20 de junio de 2021
El Señor habló a Job desde la tormenta.
Nos apremia el amor de Cristo.
Jesús les dijo: “¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?”.
Lecturas
Primera Lectura
Lectura del Libro de Job 38, 1. 8-11
El Señor habló a Job desde la tormenta:
“¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales, cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: ‘Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas’?”.
Salmo
Sal. 106, 23-24. 25-26. 28-29. 30-31
R/ Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Entraron en naves por el mar, comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios, sus maravillas en el océano. R.
Él habló y levantó un viento tormentoso, que alzaba las olas a lo alto;
subían al cielo, bajaban al abismo, el estómago revuelto por el mareo. R.
Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar. R.
Se alegraron de aquella bonanza, y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.
Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta de San Pablo a los Corintios 5, 14-17
Hermanos:
Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron.
Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.
De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así.
Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 4, 35-41
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
“Vamos a la otra orilla”.
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre su cabezal.
Lo despertaron, diciéndole:
“Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”.
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
“¡Silencio, enmudece!”.
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
“¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?”.
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
“¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!”.
Comentario
La Palabra de Dios de hoy comienza con este pasaje del libro de Job en el que se nos dice que Dios habló a Job desde la tormenta para hacerle saber que Él es también el dueño y señor del mar y todo lo que contiene. Su omnipotencia y señorío se extiende a toda la creación. Nada hay que escape a su poder. Él es el Señor de la historia, de todo lo que sucede y acontece, y también Señor de la naturaleza, de todo cuanto es y existe.
Desde esta verdad, invita a Job y a cada uno de nosotros a la confianza, a vivir como hijos en brazos de su padre, como niños pequeños, a veces asustados, pero siempre seguros de que el papá o la mamá les sacarán de los apuros y les ayudarán a resolver sus problemas. Ciertamente hay realidades en la vida que nos asustan y mucho, realidades que nos dominan y desbordan, que no abarcamos, que nos superan, que nos producen miedo. El miedo, en cualquiera de sus formas, nos atenaza y bloquea, nos paraliza, nos lleva a perder incluso la fe y la confianza en Dios, quien parece que en esos momentos se ha ido, que nos ha abandonado. Job, hombre de fe, se sentía abandonado por Dios en sus sufrimientos y fracasos. Y Dios, le habla; le hace saber que no está solo.
Llama la atención eso de que Dios habló a Job desde la tormenta. ¿Es que Dios nos puede hablar desde algo tenebroso, una situación complicada, una persona difícil, un problema que nos quita la paz? Ciertamente sí; y lo hace. Por tanto, no podemos huir de las tormentas de la vida sin pararnos a escuchar dentro de ellas la voz de Dios y preguntarnos: ¿Qué me querrá decir el Señor con todo esto que me está pasando y que no entiendo o que no acepto? Más que encontrar respuesta lo verdaderamente importante será sentir su presencia, porque también a nosotros quiere hacernos saber que no estamos solos.
El evangelio de hoy completa magistralmente este mensaje de la primera lectura. Jesús aparece como dueño y señor de las fuerzas de la naturaleza, algo que en la fe judía se reservaba exclusivamente a Dios. Jesús es también Señor de la naturaleza y actúa con el poder de Dios. Su divinidad se va explicitando con ello: increpa al viento y al mar y todo vuelve a estar en calma. Antes, los discípulos, creyendo que Él estaba dormido, tuvieron miedo a ser engullidos por las olas y la fuerte tempestad. Hasta el punto que le despertaron con urgencia y le reclamaron con vehemencia para que hiciera algo.
También nosotros en muchas ocasiones tememos ser engullidos, destruidos, aniquilados, por el mar de dudas, de sufrimientos, conflictos o injusticias que nos envuelven y azotan. También nosotros hemos de reconocer que a veces perdemos la fe, que nos parece que Jesús se ha dormido, o se ha olvidado de nosotros. En esos momentos hay que “despertar” a Dios, hay que orar. Él quiere que le reclamemos, para que afiancemos nuestra fe y confianza en Él, para que experimentemos su omnipotencia divina, para que recordemos que Él siempre está cerca de los que lo invocan, para que nos preparemos a recibir lo que Él nos tiene reservado, para que comprendamos, al menos en parte, y aceptemos su voluntad.
Gritar al Señor en la angustia como hizo Job, como hacen tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo, en medio de la tempestad de la pandemia, de las tormentas políticas y sociales, no significa no tener fe en Él sino todo lo contrario. Sabemos que Él está siempre con nosotros, aunque a veces las dudas o el miedo nos invadan. Y sólo Él es el Dios al que responden todas las fuerzas y elementos de la naturaleza, y ante quien tendremos que dar cuenta todos de nuestra vida y nuestras obras.
Dice el Papa Francisco, comentando el evangelio de hoy: “El amor de Dios es estable y seguro, como los escollos rocosos que protegen de la violencia de las olas. Jesús lo manifiesta cuando aplaca la tempestad, ordenando al viento y al mar. Los discípulos tienen miedo porque se dan cuenta de que no pueden, pero él abre sus corazones a la valentía de la fe”.
Ciertamente el amor de Cristo nos apremia, nos impulsa, nos urge, nos repara y prepara, nos libra del miedo; amor de Cristo hacia cada uno de nosotros y amor nuestro hacia Él. Como nos dice San Pablo en la segunda lectura, Jesucristo ha muerto por todos y cada uno, esto es, ha dado su vida para que tengamos vida. Y nada ni nadie nos podrá apartar de su amor; ni el hambre, ni el peligro, ni la espada, ni las escaseces o estrecheces del momento, ni los escándalos provocados por algunos, ni los chantajes de otros. Frente a la parálisis del miedo, los discípulos de Cristo estamos llamados a vivir con el arrojo y la valentía de los que se saben siempre acompañados y guiados por el Espíritu de Cristo que vive en su Iglesia hasta el fin de los tiempos.
Oración
Señor, hay nubes en el horizonte.
El mar está agitado.
Tengo miedo.
El recelo me paraliza la sangre.
Manos invisibles me tiran hacia atrás.
No me atrevo.
Una bandada de oscuras aves
está cruzando el firmamento.
¿Qué será?
Dios mío, di a mi alma:
Yo soy tu Victoria.
Repite a mis entrañas:
no temas, yo estoy contigo.
(P. Ignacio Larrañaga)
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