Hoy, 20 de marzo, III Domingo de Cuaresma, escuchamos el Evangelio según San Lucas capítulo 13 versículos 1-9.
(EVANGELIO)
Todos sufrimos, pero no necesariamente por nuestros pecados propios. Es cierto que en ocasiones sí. Si soy alcohólico puedo terminar con cirrosis hepática, destruir mi salud, mi persona, mi familia… y yo tengo la culpa. Si no educo bien a mis hijos, con mi oración, ejemplo, enseñanza y corrección, pueden salir mal educados y harán sufrir a toda la familia, especialmente a quienes más los quieren. Si fumo, si soy hipertenso, diabético y padezco otras enfermedades, y no hago caso al médico, no sigo su tratamiento, mi salud se deteriorará y no le puedo echar la culpa a Dios ni al médico. En todas estas situaciones sufro las consecuencias de cuyas causas soy el único responsable, y para sanar las heridas necesito una conversión propia. Pero también sufrimos por maldad y descuido de otras personas. Los hijos sufren cuando su papá los abandona, y ese sufrimiento llega hondo, y sólo el papá puede sanarlos plenamente. La esposa sufre y sufren los hijos cuando el esposo la deja y no cumple las promesas de amor eterno dichas en el noviazgo y en el tiempo del enamoramiento. Una familia llora mucho cuando un chofer borracho atropella a un familiar y/o queda como secuela dolorosas o muere, y tal vez cada uno de nosotros tiene una historia personal de dolor por causa de otra persona.
La solución de la maldad de quienes nos hacen sufrir no es el odio ni la venganza, porque así seríamos iguales a nuestros crucificadores. Nos convertiríamos de crucificados en crucificadores, la solución está en las siete palabras de Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Esta frase es el comienzo del Salmo 22 que termina manifestando confianza en el Papá Dios que siempre estará a nuestro lado. Reza este Salmo: “Padre, perdónalos que no saben lo que hacen”.
Como hizo Cristo en la cruz, lo mejor para nosotros es imitarlo: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”. Dios siempre perdona aun hasta los peores, y nos espera en su casa en el cielo.
“Mujer ahí tienes a tu hijo, hijo ahí tienes a tu mamá”, gracias Cristo por regalarnos a la Virgen María como madre. Ella te dice, en medio de tu dolor: “No temas, ¿acaso yo no estoy aquí, que soy tu mamá?”. Tengo sed; Cristo tiene sed de agua después de estar horas en la cruz, hoy tiene sed de que tu familia siempre esté unida y queriéndose más.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Hoy decimos: “Padre. en tus manos encomiendo mi vida, mis hijos, mi enfermedad, mi sufrimiento”. Está cumplido, que maravilla poder decir al final del día y de la vida “he cumplido tu voluntad Dios mío”.
También hay sufrimientos por circunstancias extrañas, enfermedades dolorosas y terminales, fenómenos atmosféricos, discapacidad de familiares, equivocaciones no deseadas de quienes nos tratan y otras experiencias dolorosas que cada uno ha sentido. Ante todo esto lo único que podemos hacer es abrazarnos fuertemente a un crucifijo, a una imagen de la Virgen, a quienes amamos y, aunque nunca entenderemos plenamente la adversidad que nos quita la calma, continuar hacia delante llevando la Cruz y estando conscientes de que no estamos solos, sino que Dios, la Virgen y las personas que nos quieren están al lado nuestro, ayudándonos a llevar la cruz de la vida, y así se instalará en nuestro corazón una gran paz.
Ante tantos pesares de la vida, el salmista Benjamín González Buelta, jesuita, nos ayuda a rezar con su Salmo, “Perdón sin condiciones”:
“Dios mío, tú nos regalas el perdón. No nos pides negociarlo contigo a base de castigos y contratos. “Tu pecado está perdonado. No peques más. Vete y vive sin temor. Y no cargues el cadáver de ayer sobre tu espalda libre”
No nos pides sanear la deuda impagable de habernos vuelto contra ti. Nos ofreces una vida nueva sin tener que trabajar abrumados por la angustia, pagando intereses de una cuenta infinita.
Nos perdonas con todo el Corazón. No eres un Dios de tantos por ciento en el amor. A este setenta y cinco y al otro solo veintirés”. Hagamos lo que hagamos somos hijos cien por cien.
Tu perdón es para todos. No solo cargas sobre el hombro a la oveja perdida, sino también al lobo manchado con la sangre del cordero. Perdonas siempre. Setenta veces siete saltas al camino para acoger nuestro regreso, sin cerrarnos tu rostro ni racionarnos la palabra, por nuestras fugas repetidas.
Con el perdón nos das el gozo. No quieres que rumiemos en un rincón de la casa nuestro pasado roto como un animal herido, sino que celebremos la fiesta de todos los hermanos, vestidos de gala y de perfume, entrando en tu alegría.
Te pedimos en el Padrenuestro: “Perdónanos como perdonamos”. Hoy te pedimos más todavía: enséñanos a perdonar a los demás y a nosotros mismos como tú nos perdonas a nosotros. Amén.
(CANTO)
La higuera es una de las plantas que más se mencionan en la Biblia. Este árbol es notable por su longevidad. Si bien puede crecer en estado silvestre, para que produzca buen fruto ha de ser cultivado. Tiene ramas muy extendidas y puede alcanzar 9 metros de altura y su tronco puede superar los 60 cm. de diámetro, por eso es muy apreciada por su sombra. Las higueras producen básicamente dos cosechas al año, junio y septiembre. El higo es alimento y medicina. En vista de la importancia de la higuera en la vida, la Biblia la menciona muchas veces en sentido figurado. Jesús la menciona en la parábola de hoy, que hemos escuchado al final del Evangelio.
Cada uno de nosotros es mejor que la maravillosa higuera. Ella produce frutos dos veces al año, nosotros podemos producir frutos de amor los 365 días del año en medio de la viña de nuestra persona, nuestra familia, la Iglesia y la sociedad. Los agricultores quitan las ramas secas y que ya no producen, para dar vitalidad al resto de la planta. Nosotros hemos de reconocer lo malo que nos daña y extirparlo, como el cirujano lo hace con la parte del cuerpo dañada y que puede seguir dañando.
Reconocemos en estos días de Cuaresma lo malo de nuestras vidas; lo arrancamos.
Esta oración nos puede ayudar mucho:
“Yo confieso, así, sin tapujos y sin rodeos, ante Dios Todopoderoso, ante el cual no hay nada oculto, y ante ustedes hermanos, ante quienes también soy culpable y responsable, que he pecado mucho. Así, tal como suena… Que soy peor de lo que parezco, y cuando me juzgan mal se quedan cortos, pues he pecado de todas las maneras posibles: de pensamiento, palabra, obra y omisión… Y no echo la culpa a nadie, porque ha sido siempre: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Pero estoy sinceramente arrepentido; tanto… que voy a reparar mis pecados cuanto antes y de la manera más plena posible. Ahora bien, veo que necesito toda la bondad de Dios para merecer el perdón y toda su fuerza para rehacer mi vida. Por eso ruego a Santa María Virgen, a lo ángeles, a los santos… y a ustedes hermanos que rueguen por mí ante Dios Nuestro Señor”.
Y ahora abonamos nuestra higuera, nuestra vida, con la Palabra de Dios, leída, meditada, rezada, con partida dividida. En esta Cuaresma, el rezo de los Salmos nos ayuda a la renovación de nuestras vidas. El Salmo que se lee hoy en la liturgia es el 103. Envíe al arzobispado la frase de este Salmo que más le cautivó (teléfono 78624000); y con la gracia de Dios se renovará la higuera de nuestra vida, y esperamos llegar santos a la Semana Santa, y podremos rezar juntos esta Acción de Gracias:
“Gracias, mamás y papás, por haber dicho sí a la vida de sus hijos desde el seno materno. Gracias, mamás y papás, por educar a sus hijos y enseñarles el amor a Dios y al prójimo. Gracias, abuelos y abuelas, por transmitir en el hogar la sabiduría que viene de los años y de la fe en Dios. Gracias, hijos y nietos, por amar a sus padres y abuelos, cuidarlos y respetarlos y acompañarlos. Gracias, tíos, por haber sido en muchas ocasiones otros papás y mamás para tantos sobrinos. Gracias, hermanos y primos, por habernos regalado tantos testimonios de vivencia de la fraternidad. Gracias a aquellos vecinos que han confirmado la veracidad del dicho popular: “¿Quién es tu hermano?, tu vecino más cercano”. Gracias, familias cristianas, por reunirse los domingos para orar, comer juntos y compartir las penas y alegrías de la semana”.
(CANTO)
El Papa, el miércoles pasado, ha rezado esta oración en la plaza de San Pedro:
“Perdónanos la guerra Señor. Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de nosotros pecadores. Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros. Señor Jesús, muerto en brazos de la madre en un búnker de Járkov, ten piedad de nosotros. Señor Jesús, enviado veinteañero al frente, ten piedad de nosotros. Señor Jesús, que ves todavía las manos armadas en la sombra de tu cruz, ten piedad de nosotros. Perdónanos señor, perdónanos, porque aunque no contentos con los clavos con los que atravesamos tu mano seguimos debiendo la sangre de los muertos desgarrados por las armas. Perdónanos, si estas manos, que habías creado para custodiar, se han transformado en instrumentos de muerte. Perdónanos, Señor, si seguimos matando a nuestros hermanos. Perdónanos si seguimos como Caín quitando las piedras de nuestro campo para matar a Abel. Perdónanos si seguimos justificando con nuestro cansancio la crueldad, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestras acciones. Perdónanos la guerra, Señor. Perdónanos la guerra, Señor. Señor, Jesucristo, Hijo de Dios, ¡te imploramos! ¡Detén la mano de Caín! Ilumina nuestra conciencia, no se haga nuestra voluntad, ¡no nos abandones a nuestras acciones! ¡Detennos, Señor, detennos! Y cuando hayas parado la mano de Caín, cuida también de él, es nuestro hermano. Oh Señor, ¡pon un freno a la violencia! ¡Detennos, Señor! Amén.
Padrenuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve María, llena eres de gracia… El señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
(CANTO)
Recibimos la bendición del Señor, inclinamos la cabeza para recibirla:
Dios Padre Misericordioso, les conceda a todos ustedes, como al hijo malo, el gozo de volver a la casa paterna… Amén.
Cristo, modelo de oración y de vida, los guíe a la auténtica conversión del corazón a través del camino de la Cuaresma… Amén.
El Espíritu de sabiduría y fortaleza los sostenga en la lucha contra el maligno para que puedan celebrar con Cristo la victoria pascual… Amén.
Y la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes, sobre sus familias y los acompañe siempre… Amén.
(CANTO)
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