II Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre Jose Miguel

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

16 de enero de 2022

Jornada de la Infancia Misionera

Por amor a Sion no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré.

A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.

Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: “No tienen vino”.

Lecturas

Primera Lectura

Lectura del Profeta Isaías 62, 1-5

Por amor a Sion no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tierra “Devastada”;
a ti te llamarán “Mi predilecta”, y a tu tierra “Desposada”,
porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores.
Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.

Salmo

Sal 95, 1-2a. 2b-3. 7-8a. 9-10a y c

R/. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.

Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R/.

Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. R/.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor. R/.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: “El Señor es rey: él gobierna a los pueblos rectamente”. R/.

Segunda Lectura

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios 12,4-11

Hermanos:
Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A este le ha concedido hacer milagros; a aquel, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Juan 2, 1-11

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:
“No tienen vino”.
Jesús le dice:
“Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora”.
Su madre dice a los sirvientes:
“Hagan lo que él les diga”.
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice:
“Llenen las tinajas de agua”.
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice:
“Saquen ahora y llévenselo al mayordomo”.
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice:
“Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”.
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.

Comentario

Comienza el Tiempo Ordinario del Año litúrgico, nuevo período en el que la Iglesia nos invita, desde la celebración del Bautismo del Señor el domingo pasado, a poner los ojos en Jesucristo, con quien como cristianos por medio del bautismo hemos de identificarnos. Y lo hacemos como discípulos, que constantemente miran y escuchan al Maestro para aprender de él, para contemplar su gloria y acrecentar nuestra fe.

Además, hoy en la Iglesia celebramos la Jornada de la Infancia Misionera, bajo el lema: “Con Jesús a Jerusalén. Luz para el mundo”. Los protagonistas hoy son los niños de nuestras comunidades, que sienten la llamada a ser misioneros de Jesús para ayudar a otros niños más necesitados con su oración y con las aportaciones que recaudan. Una vez más se nos recuerda que, en la Iglesia, todos somos misioneros, también los niños.

Todos somos conscientes de las tinieblas, penumbras y oscuridades del mundo en el que vivimos. El pecado y su consecuencia que es el mal, encarnado en personas concretas y también en estructuras sociales y políticas, sigue creando oscuridad y muerte por todas partes. El desánimo atrapa corazones generosos y espíritus intrépidos ante la imposibilidad de experimentar que sus esfuerzos por abrir nuevos horizontes a la luz son efectivos. Por eso, justo después del luminoso tiempo de la Navidad, esta celebración de la Infancia Misionera, en la que se nos recuerda que Jesús es la Luz del mundo, debe reconfortarnos en nuestras luchas y animarnos en nuestras decepciones para reafirmarnos en la convicción de que la luz de Cristo siempre prevalecerá sobre las tinieblas del maligno y del pecado. Y nosotros hemos de ser siempre los testigos vivos de esta luz, sin connivencias ni concesiones con la oscuridad del pecado y de la muerte en cualquiera de sus formas.

La Palabra de Dios de hoy, con otras imágenes, nos impulsa en la misma dirección. Jesús, junto con su Madre y sus discípulos, participa en una boda en Caná de Galilea. María, atenta como mujer y madre al detalle de lo preciso y necesario, constata ante su propio Hijo: “No tienen vino”. Cierto, no tenemos vino. El vino es símbolo de la ilusión, de la alegría, del buen ánimo, de la fiesta, incluso de la esperanza. También el vino es el elemento que después utilizará Jesús en la Última Cena como símbolo de su Sangre derramada para la vida del mundo. Ante la carencia, ante la impotencia, ante la necesidad, ante la urgencia, ante la injusticia… le pedimos a Jesús, con fe y confianza, que sea el nuestro vino, que transforme la realidad que nos rodea, que cambie en nosotros y en nuestra sociedad todo aquello que necesita ser cambiado y que ni siquiera somos capaces de entender o aceptar. ¡Jesús, luz para el mundo, vino nuevo y bueno, sangre derramada, no dejes de abrir puertas y horizontes donde todo parece cerrado, no abandones la obra de tus manos, no permitas que el mal agüe la fiesta de la caridad y la fraternidad a la que cada día invitas a toda la humanidad!

En la primera lectura, el profeta Isaías se hace eco de esta misma fuerza que brota del Espíritu de Dios: “Por amor a Sion no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha”. Por amor a Cristo y a su Iglesia, por amor a tantos y tantas que nos necesitan, tampoco nosotros podemos callar ni descansar hasta que la luz de la verdad y la justicia alumbren a toda la humanidad. Testigos de la luz de Cristo y comprometidos con Él hasta las últimas consecuencias, los cristianos de hoy somos los primeros artífices de un futuro mejor, más humano y cristiano, para cuantos nos miran y esperan.

Y esto, siguiendo lo que San Pablo dice a los Corintios, lo haremos siempre impulsados, no por gustos personales ni ideologías, sino por el mismo Espíritu de Cristo que se nos otorga a cada uno para el bien común. Cada uno según el carisma o don que ha recibido de Dios, cada uno en el ministerio o servicio al que nos ha llamado, cada uno en las actuaciones y obras concretas que se nos piden realizar en la Iglesia y desde ella, seremos artífices de la obra de Dios, de su proyecto maravilloso, que todavía está en ciernes. Hemos de vencer los individualismos, las divisiones, los protagonismos, las arrogancias, las exclusiones, los descartes… todo aquello que no brota del Espíritu de Dios y que daña su obra en la Iglesia y en la humanidad.

Ciertamente, es posible un mundo nuevo y distinto. Pero nuestras fuerzas y capacidades no bastan para conseguirlo. Lo mismo que Cristo transformó el agua en vino, también nosotros, con la fuerza de su Espíritu podremos cambiar, primero la dureza de nuestro corazón y después la frialdad de nuestra sociedad para que cada uno de nosotros seamos reflejos vivos de la ternura de Dios y nuestro mundo sea más cálido, más solidario, más fraterno, más cristiano.

Igual que en aquel tiempo María, Madre de Jesús y madre nuestra, abrió la puerta de la omnipotencia divina, también hoy, como niños confiados en su amor de Madre, le pedimos que nos ayude a abrir nuestro corazón y nuestro espíritu a su Hijo Jesús, a todo lo que Él nos llama y quiere concedernos, a todo lo que Él tiene previsto realizar a través de nosotros para bien de todos los que cada día comparten su espacio y su vida con cada unos de nosotros. Que sus palabras “hagan lo que Él les diga” no dejen de resonar en nuestra oración e iluminar nuestros pasos.

Oración

Querido Jesús, gracias por hacerte pequeño para decirnos cuánto nos quieres.

En el mundo hay muchos niños como Tú y como yo que necesitan ayuda y no te conocen. Te pido por ellos y por los misioneros que los cuidan.

Enséñame a ayudar yo también, haciendo cosas pequeñas con un amor muy grande. Llévame a Jerusalén, que quiero estar, como Tú, en las cosas de Dios Padre, y ser así yo también ¡luz para el mundo! Amén.

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