postmoderno está llamado a proponer modelos de belleza y bondad (kalos). Cuando algo es bueno, decimos: ¡Qué bonito! Cuando algo es lindo, decimos: ¡Qué bueno! Cuando hallamos la verdad de las alturas o de las profundidades en el ser humano, exclamamos: ¡Qué lindo! Eso mismo hizo Dios cuando descubrió su propia imagen en el hombre y la mujer: “Vio que era muy hermoso y bueno lo que había creado”.
El humanismo nuevo deberá optar por construir el bien común. Esta es precisamente la función que se atribuye a la política: buscar el bien común. La política es humana si está al servicio del bien común. No es humana la política que sirve solo a los más fuertes, ricos, privilegiados. El bien es común si redunda en bien de todos y no de unos pocos. ¿Cómo hacer este ejercicio propio de las personas y las sociedades para organizarse? ¿Cómo construir juntos los nuevos pueblos, ciudades y naciones? ¿Cómo ejercer la política y la ciudadanía al servicio del bien común sin poderes abusivos ni represores?
El humanismo de los nuevos tiempos es mediático, virtual, digital de imagen pluridimensional. Los contenidos del saber están a la mano, ya están almacenados por las ciencias informáticas y no se necesita retenerlos en nuestra memoria. Pero el humanismo actual no puede prescindir de la conectividad, de las redes, de las conexiones, de la sociedad global. Esta realidad permite que haya múltiples factores que inciden en la educación. La imprenta fue una adquisición del renacimiento, la escuela fue una propuesta que se generalizó después de la revolución francesa hasta llegar a nuestros días. Las publicaciones y las instituciones escolares nos han permitido ampliar y difundir el conocimiento, pero hoy existen otras vías de información y educación que se han incorporado en las sociedades postmodernas. El humanismo hoy no puede prescindir de ellas.
El humanismo actual y del futuro ha de ser humilde. Es propio del hombre contactar con el polvo de la tierra, con el barro, con la roca, con el cemento… Cuando el hombre se aísla, se transforma en egoísta; cuando el hombre prescinde de los otros se embrutece. Cada persona individual es importante, tiene su propia identidad y sus valores, sus circunstancias, origen y pertenencias. Sin embargo, el humanismo se desvanece sin el tú y el nosotros. La tentación del hombre actual es buscar a solas su propia realización. El mercado estimula el consumo y la competencia egoísta, pero las personas únicamente nos reconocemos y crecemos frente al tú que nos declara su amor. Solo podemos construir un humanismo globalizado en comunidad, en compañía de otras personas caminando juntos con un proyecto común.

Conclusión
El humanismo futuro estará abierto a la alegría, a la belleza y a la esperanza. Actualmente, en muchos lugares del mundo hay signos de frustración, cansancio y desesperanza, pero los valores interiores del hombre y de la mujer son más fuertes que las circunstancias externas de nuestra sociedad. El amor, la verdad, la belleza y la creatividad siempre son más fuertes que las adversidades y frustraciones.
Hoy necesitamos apostar por un humanismo nuevo, por un proyecto de nueva nación, por un mundo nuevo y mejor, por una vida de más calidad. Los cristianos tenemos motivos para no amilanarnos. La Iglesia se ha declarado experta en humanidad y en esperanza. El camino es largo y difícil, pero la globalización actual es oportuna para sembrar creatividad, para ejercitar el amor y recoger frutos de esperanza.
El misterio de la encarnación nos enseña que el mismo Dios se ha volcado hacia el ser humano. El Hijo del Hombre, Jesucristo, “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre…” (Flp 2.6-11). Con los ojos fijos en Cristo muerto y resucitado podemos globalizar el humanismo y la esperanza. Ω

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