XII Domingo del Tiempo Ordinario

Por: Redacción

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

Jesucristo, Palabra del Padre, nos dice hoy: “No tengan miedo”. ¿Cuáles son tus miedos? ¿Dónde radican tus temores patentes y ocultos? Abre las puertas de tu vida a Cristo para que sientas y puedas decir con el apóstol: todo lo puedo en Aquel que me conforta.

Primera Lectura

Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13

Dijo Jeremías:
Oía la acusación de la gente:
Pavor-en-torno,
delatadlo, vamos a delatarlo.
Mis amigos acechaban mi traspié:
A ver si, engañado, lo sometemos
y podemos vengarnos de él.
Pero el Señor es mi fuerte defensor:
me persiguen, pero tropiezan impotentes.
Acabarán avergonzados de su fracaso,
con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor del universo, que examinas al honrado
y sondeas las entrañas y el corazón,
¡que yo vea tu venganza sobre ellos,
pues te he encomendado mi causa!
Canten al Señor, alaben al Señor,
que libera la vida del pobre
de las manos de gente perversa.

Salmo

Sal 68 R/. Señor, que me escuche tu gran bondad.

Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. R/.

Pero mi oración se dirige a ti,
Señor, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí. R/.

Mírenlo, los humildes, y alégrense;
busquen al Señor, y revivirá su corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas. R/.

Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 12-15

Hermanos:
Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron.
Pues, hasta que llegó la ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputaba porque no había ley. Pese a todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que tenía que venir.
Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos.

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 10, 26-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
No tengan miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse.
Lo que les digo en la oscuridad, díganlo a la luz, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde la azotea.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temanal que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehena”. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga el Padre del cielo. Pues ustedes hasta los cabellos de la cabeza tienencontados. Por eso, no tengan miedo: valen más ustedes que muchos gorriones.
A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos”.

  Comentario

El Papa Benedicto, en un mensaje del 9 de abril de 2006, decía esto: Mediten a menudo la Palabra de Dios, y dejen que el Espíritu Santo sea su maestro. Descubriránentonces que el pensar de Dios no es el de los hombres; serán llevados a contemplar al Dios verdadero y a leer los acontecimientos de la Historia con sus ojos; gustarán en plenitud la alegría que nace de la verdad. En el camino de la vida, que no es fácil ni está exento de insidias, podrán encontrar dificultades y sufrimientos y a veces tendránla tentación de exclamar con el Salmista: Humillado en exceso estoy. No se olvidende añadir junto a Él: Señor ‘dame la vida conforme a tu Palabra. Mi alma está en tus manos sin cesar, mas no olvido tu ley. La presencia amorosa de Dios, a través de su Palabra, es antorcha que disipa las tinieblas del miedo e ilumina el camino, también en los momentos más difíciles”.

Ciertamente las tinieblas del miedo atenazan y paralizan nuestra vida en tantas ocasiones y de muchas maneras, también en nuestro presente.

Por tres veces hemos escuchado a Jesús, en el Evangelio de hoy, decir a sus discípulos: “No tengan miedo”.

Sin duda, la Palabra de hoy quiere poner luz sobre esta realidad que podríamos decir tan humana como deshumanizadora: el miedo, los miedos. El primer paso a dar es localizar y catalogar nuestros miedos. A veces son miedos a cosas… del pasado, del presente, del futuro… situaciones, enfermedades, carencias, catástrofes, violencias…miedo a tomar decisiones, miedo al compromiso, a la entrega de la propia vida para siempre, miedo a sufrir por cualquier motivo, miedo a la misma muerte. Otras veces el miedo lo focalizamos en personas determinadas que representan para nosotros un acoso desproporcionado y una fuente de sufrimiento y de dolor. Y esos miedos nos atenazan y paralizan, nos despersonalizan, nos esclavizan, no nos dejan caminar.

Alguien en cierta ocasión decía que el único miedo que tenía era a sí mismo, a su propia debilidad, a su incoherencia, a su miseria, a su pecado.

El primer antídoto frente a los miedos que nos propone Jesús es vivir en la verdad… porque no hay nada oculto que no llegue a descubrirse. La verdad nos hace libres. La verdadera libertad de corazón y de espíritu diluye los miedos a cosas o personas. Y ¿qué es la verdad? Es la pregunta que Poncio Pilatos le hizo a Jesús antes de crucificarlo, a la que Jesús no responde… porque Jesús mismo es la Verdad.

El segundo antídoto frente a los miedos que Jesús nos propone es la confianza en el Padre del cielo… no hay nada ni nadie que escape a la Providencia divina. Si Dios cuida de las aves del cielo, cómo no va a cuidar de cada uno de nosotros. Se trata de poner toda nuestra vida en las manos de Dios, nuestros proyectos, fracasos, ilusiones y hasta nuestros pecados. San Juan Pablo II decía: “Si pones todo en manos de Dios, verás la mano de Dios en todo”.

Pero Jesús nos advierte de aquello a lo que verdaderamente hemos de temer… a que nos maten el espíritu, el alma. Si perdemos eso, perdemos lo que verdaderamente nos asemeja a Dios, lo que posibilita la comunión con Él, lo que nos distingue del resto de las creaturas. Ese es el único miedo que hemos de tener, a dejarnos envolver por el engaño, muchas veces autoengaño, y la desconfianza, muchas veces autodesconfianza. Miedo al pecado, es decir, a la desgracia de la pérdida de la comunión con Dios, que nos lleva a la muerte del espíritu.

Jesucristo ha vencido el pecado y la muerte con su ofrenda al Padre en el sacrificio de la Cruz que se actualiza en la celebración de la Eucaristía. Él es la Verdad y la Vida. Él es el don del Padre a la humanidad para vencer el miedo, particularmente presente en nuestro mundo de hoy por la situación de pandemia que todos estamos sufriendo.

Sin miedo, por tanto, hemos de dar testimonio de Él, ser sus testigos, sus voceros, sus discípulos mensajeros en estos tiempos difíciles. Nada ni nadie nos apartará del amor de Cristo. Nada ni nadie podrá acallar la Palabra del Padre que en Cristo ha sido pronunciada sobre toda la humanidad.

  Oración  

Señor, hay nubes oscuras en el horizonte de mi vida, el mar está agitado, las olas me derriban y me ahogan. Tengo miedo.

El recuerdo de mis errores y pecados, la incertidumbre sobre mi futuro, la cruz de mi presente, me paralizan y me acobardan. Tengo miedo.

Me cuesta confiarte mi vida, tomar decisiones que me puedan comprometer para siempre, entregarme del todo. Tengo miedo.

No sé cómo hacer y decir, el respeto humano me vence, la opinión de los otros me esclaviza. Tengo miedo.

La superficialidad y el confort me envuelven, la media verdad y el engaño son cadenas que me atan, no sé cómo liberarme. Tengo miedo.

Señor, dime de nuevo: “No tengas miedo”. Repítemelo cada día, en cada momento, sobre todo cuando la angustia y el dolor hacen que mi vida pierda todo el sentido y el horizonte.

Señor, dime de nuevo: “No tengas miedo” al pasado, al presente, al futuro, al dolor, al sufrimiento, al insulto, al abandono, a la soledad, a la enfermedad, al desprecio, a la injuria, a la muerte… a la cruz en cualquiera de sus formas.

Señor, dime de nuevo: “No tengas miedo… porque yo estoy contigo siempre”. Amén.

 

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