Telefonomanías

Por: Emilio Roig de Leuchsenring

Emilio Roig de Leuchsenring
Emilio Roig de Leuchsenring

El teléfono, qué duda cabe, es uno de los más geniales inventos de la humanidad. No obstante, parece ser que los dolores de cabeza aparejados al aparato, a su uso y mal uso, y al mundo de las imprescindibles comunicaciones, también tienen su historia. De seguro, cualquiera se verá retratado en los relatos que cuentan estas líneas. Puede que hayan cambiado muchas de las condiciones (por ejemplo, ahora es casi suicida “correr máquina”, pues la tecnología digital detecta con facilidad el número que llama). Sin embargo, sustituya ese anonimato de voz por el de un chat en las redes o una página web de citas amorosas y verá que no hemos cambiado mucho. Aunque mal de muchos es consuelo de tontos, dice el refrán, ninguna de nuestras quejas telefónicas es nueva y ya otros las han padecido antes. Para quien se molesta con las actuales demoras en mensajes de texto, la falta de cobertura, teléfonos ocupados, o resulta víctima de los deliciosos y terribles troques burocráticos de las cuentas, acá va este trabajo, fechado en 1925.

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El teléfono, en teoría, es el medio de comunicación, rápido y eficaz, a distancia, con otras personas. Debe abreviar y acortar tiempo y lugares o contribuir al mejor desenvolvimiento de los negocios y las relaciones sociales y ahorrar criados y mensajeros. Pero, de la teoría a la práctica, de la intención y fin que se propusieron los inventores y constructores, a lo que en realidad sucede va una gran diferencia.
Lo primero que hace falta es que el teléfono responda cada vez que se le necesite y que cuando se descomponga sea arreglado inmediatamente y ambas cosas no suceden ni con mucho. Y resulta que cuando más urgente es la llamada que Ud. quiere hacer menos funciona el dichoso aparatico, y que a lo mejor se cansa uno de avisar a la compañía para que le arreglen su teléfono, y se pasan los días y hasta las semanas sin que esto ocurra; pero, eso sí, a fin de mes le pasarán la cuenta como si Ud. hubiese usado durante los treinta días su aparato.
Además, en Cuba, generalmente, cada abonado y hasta sus amigos y conocidos, se creen que el teléfono es patrimonio de ellos exclusivamente.
Las muchachas y también las niñas, cuando no tienen nada que hacer –y esto sucede muy a menudo– llaman a sus amigos o a sus compañeras de juego o colegio para “conversar un ratico”, ratico que dura dos o tres horas.
Es clásico ya que los jóvenes novios, además de ir él por las noches, tener entrada en la casa y llevar relaciones “de sillones”, se llamen por teléfono durante la mañana y el día, diez o doce veces, desde la oficina, desde su casa, desde algún café o establecimiento. Y menos mal que estas llamadas fueran rápidas y breves, pero lo corriente es que se prolonguen durante horas.
Las solteronas que después de haberse encomendado a san Antonio de Padua, perdida la esperanza de encontrar quien cargue con ellas y las lleve a la sacristía… o a cualquier otro sitio, echan mano del teléfono como única áncora de salvación que les queda. Y valiéndose del ministerio que le dan los automáticos, se ponen a enamorar a los amigos o a los conocidos y, como siempre hay bobos y desocupados para todo, muchos hombres, creyéndose que se trata de una “hembra pasada”, aguantan y siguen la lata para ver lo que pescan; hasta que, al fin, descubren que, efectivamente, la mujer está pasada, pero es… de moda.
Hay otras que se dedican a dar bromas, ya a particulares o a los establecimientos, pidiendo encargos o mercancías o metiéndose con las familias de sus infelices víctimas, insultándolos o diciéndoles pesadeces; otros a llamar a una casa durante horas y horas sin contestar quién es.
Y ¡cómo se revela y descubre en estos casos el verdadero fondo moral y la educación de una persona! Seguros del anónimo, hombres que en sociedad aparecen correctos y finos, se transforman en groseros, violentos, ordinarios; y muchachas y señoras, que creíamos modelos de delicadeza e inocencia, se convierten en malhabladas y conocedoras de todo el repertorio de palabras gruesas y de doble sentido que posea el más experto carretero o habitante.
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Pero las personas que más dificultan y hacen casi imposible el uso normal, adecuado, rápido y eficaz del teléfono, aparte de los abandonos y deficiencias de la compañía, son las amigas, grandes y pequeñas, y los novios.
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En lo que se refiere al teléfono, estos son los que más dificultan su rápido funcionamiento, pues se pasan horas y horas de palique interminable diciéndose toda esa serie de boberías amorosas que si dichas cara a cara y, acompañadas del gesto y la acción, resultan interesantes y agradables… (¡cómo no!), dichas por teléfono resultan insoportables.
Puede afirmarse, como artículo de fe, que en la casa donde hay novios es inútil llamar por teléfono, pues el 95 por ciento de las veces se encuentra este ocupado. Córranse y no estorben. Ω

Publicado originalmente en la revista Carteles, Vol. 8, No. 48, p. 24, La Habana, 29 de noviembre de 1925.

Tomado de Emilio Roig de Leuchsenring. Artículos de costumbres, selección, compilación y notas de María Grant González y Karín Morejón Nellar, La Habana, Ediciones La memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau y Editorial Boloña, Oficina del Historiador de la Ciudad, 2004.

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