XXI Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

22 de agosto de 2021

 

“¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses!”.

Entonces Jesús les dijo a los Doce:
“¿También ustedes quieren marcharse?”.

Simón Pedro le contestó:

“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna;

nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b

En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén y llamó a los ancianos de Israel, a los jefes, a los jueces y a los magistrados. Y se presentaron ante Dios.

Josué dijo a todo el pueblo:
“Si les resulta duro servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a los que sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitan; que yo y mi casa serviremos al Señor”.

El pueblo respondió:
“¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses! Porque el Señor nuestro Dios es quien nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de Egipto, de la casa de la esclavitud; quien hizo ante nuestros ojos aquellos prodigios y nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos por los que atravesamos.

También nosotros serviremos al Señor: ¡porque él es nuestro Dios!”.

 

Salmo

Sal. 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21. 22-23

R: Gusten y vean qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R.

Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. R.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. R.

Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará. R.

La maldad da muerte al malvado, y los que odian al justo serán castigados.
El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él. R.

 

Segunda Lectura

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 5, 21-32

Hermanos:
Sean sumisos unos a otros en el temor de Cristo: las mujeres, a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.

Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.

“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”.

Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Juan 6, 60-69

En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús, dijeron:
“Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”

Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
“¿Esto los escandaliza?, ¿y si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de ustedes que no creen”.

Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.

Y dijo:
“Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”.

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce:
“¿También ustedes quieren marcharse?”.

Simón Pedro le contestó:
“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

 

Comentario

 

La Palabra de Dios de hoy nos sitúa de lleno ante una interrogante, una elección y una decisión que, necesariamente, están precedidas de una premisa: Dios nos ha creado libres, para pensar, elegir y actuar en consecuencia. La libertad, para bien o para mal, es lo que más nos asemeja a Dios, es la característica que mejor refleja su imagen en nosotros. Quienes pretenden adueñarse de la libertad de los demás, en cualquiera de sus formas o niveles, están queriendo ocupar el lugar debido solo a Dios. Quienes se dejan cercenar la libertad personal en nombre de cualquier razón o causa, por muy justa y noble que parezca, están permitiendo que lo más esencial y valioso de su persona se deteriore y quizás desaparezca. Toda persona humana, como ser inteligente, libre y capaz de amar, semejante a Dios, está capacitado y llamado a elegir su destino y a tomar las decisiones oportunas para conseguirlo; a pensar, decidir y actuar como corresponde a su ser esencialmente libre.

En la primera lectura de hoy hemos escuchado la interrogante que plantea Josué al pueblo de Israel, seguido de la elección y la decisión: ¿a qué Dios o dioses quieren servir? Les invita de inmediato a elegir. Y el pueblo, con contundencia, respondió: ¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses! Sabían bien que la decisión de servir al Señor, y no a otros dioses, los comprometería a una fidelidad en pensamientos, palabras y acciones con esfuerzos y renuncias, y que, con el tiempo, no todos fueron capaces de mantener. Pero dentro del pueblo de Israel, en los momentos de crisis, siempre hubo un resto, una pequeña porción, que mantuvo la promesa de la fidelidad que hoy refleja el texto de Josué: “Serviremos al Señor porque Él es nuestro Dios”.

En el evangelio de hoy también encontramos el esquema: interrogante, elección, decisión. Jesús llevaba ya un período largo de adoctrinamiento a sus discípulos. Muchedumbres iban y venían. Y llegó el momento en el que les planteó de manera clara y directa las exigencias y consecuencias de su seguimiento. Les había ido sacando de la idea idílica y utópica del Mesías liberador y triunfalista sobre los romanos que ellos esperaban. Les había hablado de servir y dar la vida, de cruz y sacrificio. Les había explicado que Él era el Pan de vida y que su carne era comida para la vida del mundo. Y entonces, surgieron las dudas en muchos de ellos, comenzaron a abandonarlo, y Jesús entonces interroga a su grupo de confianza, a los Doce: ¿También ustedes quieren marcharse?

Imagino que el silencio posterior fue muy denso, interiorizante, decisorio y definitivo para todos ellos. Se les hizo largo. Sabían que se jugaban su futuro, que Jesús les conminaba suave pero contundentemente a tomar una decisión. Y todos se quedaron con Él. Pedro, haciendo de portavoz, manifiesta su elección y decisión: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

Los cristianos de hoy también hemos de escuchar del Señor la interrogante ante la que hemos de elegir y decidir. ¿A qué Dios quieres servir? ¿También tú quieres marcharte? Ciertamente, si somos sinceros, en la vida cotidiana siempre servimos y andamos con alguien y en algo. El trabajo y las preocupaciones nos ocupan el tiempo. Pero también, casi sin darnos cuenta, somos deudores de modas, ideologías, formas estereotipadas. Nos atrapa el dinero, el placer, el poder. Pertenecemos a grupos, somos seguidores de ídolos y de estrellas. Incluso hacemos del ego personal un diosecillo que nos somete y esclaviza hasta niveles increíbles. Pero nada ni nadie sacia nuestra hambre y sed como Jesús; nadie nos ha hablado y llenado el corazón como el Señor. ¡Cómo vamos a sustituir a Dios por otros dioses o diosecillos! Aunque la posibilidad siempre exista y la tentación no nos abandone, nunca hemos de negar al Dios Padre que nos ha dado la vida y nos la conserva, que nos ama entrañablemente, que se ha hecho carne en su Hijo Jesús para nuestra salvación.

Por eso, también nosotros hoy, reafirmando nuestra fe cristiana, en Jesucristo el Señor y su Iglesia, hemos de decir: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo Tú tienes palabras de vida eterna”.

 

Oración

 

Padre, fuente de luz y calor, envíanos tu palabra viva, y haz que la aceptemos sin miedo y aceptemos ser abrazados por ella.

Venga tu palabra, Señor, y, una vez encendido en nuestros corazones tu fuego inextinguible, nosotros mismos seremos portadores de ese fuego unos para otros.

Tórnanos, Señor, en palabras cálidas y luminosas, capaces de incendiar el mundo, a fin de que cada hombre pueda sentirse cercado por las llamas infinitas de tu amor.

Amén

 

(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 56)

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