La esperanza puesta en la mujer

Por: Lisandra Peguero Ramírez

Un proyecto de vida
Un proyecto de vida
Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia
Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia

La congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia fue fundada en 1862 en Varsovia, Polonia. Su objetivo era trabajar con las muchachas que necesitaban un cambio en su moral como mujer. La congregación también es reconocida por la santa Faustina Kowalska, una religiosa que durante trece años en la vida conventual, tuvo muchas visiones y encuentros con Jesús. En uno de ellos recibió un mensaje consolador para el mundo sufriente, que solo podría definirse como “la infinita misericordia de Dios”.

La religiosa tendría que trasmitir al mundo entero este mensaje. A partir de entonces, el carisma de la congregación no solo quedaría en el cambio, sino en mostrar que la única tabla de salvación es la misericordia de Dios que no rechaza a nadie, que siempre perdona como buen padre que espera con los brazos abiertos al hijo que se perdió en los caminos del mundo.

Cada día, a las 3:00 p.m., las hermanas rezan e imploran la infinita bondad de Dios por las intenciones del mundo entero y, de modo especial, de quienes necesitan más de su misericordia, como son las mujeres que pierden su dignidad y niegan ser portadoras de vida. Además, como herederas de toda la devoción a la Divina Misericordia, veneran la imagen de Cristo Misericordioso (Jesús con dos rayos, blanco y rojo), en clara alusión a una de las apariciones de Jesús a santa Faustina, en la que le dijo que orando con confianza delante de Él, las personas obtendrán todas las gracias que necesitan en esta vida y la salvación para la eterna.

El 19 de mayo del 2015, por invitación de monseñor Juan de la Caridad García, entonces arzobispo de Camagüey, dos de las hermanas llegaron a esa arquidiócesis para proclamar la misericordia de Dios en la oración, la palabra y la misión. Sus servicios comenzaron en la parroquia del Cristo del Buen Viaje, en la ciudad capital del territorio; allí trabajaron con los niños en la catequesis, acompañaron a jóvenes y a enfermos, además de visitar durante un año todos los grupos del apostolado de la Divina Misericordia de la región eclesial.

Un proyecto de vida

¿Cómo descubre la mujer dónde comienza y termina su dignidad?, ¿qué le sucedió a la conciencia humana que fue arrastrada con el pasar del tiempo?, ¿dónde quedó la mirada de la vida en cada mujer cubana?

Estas fueron tres preguntas que se hicieron una laica colaboradora y una religiosa de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia. Las interrogantes impulsaron el emprendimiento de un camino para responder a ellas. Así nació el proyecto Esperanza, iniciativa que hoy promueve el valor de la vida e insiste en el reconocimiento de la maternidad como un don sagrado y único que le fue concedido a la mujer.

Salvar la vida del bebé que lleva en el vientre una mujer es el sentido de esta misión. Pero, ¿cómo salvar esa vida si antes no salvamos la de la madre? Para ella, el proyecto quiere ser esa esperanza perdida con el pasar del tiempo; ser esa realidad que asegura: “Sí se puede”. Ser esa muestra de amor y comprensión que se perdió por tantas mentiras y desilusiones. De ahí el nombre Esperanza, pues a tono con la conocida frase popular, “es lo último que se debe perder”.

Desde la cercanía, el proyecto le recuerda a la mujer que Dios la ama y que ella es importante para Él; que dio a su único hijo para que seamos felices a su lado. Nuestro gozo está en que la mujer se reconozca como portadora de vida y comprenda que su mayor grandeza está en su amor y compasión.

El Proyecto Esperanza tiene tres dimensiones: la labor con la mujer que se ha hecho un aborto, con la que está embarazada y no quiere tener a su bebé, y con los jóvenes que en el día de hoy perdieron el valor de la vida. Tenemos la misión de llevar la esperanza a las mujeres que no ven salida a situaciones difíciles.

Proyecto Esperanza
Proyecto Esperanza

A tono con las palabras de san Juan Pablo II en la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, para el proyecto Esperanza, la dignidad de la mujer y su rol como madre es una de sus prioridades. Así, en el documento referido, el Sumo Pontífice apunta: “La maternidad, ya desde el comienzo mismo, implica una apertura especial hacia la nueva persona; y este es precisamente el ‘papel’ de la mujer. En dicha apertura, esto es, en el concebir y dar a luz el hijo, la mujer ‘se realiza en plenitud a través del don sincero de sí’. El don de la disponibilidad interior para aceptar al hijo y traerle al mundo está vinculado a la unión matrimonial que, como se ha dicho, debería constituir un momento particular del don recíproco de sí por parte de la mujer y del hombre”.
Cada acción que demuestra la verdadera vocación de la mujer es muy importante en esta civilización. Ninguna mujer debe sentirse ni humillada, ni abusada, porque por la vocación que recibió como portadora de la vida, ya es privilegiada.

Ser madre no es solo dar a luz, significa dar amor a ese hijo que busca en ella apoyo, pues sabe que ella siempre estará para él. Una madre ama, confía en su hijo, desea el camino correcto para él. Todos estos valores y enseñanzas queremos trasmitirlos a nuestras madres como un mensaje del proyecto.

Cuba es un país donde la mayoría de las madres crían a sus hijos solas. De ahí que la experiencia que el proyecto ha tenido con las embarazadas que se arrepienten de abortar, es diferente. Nosotros les ofrecemos la verdad que no tiene raza, creencia religiosa, ideología, partido; solo la verdad del amor y la vida que las lleva a un solo camino. Queremos ser ese aliento de esperanza que traiga de regreso a esta Isla la Fe en el amor de Dios; esa Fe que no teme ir al lado del vagabundo, del exconvicto, del político, del doctor, de la maestra, del ama de casa.
Para concluir queremos compartir un testimonio, que quizás sirva de ejemplo para muchas y muchos.

Se trata de una familia de cuatro mujeres valientes que han decidido defender la vida sobre cualquier circunstancia. En el año 2018, nos encontramos en la sala de espera del Centenario (lugar donde se realizan abortos) a una enfermera de cuarenta y dos años, quien quería interrumpir su embarazo. Según nos dijo, su esposo la había abandonado, dejándola con dos hijas, una de dieciséis y otra de siete. Se había ido a España en busca de una vida mejor. Ella vivía sola con sus hijas, su madre y una sobrina. Al escucharnos en el hospital, se dio cuenta de que iba a atentar contra lo que ella apoyó y defendió en sus años como enfermera; reflexionó y cambió de decisión. Muy cerca del parto, la sobrina se le acercó, le dijo que estaba embarazada y su novio no apoyaba que lo tuviese. Ella le brindó su apoyo, contagiándole valentía para que se arrepintiera como una vez ella lo hizo. La historia no termina aquí. Poco tiempo después, su hija, de dieciséis años, llegó a la casa embarazada. La respuesta de su madre fue simple: “tendremos otro miembro en la familia”. Las tres tuvieron varones y hoy son madres orgullosas y felices por sus hijos.

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