El Papa Benedicto, en un mensaje del 9 de abril de 2006, decía esto: “Mediten a menudo la Palabra de Dios, y dejen que el Espíritu Santo sea su maestro. Descubriránentonces que el pensar de Dios no es el de los hombres; serán llevados a contemplar al Dios verdadero y a leer los acontecimientos de la Historia con sus ojos; gustarán en plenitud la alegría que nace de la verdad. En el camino de la vida, que no es fácil ni está exento de insidias, podrán encontrar dificultades y sufrimientos y a veces tendránla tentación de exclamar con el Salmista: ‘Humillado en exceso estoy’. No se olvidende añadir junto a Él: Señor ‘dame la vida conforme a tu Palabra. Mi alma está en tus manos sin cesar, mas no olvido tu ley’. La presencia amorosa de Dios, a través de su Palabra, es antorcha que disipa las tinieblas del miedo e ilumina el camino, también en los momentos más difíciles”.
Ciertamente las tinieblas del miedo atenazan y paralizan nuestra vida en tantas ocasiones y de muchas maneras, también en nuestro presente.
Por tres veces hemos escuchado a Jesús, en el Evangelio de hoy, decir a sus discípulos: “No tengan miedo”.
Sin duda, la Palabra de hoy quiere poner luz sobre esta realidad que podríamos decir tan humana como deshumanizadora: el miedo, los miedos. El primer paso a dar es localizar y catalogar nuestros miedos. A veces son miedos a cosas… del pasado, del presente, del futuro… situaciones, enfermedades, carencias, catástrofes, violencias…miedo a tomar decisiones, miedo al compromiso, a la entrega de la propia vida para siempre, miedo a sufrir por cualquier motivo, miedo a la misma muerte. Otras veces el miedo lo focalizamos en personas determinadas que representan para nosotros un acoso desproporcionado y una fuente de sufrimiento y de dolor. Y esos miedos nos atenazan y paralizan, nos despersonalizan, nos esclavizan, no nos dejan caminar.
Alguien en cierta ocasión decía que el único miedo que tenía era a sí mismo, a su propia debilidad, a su incoherencia, a su miseria, a su pecado.
El primer antídoto frente a los miedos que nos propone Jesús es vivir en la verdad… porque no hay nada oculto que no llegue a descubrirse. La verdad nos hace libres. La verdadera libertad de corazón y de espíritu diluye los miedos a cosas o personas. Y ¿qué es la verdad? Es la pregunta que Poncio Pilatos le hizo a Jesús antes de crucificarlo, a la que Jesús no responde… porque Jesús mismo es la Verdad.
El segundo antídoto frente a los miedos que Jesús nos propone es la confianza en el Padre del cielo… no hay nada ni nadie que escape a la Providencia divina. Si Dios cuida de las aves del cielo, cómo no va a cuidar de cada uno de nosotros. Se trata de poner toda nuestra vida en las manos de Dios, nuestros proyectos, fracasos, ilusiones y hasta nuestros pecados. San Juan Pablo II decía: “Si pones todo en manos de Dios, verás la mano de Dios en todo”.
Pero Jesús nos advierte de aquello a lo que verdaderamente hemos de temer… a que nos maten el espíritu, el alma. Si perdemos eso, perdemos lo que verdaderamente nos asemeja a Dios, lo que posibilita la comunión con Él, lo que nos distingue del resto de las creaturas. Ese es el único miedo que hemos de tener, a dejarnos envolver por el engaño, muchas veces autoengaño, y la desconfianza, muchas veces autodesconfianza. Miedo al pecado, es decir, a la desgracia de la pérdida de la comunión con Dios, que nos lleva a la muerte del espíritu.
Jesucristo ha vencido el pecado y la muerte con su ofrenda al Padre en el sacrificio de la Cruz que se actualiza en la celebración de la Eucaristía. Él es la Verdad y la Vida. Él es el don del Padre a la humanidad para vencer el miedo, particularmente presente en nuestro mundo de hoy por la situación de pandemia que todos estamos sufriendo.
Sin miedo, por tanto, hemos de dar testimonio de Él, ser sus testigos, sus voceros, sus discípulos mensajeros en estos tiempos difíciles. Nada ni nadie nos apartará del amor de Cristo. Nada ni nadie podrá acallar la Palabra del Padre que en Cristo ha sido pronunciada sobre toda la humanidad.
Oración
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