Durante un encuentro con jóvenes del mundo, en marzo de 2018, el Papa Francisco dijo, en respuesta a una chica africana víctima de la prostitución, que “la trata de personas es un crimen contra la humanidad y servirse de mujeres es un crimen […] Si un joven tiene esa costumbre que la deje. Porque se convierte en un criminal. No es hacer el amor, es torturar a una mujer”.1
Estudios recientes refieren que solo el 5 % de las mujeres que ejercen esta actividad la considera “un trabajo como otro cualquiera” y afirma haberla elegido libremente. El resto, o sea, el 95 %, argumenta que lo hace por necesidad, porque no tiene otra salida para ganarse la vida y asegura que no le gusta ni lo quiere para sus hijas.2
El propio Francisco, en su diálogo con los jóvenes, la definía como “la esclavitud del presente”, y destacaba que “en Italia, el 90 % de los clientes son bautizados, católicos. Y son muchos”,3 alegaba con pena.
En Cuba, aunque como fenómeno no conocemos la magnitud que alcanza, la prostitución existe, siempre ha existido. Si bien a raíz del triunfo revolucionario de 1959 la situación de las mujeres que ejercían este “oficio” cambió en gran medida, debido, principalmente, a las opciones de educación y desarrollo que aparecieron para ellas, las carencias materiales que atravesó la Isla a inicios de la década del noventa del pasado siglo, la rápida circulación del dólar y la apertura al turismo internacional, condujeron a la propagación del comercio sexual como un modo de supervivencia que hasta hoy se mantiene, haciéndose acompañar de otras tendencias o manifestaciones.
Presente en Cuba desde el 2007, la Congregación Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad busca acercarse a la mujer afectada por diversas formas de esclavitud, en especial, la prostitución. Con una gran experiencia internacional, las hermanas de este instituto religioso, siguiendo la vocación primera de su fundadora, santa María Micaela del Santísimo Sacramento, acogen a jóvenes expuestas a esta realidad y a través de diversas acciones de acompañamiento y de formación, las ayudan a rehacer sus vidas, que es igual a decir: crecer y liberarse.
Las Adoratrices, como suele identificárseles, trabajan inspiradas por el Magisterio de una Iglesia en salida que anuncia a Cristo como su verdadero líder. La dinámica de un actuar que no hizo distinciones y cuya mirada reposó, preferentemente, sobre los marginados y los olvidados, es la misma que atraviesa el hacer de las hermanas en Cuba. Salen en busca de estas mujeres, no las esperan. Llegan hasta los espacios donde se prostituyen y ahí las invitan a participar de sus experiencias de desarrollo. Esa es la propuesta y su manera de comunicar a Jesucristo.
Por supuesto que una obra de este tipo no puede cerrarse en un templo, porque se asfixia, se enferma. La dinámica de estar siempre en salida, la convida a reinventarse constantemente para responder a las tipicidades de cada ambiente, época o circunstancia social. Cuba, por ejemplo, constituyó un gran reto, para el que la congregación tuvo que ajustar maneras de intervención. “La prostitución en este país no es tan visible como en otros lugares donde trabajamos, pero aunque de manera más solapada, está. Basta con mirar más allá de nuestras narices y nos toparemos con una situación alarmante, en la que la mujer es la mayor víctima”, afirma una de las Adoratrices que hoy trabaja en la Isla.
Más que números, son nombres…
De acuerdo con lo que nos dice la hermana Lucía Mocho, boliviana, el propósito de esta comunidad religiosa es que las mujeres víctimas de la prostitución descubran sus valores, conozcan sus potencialidades y logren su integración personal y reinserción social. “Para ello hemos concebido el Programa Sicar, como un espacio donde reciben orientación, atención psicosocial y apoyo general, al tiempo que les ofrece la oportunidad de incorporarse a otros cursos y talleres formativos dentro de la Iglesia católica”.
Pudiera hablarse de más de trescientas mujeres beneficiadas por el Programa Sicar en La Habana, pero la cifra pierde importancia cuando escuchamos el testimonio de algunas de ellas, que hoy se reconocen libres, seguras y capaces de emprender la vida sin necesidad de exponerse a una relación sexual en la cual solo son consideradas como objetos.
Según precisa la hermana Lucía, la mayoría de las mujeres que se incorporan al Programa, llegan con baja autoestima, infinidad de miedos y una angustia mantenida durante años. “Muchas –para no ser absoluta– se sienten sucias, no dignas de respeto, cariño y, mucho menos, admiración. Al escucharlas, es fácil imaginar cuántos traumas, frustraciones, odios, violencia, perversiones… acumulan en sus cuerpos y en sus mentes. Han vivido experiencias sexuales donde lo que media es el pago por un servicio, y ese servicio implica actos muy degradantes”.
Casi el noventa y nueve por ciento de las jóvenes que han integrado este Programa en La Habana, nos asegura la hermana, entraron a la prostitución por necesidades económicas o familiares: “Son muchachas que llegan de otras provincias, sin vivienda en la capital y, por consiguiente, sin trabajo, pues no tienen dirección domiciliar que las ampare. Algunas dicen que en el lugar de donde vienen, no encuentran qué hacer ni qué comer. La Habana asoma como un paraíso, pero al no hallar lo que esperan, empiezan a buscarse la vida de otra manera y entran en la prostitución”.
“Nosotras nos enfocamos en despertar en ellas toda la potencialidad que tienen para que puedan vivir una vida autónoma”, explica la hermana. “Ponemos a su disposición alternativas psicosociales, educativas y de formación humana. Les brindamos talleres de capacitación, clases de manualidades, actividades físicas, experiencias de empredimientos… Les incluimos terapias de canto y también clases de teatro. Hemos visto que los talleres les resultan muy positivos, porque muchas de ellas expresan a través de las artes lo que han vivido, y eso les permite descargar sus angustias, expresar el dolor y compartirlo. Es muy hermoso cuando ves que el agobio mantenido cae, pero más gratificante es verlas ponerse de pie y decir: ‘Yo puedo verme de otra manera’. Y se ven de otra manera, porque se dan cuenta de que pueden cantar, hacer manualidades, estudiar un idioma… actuar en el teatro, emprender un pequeño negocio”.
En algunas actividades afines con el Programa, las Adoratrices han implicado a familiares y amigos de las beneficiarias. De esta manera, la familia también comienza a vivir un despertar. “No es que solo ellas se vean de otra manera, asegura la hermana, sino que las vean de otra manera”.
Hacer presente la vida entre mujeres que se prostituyen o son víctimas de otras expresiones de violencia, es la misión de estas religiosas, mujeres también, que hallan en la adoración a Jesús Sacramentado la mayor de las inspiraciones. Sin embargo, su quehacer no hace distinciones. Para ellas lo importante son los derechos de las personas. No les importa si son creyentes, ateas, si tienen otra religión, si quieren convertirse… Evangelizan a través de su trabajo, de la relación que establecen con las chicas. Por supuesto, si alguna desea iniciar un camino de fe, la acompañan.
Hoy son muchos los números que se traducen en rostros y nombres concretos de mujeres que han crecido en autoconocimiento, han mejorado su estabilidad emocional y han logrado desarrollar habilidades básicas para el empleo, hallar trabajo y, en algunos casos, emprender su propio negocio.
Sarah
Tiene veinticinco años. Vive en La Habana, es natural de un pueblo rural de Granma. A los dieciséis años se fue de su casa, siempre quiso ser independiente, pero confiesa que el sitio donde nació no le ofrecía muchas opciones para salir adelante. Por eso vino para la capital. En casa dejó a su mamá y a su hermana; su papá fue de misión internacionalista a Venezuela y durante tres años no supieron nada de él. Pasado el tiempo regresó casado con una venezolana.
“A raíz de todo eso, decidí irme de mi casa. Aunque mis padres se separaron, mi mamá después quiso volver con él y yo no estaba de acuerdo, prefería verla sola a continuar con una persona que durante años nos borró de su vida. A eso se sumaba mi abierta orientación sexual, soy gay, y eso me traía muchísimos problemas con la gente del pueblo.
”Soy pasiva, pero por ser gay siempre ha habido personas que buscan agredirme… Y siempre, sin siquiera percatarme, cuando era más joven, estaba en líos de policía. Me insultaban, y como yo era tan niña, reaccionaba explosivamente y terminaba en una pelea callejera. En mis antecedentes penales constan hechos por los que ni siquiera me celebraron juicio y, sin embargo, aparecen ahí como marca para toda la vida. Yo era un foco en aquel campo, tenía que irme.
”Vine sola, me alquilé, pasé trabajo, hambre, necesidad… Primero viví en Mayabeque, después conocí a una muchacha y ella me haló para La Habana. Me volvió loca, me manipulaba como quería… Fue quien me convidó a hacer cosas que nunca habían pasado por mi cabeza. Cosas terribles que me avergüenzan. De pensar en lo que hice, en cómo me prostituí para ganar unos pesos, me viene una tristeza enorme. Nunca me sentí cómoda, y mucho menos feliz.
”Solo ahora, después de haber pasado esta experiencia con las Adoratrices, me doy cuenta de que no tenía necesidad de hacer nada de eso. Tengo facilidad para las manualidades, me encanta la artesanía, el dibujo, el trabajo con la madera, hago bonsáis… soy buena en eso. De hecho, ahora estoy terminando de montar mi propio estudio de tatuaje”.
Sarah trabajaba como tatuadora cuando conoció a las hermanas. Entró al proyecto junto con su pareja, quien de vez en vez le insistía y hasta la convencía para prostituirse y ganar dinero.
“Hubo una hermana, Begoña, que ya no está en Cuba, a quien le debo mi libertad. Ella me dio muchos consejos, me acompañó, me regañó, pero siempre con el deseo de ayudarme a salir de la vida que llevaba. Me decía: ‘Mira, tienes que ser independiente, haz tu vida; tú eres capaz de salir adelante sola’. Tenía razón. En el programa aprendía muy rápido las manualidades, me encantaban los cursos, participaba de cada terapia de grupo. Mientras escuchaba las historias tan terribles que contaban las otras muchachas, me fui percatando de que yo tenía todo para replantearme la vida, y ese todo era yo misma. Por supuesto, aquella relación enfermiza y de dependencia que tenía con mi pareja, la terminé.
”Al finalizar en el Programa, las hermanas me regalaron un dinero para que abriera mi propio negocio. Sé que lo hicieron porque ellas confían en mí. Pero me operaron de apendicitis y estuve grave; me pasé tres meses fuera de La Habana. Perdí el lugar donde estaba viviendo, es decir, el alquiler donde me encontraba; me quedé sin nada. Gracias a Dios, apareció el lugar donde estoy hace como un año, y actualmente monto mi propio estudio de tatuaje; ya pronto debo terminarlo.
”El Programa de las hermanas me cambió la vida. Hubo testimonios de otras muchachas que me ayudaron mucho, historias que me impactaron… Recuerdo que en algunos encuentros, al escucharlas, me decía: ‘Bueno, si a ella le pasó todo eso y pudo salir de ese mundo, ¿por qué yo no voy a poder?’. La mayoría de ellas se prostituye y tiene al lado una pareja que reconoce como su esposo. Ese es justamente quien la manda para la calle y después le quita el dinero. Y si no llega con dinero, la golpea hasta dejarla casi por muerta, delante, incluso, de los hijos. Aquí vi muchas de esas mujeres golpeadas, eso me dolía en el alma. Otras tenían problemas familiares, sus padres las botaban de sus casas si no traían dinero.
”La manera más fácil, aparentemente, es salir para la calle y por un poco de dinero, vender tu cuerpo, hacer cualquier cosa que el cliente pida. Para mí, lo confieso, nunca fue fácil. Y nunca haré nada parecido. Actualmente puedo trabajar con lo que tengo… Llevo ocho años en el negocio del tatuaje. He ayudado y he enseñado a otras personas, quienes me lo agradecen y llegan hasta donde estoy y me apoyan.
”¿Planes? Comprar mi casa, de ahí para allá no sé qué decir… No pienso regresar jamás a la vida que tenía. Si algún día conozco a alguien e intenta que vuelva a la prostitución, le mostraría el Programa. La invitaría a hablar solo cinco minutos con todas esas muchachas para que le cuenten su vida… solo cinco minutos para que sepa lo cruel que es esa vida que quiere llevar”.
Yudith
Cuando era niña, su madre siempre estaba fuera. A ella y a su hermanito los cuidaba algún conocido. La mamá era prostituta. Vivían en Guantánamo. Su infancia viene acompañada de recuerdos oscuros, como el de aquella tarde en que visitó la casa de un conocido de la familia para recoger unas sandalias y él intentó violarla. De allí salió sangrando por la cabeza, medio desnuda, la ropa hecha pedazos… Tenía ocho o nueve años.
“Soy graduada de Contabilidad, y trabajé en eso, pero como no vi resultado alguno, no seguí ejerciéndolo. Fue como a los dieciséis años, en Santiago de Cuba, donde vivía mi papá, que tuve mi primera relación con un extranjero. Aquel hombre casi me triplicaba la edad. No la pasaba tan mal con él, me llevaba a lugares bonitos, conversábamos, pero a cambio tenía que soportarle muchas pesadeces, ofensas y maltratos.
”Después tuve otras relaciones similares y como no me importaba nada, complacía sus demandas sin importarme mucho las mías, pues como persona y mujer que soy, también necesito del afecto, el cariño, la caricia… Después de un tiempo en eso, me salí. Trabajé, incluso, en la empresa de productos lácteos de Guantánamo. Yo necesitaba ver otro tipo de vida, otro cambio, pero al final caía en lo mismo. Y había amistades –ni tan amigas eran en realidad– que enseguida me embullaban, y como la situación económica era bien difícil, prostituirse era una manera rápida y fácil de tener dinero”.
Aclara que es una mujer que se ha enamorado y le ha sido fiel a sus parejas estables. Nunca aceptó ser la chica de ningún chulo. El dinero ganado como prostituta ha sido para ella y para su hija, que hoy ya tiene diez años.
“En La Habana conocí al padre de mi hija. Vivimos tres años muy felices, pero después todo cambió. Él comenzó a quedarse fuera de la casa con el pretexto de que tenía que buscar dinero. Estando embarazada descubrí lo peor de él: su agresividad. Con seis meses de embarazo me dio tanto golpe que yo creí que perdía la barriga.
”Empecé a rechazarlo. Tenía la opción de irme con mi mamá, regresar a Guantánamo, pero ella estaba mayor y enferma, y pensé que seríamos una carga. Durante ocho años viví bajo el mismo techo que el padre de mi hija, pero ni averiguaba nada de lo que hacía fuera de la casa. En algún momento me dijeron que él jineteaba lo mismo con mujeres que con hombres.
”En cierta ocasión, llegó a la casa una muchacha muy joven embarazada. Me dijo que el hijo era de él. Aquella mujer me dio mucha pena. Lo llamé y delante de mí hablaron, discutieron… y yo, en el medio, como si fuera un florero. Le pedí que se fuera con ella, pues poco me importaba él; no servía ni como hombre ni como padre. Solo quería tener un tiempo para organizar mis ideas, salir de aquella casa y buscar donde meterme con mi hija. Regresó pidiéndome disculpas, pero no lo disculpé.
”Desde ese día me centré en que debía buscar mi dinero para salir adelante. De qué me valía estar tranquila en casa, si no tenía una familia tranquila. Sencillamente, no tenía una familia. Yo ni quisiera recordar todo lo que viví con esa persona. Él acabó conmigo.
”Estando con él, conocí a un hombre, cubano, pero no vive en Cuba, y me ayudó muchísimo. Gracias a él pude construir la casita donde vivo con mi hija. Él estuvo un tiempo fuera y en ese ínterin conocí a otra persona que fue muy bueno conmigo, pero era muy celoso. Ahora está preso, lo acompañé, solo como amiga, hasta cierto momento, es una relación que no me conduce a nada bueno.
”Trabajé en la Feria de Ángeles algún tiempo. Allí revendía ropa. Aunque nunca he encontrado ningún placer en acostarme por dinero, lo estuve haciendo por necesidad. Los clientes siempre me los han buscado otras chicas, yo ni hablo, soy penosa, tímida. Busco salir rápido de esa situación y largarme. No quiero tanta conversación; total, ese hombre no se va a casar conmigo ni le intereso para nada, solo para descargar su suciedad en mí.
”A las hermanas las conocí porque me entregaron una tarjeta en uno de los lugares donde saben que nosotras buscamos clientes. Ese día, recuerdo, yo estaba muy preocupada por el dinero, no tenía qué darle de comer a mi hija. Así que cogí la tarjeta, pero no le hice mucho caso. Después me puse a repasarla y quise saber de qué se trataba. Realmente me sentía muy mal. No quería seguir esa vida. Aunque he mantenido bien alejada de todo esto a mi hija, me preocupaba que ella viera algo y quisiera, como lo hice yo con mi madre, seguir el mismo camino.
”Decidí visitar a las hermanas y desde ese día mi vida comenzó a cambiar. No es una cosa de hoy para mañana, lleva tiempo… Vas soltando miedos, aprendes a crear con tus manos, quizás pequeñas manualidades, pero te percatas de que con tus manos puedes inventar. Y eso es grandioso. Te vas dejando de sentir sucia, te acomodas a lo poco que tienes: ropa, comida, lo de la casa… Te centras en lo que es verdaderamente importante.
”Gracias a las hermanas pude montar un pequeño, mínimo negocio de peluquería. De vez en cuando vendo ropa, y así me voy bandeando. Pero no me he vuelto a prostituir. Y me las he visto dura, dura… pero al final, siempre tengo un plato de comida para poner a mi hija en la mesa.
”Sí quiero tener a una persona a mi lado, pero que sea para luchar juntos, caminar juntos por la vida y sin ningún tipo de maltrato. Antes andaba por la calle y sentía como si estuviese atada; hoy me siento libre, no ando preocupada, no me da miedo levantar la cabeza. Es como si tuviera todo seguro. Estoy tranquila”.
Notas
1 Publicado en https://www.semana.com el 3/19/2018 y consultado 3 de febrero de 2020.
2 Soledad Muruaga: “Prostitución y salud”, publicado en https://www.mujeresparalasalud.org, consultado el 3 de febrero de 2020.
3 Ibídem, nota 1..
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