III Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

23 de enero de 2022

 

Domingo de la Palabra de Dios

 

Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura de la ley.

 

Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.

 

Jesús comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Libro de Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10

En aquellos días, el día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad: hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón. Leyó el libro en la plaza que está delante de la Puerta del Agua, desde la mañana hasta el mediodía, ante los hombres, las mujeres y los que tenían uso de razón. Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura de la ley.
El escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión.
Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas:
“Amén, amén”.
Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los levitas leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura.
Entonces, el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea:
“Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios: No estéis tristes ni lloréis” (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley).
Y añadieron:
“Vayan, coman buenas tajadas, beban vino dulce y envíen porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estén tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”.

 

Salmo

Sal 18, 8. 9. 10. 15

R/. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. R/.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. R/.

La voluntad del Señor es pura y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. R/.

Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia
el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios 12, 12-30

Hermanos:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro sino muchos.
Si el pie dijera: “No soy mano, luego no formo parte del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: “No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso.
Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: “No los necesito”. Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan.
Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían.
Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros.
Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan.
Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
Y Dios los ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 1-4; 4, 14- 21

Ilustre Teófilo:
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír”.

 

Comentario

 

El Papa Francisco ha instituido este tercer domingo del Tiempo Ordinario como el Domingo de la Palabra de Dios para toda la Iglesia universal. Decía el Santo Padre en septiembre de 2019: “Dedicar concretamente un domingo del Año litúrgico a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable. Actualmente se ha convertido en una práctica común vivir momentos en los que la comunidad cristiana se centra en el gran valor que la Palabra de Dios ocupa en su existencia cotidiana. En las diferentes Iglesias locales hay una gran cantidad de iniciativas que hacen cada vez más accesible la Sagrada Escritura a los creyentes, para que se sientan agradecidos por un don tan grande, con el compromiso de vivirlo cada día y la responsabilidad de testimoniarlo con coherencia. Es bueno que nunca falte en la vida de nuestro pueblo esta relación decisiva con la Palabra viva que el Señor nunca se cansa de dirigir a su Esposa, para que pueda crecer en el amor y en el testimonio de fe. Así pues, establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios”.

Desde este púlpito virtual, que hemos denominado Palabra de hoy, seguimos poniendo nuestro granito de arena para cumplir este deseo del Papa: que la Palabra de Dios nos llegue cada domingo, y también en otras solemnidades, como el alimento del espíritu del que no podemos prescindir, como aire fresco que nos oxigena, como agua limpia que nos da vida, como fuerza viva que nos revitaliza, como fuego que nos purifica y aquilata, como semilla que nos fecunda, como espada afilada que penetra y discierne, como luz que disuelve las penumbras y oscuridades. Palabra de hoy nos ofrece las lecturas de la liturgia del día, un comentario y una oración, con la intención de prepararnos a la celebración de la Eucaristía desde un momento previo de reflexión, meditación y oración. Nunca hemos de olvidar que Cristo es la Palabra del Padre, con quien nos encontramos en la Sagrada Escritura. Palabra de hoy pretende ser una ayuda al encuentro personal con Cristo, sin lo cual cualquier otra palabra es vana y vacía. Qué importante es que leamos, meditemos y oremos con la Sagrada Escritura personalmente, en familia o en comunidad. Decía San Jerónimo que ignorar la Sagrada Escritura es ignorar a Cristo. Acoger la Palabra es acoger a Cristo. Que Él desde su Palabra nos siga ayudando a crecer en el amor y el testimonio. Agradezcamos al Señor por el regalo de su Palabra, y sintámonos con el compromiso de vivirla y la responsabilidad de testimoniarla desde la coherencia de cada uno en su propia vida.

En el Salmo de hoy hemos repetido “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”. Estamos en la era de las comunicaciones y la palabra escrita o hablada sobreabunda por todas partes. A veces nos sentimos saturados, sobre todo cuando la palabra es utilizada como elemento manipulador; y se convierte en palabrería vacía de contenido o cargada de malas intenciones. Sin embargo, cuando escuchamos o leemos la Palabra de Dios nos refresca la mente e ilumina el corazón, cala en lo hondo del espíritu y nos llena de vida. Por eso, hoy es un día precioso para agradecer a Dios mismo por su Palabra, porque saliendo del silencio se comunica con nosotros y permite que nos comuniquemos con Él. No podemos dejar de acudir a esta fuente de agua viva que es su Palabra.

En la primera lectura de hoy, tomada del libro de Nehemías, contemplamos al pueblo de Israel, atento a la lectura de la ley, escuchando la Palabra de Dios. El sacerdote Esdras leía y leía sin que el pueblo congregado pareciera cansarse. Todo lo contrario, manifestaban con emoción que la Palabra le llegaba al corazón. Y la alegría desbordante se traducía en fiesta y banquete compartidos. Este texto nos invita a nosotros, los cristianos de hoy, a dedicar tiempo a la escucha de la Palabra de Dios, a dejar que toque y renueve lo más profundo de nosotros mismos, a disfrutar gozosamente de sentirnos amados por Aquel que nos ha creado por amor y para amar, pues la alegría de Dios es nuestra fortaleza.

En el Evangelio de hoy, contemplamos a Jesús leyendo al profeta Isaías en la sinagoga de su pueblo Nazaret. Al acabar concluye diciendo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír”. En esta frase encontramos enseñanzas muy importantes para nosotros. La primera es que la Palabra de Dios ilumina el presente, el hoy de cada uno. No es palabra del pasado, sino que se actualiza al proclamarla en el lugar y el tiempo en que vivimos. La segunda es que cumple y realiza lo que proclama; contiene en sí la fuerza recreadora del mismo Dios. La tercera es que es Palabra encarnada en el mismo Jesús. Jesucristo es la Palabra viva de Dios en quien se realiza su mensaje a la humanidad y en quien comprendemos sus contenidos. Nadie mejor que el mismo Cristo nos puede explicar la Palabra en lo profundo de nuestro corazón por la acción de su mismo Espíritu.

En la segunda lectura, en la que San Pablo se dirige a los Corintios, se nos recuerda que somos el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Por tanto, en la medida que nos dejamos fecundar y transformar por la Palabra de Dios que es su Hijo encarnado, Jesucristo, también nosotros somos portadores y voceros de ella; también nosotros somos o debiéramos ser palabra viva y encarnada de Dios, cada uno en su lugar, con su carisma, en su estado de vida, con su propia vocación.

Todos tenemos la experiencia de haber recibido en la vida, en algún momento difícil, una palabra de alguien que nos ha levantado el ánimo y nos ha revitalizado. Quizás dicha persona ni siquiera se percató de ello. Pero su palabra fue viva y eficaz; de ella se sirvió Dios para tocarnos y fortalecernos. Pidámosle al Señor que escuchemos la Palabra que cada día nos dirige de tantas formas y a través de tantas personas; pidámosle también que cuidemos nuestras palabras para que Él pueda servirse de ellas para hablarle a otros, particularmente a los más necesitados de su Palabra.

 

Oración

 

Ven, oh Espíritu Santo, y dame un corazón puro, dispuesto a amar a Cristo, el Señor, con la plenitud, la profundidad y la alegría que solo tú sabes infundir.

Dame un corazón puro como el de un niño que no conoce el mal excepto para combatirlo y rehuirlo.

Ven, oh Espíritu Santo, y dame un corazón grande, abierto a tu Palabra inspiradora y cerrado a toda ambición mezquina.

Dame un corazón grande y fuerte capaz de amar a todos, decidido a soportar por ellos cualquier prueba, tedio y cansancio, cualquier decepción y ofensa.

Dame un gran corazón grande, fuerte y constante hasta el sacrificio, feliz solo de palpitar con el corazón de Cristo y de cumplir humildemente, fielmente y valientemente la voluntad de Dios.

(S. Pablo VI)

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