Tercer Domingo de Cuaresma

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

20 de marzo de 2022

El Señor dijo a Moisés: “He visto la opresión de mi pueblo”.

El que se crea seguro, cuídese de no caer.

“Si no se convierten, todos perecerán de la misma manera”.

Lecturas

Primera Lectura
Lectura del Libro del Éxodo 3, 1-8a. 13-15
En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián. Llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, la montaña de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.
Moisés se dijo: “Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver por qué no se quema la zarza”.
Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: “Moisés, Moisés”.
Respondió él: “Aquí estoy”.
Dijo Dios: “No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado”.
Y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”.
Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios.
El Señor le dijo: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos.
He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”.
Moisés replicó a Dios: “Mira, yo iré a los hijos de Israel y les diré: ‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’. Si ellos me preguntan: ‘¿Cuál es su nombre?’, ¿qué les respondo?”.
Dios dijo a Moisés: “’Yo soy el que Soy’, esto dirás a los hijos de Israel: ‘Yo soy’ me envía a vosotros”.
Dios añadió: “Esto dirás a los hijos de Israel: ‘El Señor, Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación’”.

Salmo
Sal 102, 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 11
R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R/.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa, y te colma de gracia y de ternura. R/.
El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel. R/.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre los que lo temen. R/.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios 10, 1-6. 10-12
No quiero que ignoren, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y por el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.

Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo codiciaron ellos. Y para que no murmuremos, como murmuraron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador.

Todo esto les sucedía alegóricamente y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se crea seguro, cuídese de no caer.

Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 13, 1-9
En aquel tiempo se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús respondió:
“¿Piensan que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Les digo que no; y, si no se convierten, todos perecerán lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿piensan que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les digo que no; y, si no se convierten, todos perecerán de la misma manera”.
Y les dijo esta parábola:
“Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador:
‘Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?’.
Pero el viñador respondió:
‘Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar’”.

Comentario

Ya en la mitad del camino de la Cuaresma hacia la Pascua, la Palabra de Dios de hoy de nuevo nos interpela y enriquece en nuestro deseo de renovar nuestra condición de bautizados y de imitar a Cristo en la vida cristiana de cada día. Son muchos los detalles y las sugerencias que encontramos en estos textos. Comentaremos solo algunas, dejando al Espíritu la tarea de iluminar a cada uno en lo que más conviene.

El primer mensaje lo encontramos en la primera lectura. Nuestro Dios es un Dios cercano y atento a nuestras necesidades. Se acerca a Moisés a través de la zarza ardiente y lo llama por su nombre para hacerle saber que ha visto la opresión de su pueblo en Egipto y ha oído sus quejas contra los opresores. “Conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra”. El Dios de la Creación, del que todo procede y hacia quien caminamos, ha querido formar parte de nuestra historia humana. Entra en ella desde el principio para establecer una alianza de amor, primero con el pueblo de Israel, que después se extenderá por medio de Jesucristo a toda la humanidad. No nos ha dejado solos. Nuestros dolores le duelen, nuestros sufrimientos le hacen sufrir.

En el momento histórico en que vivimos todavía hay muchos pueblos y regiones en el mundo que claman por la libertad. Ese grito le llega a Dios, que también nos llama como a Moisés y nos envía para que vayamos en ayuda de su pueblo. Las ambiciones y egoísmos, la arrogancia y prepotencia siguen generando situaciones catastróficas en muchos lugares de nuestro planeta. La situación en Ucrania es una de ellas, pero por desgracia no la única. Y Dios sigue escuchando el grito de sus hijos y sigue buscando quien esté dispuesto a ir a hablarles en su nombre.

Ciertamente las esclavitudes peores quizás son las que no se ven, las interiores, las que se aceptan incluso como algo bueno y necesario, como algo a lo que nos acostumbramos y nos parece insuperable. En este tiempo de Cuaresma podemos reflexionar y pensar en ello: ¿qué es lo que me atenaza?, ¿qué cosas, situaciones, personas no me dejan vivir en la libertad a la que Dios me llama? El pecado, en cualquiera de sus formas, es la peor cadena que nos puede atrapar. Qué importante es identificarlo para después pedirle a Dios la gracia de superarlo y vencerlo.
La segunda lectura nos invita a la humildad, a no creernos buenos o santos antes de serlo, a estar siempre alerta para no caer en la murmuración, para no codiciar el mal en cualquiera de sus formas o situaciones. San Pablo advierte a los Corintios de este peligro y también a nosotros. No podemos caer en la tentación de la mediocridad, del “ya hago bastante”, del “ya quisieran otros ser como yo”. La vida cristiana exige una tensión constante hacia el bien en continua revisión de vida. Nuestra meta es parecernos a Cristo en todo y eso nunca acabamos de conseguirlo.

En el Evangelio de hoy, Jesús mismo nos insiste en que hemos de estar siempre alerta, en actitud de dar frutos, de ser fecundos en la vida. No son nunca castigo de Dios las desgracias propias o ajenas. Dios nunca castiga con sufrimientos a quienes ama desde toda la eternidad. Somos nosotros los que provocamos tantos sufrimientos a los demás, incluso a nosotros mismos, cuando caemos en la indolencia, en el aislamiento, en el egoísmo que hace de nuestra vida una vida estéril, sin frutos, sin fecundidad. A pesar de ello, Dios sigue cada día concediéndonos una nueva oportunidad, un nuevo tiempo, para rectificar, para reavivar, para reiniciar el camino, para corregir, para mirar a los demás y servirles desde nuestra pobreza y pequeñez.

Jesús nos invita a la conversión, al cambio de actitud y de mentalidad, a la renovación interior y a la lucha continua contra todo aquello que es pecado en nuestras vidas. Y es tajante: “Si no se convierten, todos perecerán”. Esto es, la renuncia a la conversión nos lleva a la muerte; muerte anímica y espiritual; esterilidad vital e infecundidad total. Por eso el cristiano auténtico es el que constantemente está poniendo en tela de juicio sus planteamientos y actitudes, sus decisiones y acciones. Y lo hace a la luz del discernimiento iluminado desde la Palabra de Dios, desde la guía y acompañamiento de los maestros del espíritu, y sobre todo, desde el contacto directo con Jesús en la oración, en la confesión, en la Eucaristía, en la Iglesia.

Si nos ponemos en sus manos, Jesús, Buen Viñador, cavará a nuestro alrededor, abonará nuestro terreno, nos librará de las malas hierbas, nos revitalizará en nuestras decepciones y nos impulsará hacia metas totalmente desconocidas e inesperadas. Basta querer y confiar en Él.

Oración

En esta tarde, Cristo del Calvario, vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados, cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías, cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad, cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor, cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada, huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada, estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo la llave santa de tu santa puerta. Amén.

(Himno de la liturgia de las horas)

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