En estos días de tribulación, cuando la brújula del alma se rompe por las escaseces y las ilusiones pospuestas, los cristianos rezamos el Padrenuestro para suplicar a Dios que erradique la enfermedad y guíe nuestros pasos en un escenario que se ha tornado sorpresivamente peligroso.
Hasta las buenas rutinas establecidas por la educación formal han sufrido cambios. Ahora las manos son trasmisoras de la muerte mediante un simple apretón, los besos pudieran estar envenenados y ni qué decir de los abrazos. Debemos querer de otro modo, manifestar la buena conducta o el afecto con otras acciones, quizás un toque de codos, de puños… o de tobillos, pero se hace imperioso un cambio de usanzas porque el enemigo es completamente invisible y las precauciones nunca sobran, incluso cuando todo pase, pues no estamos exentos de una segunda oleada de este microenemigo ni de una nueva pandemia causada por otro tipo de virus que aún no haya sido descubierto.1
El lavado sistemático de las manos, con un correcto enjabonado seguido del enjuague con agua corriente, es fundamental… y peliagudo. Es un acto que reviste especial importancia en los centros de enseñanza, donde la aglomeración es elevada y se rompe el aislamiento prescrito para evitar cualquier alifafe que sea trasmisible por contacto o por gotículas de la tos o del estornudo. Esto obliga a disponer de un sistema hidráulico capaz de soportar el lavado constante de las manos de muchas personas varias veces en cada sesión de estudios.
Cuando concluya el #QuédateEnCasa, aún temerosos del posible contagio, al menos durante los primeros días, tomaremos muchas precauciones y observaremos al entorno con recelo. Por desgracia, cuando transcurran los meses, se materialicen nuestros sueños y seamos de nuevo lo que fuimos, seguro olvidaremos las precauciones sanitarias aprendidas durante este cautiverio voluntario, porque los seres humanos somos así, amnésicos por regla general.
Sin embargo, no todo ha sido perjudicial en este período de aislamiento. El medio ambiente, con flora y fauna incluidas, se ha beneficiado. Hasta la bahía de La Habana, habitualmente inmunda, se clarificó. La orilla de Regla se ha embellecido; en su litoral se percibe la fragancia propia del mar, impregnada de salitre. Ahora el lecho es visible con nitidez. Dan deseos de regalarse un chapuzón en estas mañanas bochornosas.
Aunque no se menciona el estado actual de la ganadería vacuna en ningún medio informativo, el Noticiero Nacional de Televisión sí reporta que la producción agrícola ha sido potenciada como nunca antes, gracias a la situación extraordinaria que atraviesa el país. Se han recuperado muchas caballerías de tierra hasta ahora baldías; terrenos fértiles que permanecían en total abandono porque a nadie se le había ocurrido la acertada idea de sembrarlos. También se está saneando el mercado interno. Son descubiertas ilegalidades escandalosas, almacenes particulares colmados de alimentos y otros artículos deficitarios de oscura procedencia. Acaparadores clandestinos que desbalanceaban el mercado interno desde hacía rato, ahora son descubiertos gracias a la pandemia. El sistemático control actual de todos los centros comerciales llevado a cabo por la policía económica y un eficaz cuerpo de inspectores ha dado al traste con el mercadeo ilegal: fiscalización que debería mantenerse.
Es perentorio un análisis sensato del transporte público, el cual constituye una asignatura por vencer desde hace más de treinta años. No es siquiera digno por el hacinamiento de los pasajeros. Durante todo el trayecto hembras y machos forman una masa compacta, antihigiénica, obscena e ineludible donde proliferan las bajezas. ¿Cómo podremos viajar de un modo tan decoroso como saludable cuando la sociedad retorne a esa nueva “normalidad” pospandémica que se avecina? Es deducible que al menos el uso correcto del nasobuco sea una condición exigida e inviolable para abordar los ómnibus.
La cotidianidad ha demostrado que padecemos una carencia crónica de productos y servicios básicos aun sin coronavirus y que enfrentamos una guerra contra las enfermedades, la baja natalidad, la doble moneda, el fragmentario control gubernamental, los elevados precios establecidos en los sectores estatal y privado, así como la deficiente calidad de los productos ofertados.
Las misas televisadas han venido a suavizar las tensiones agravadas ahora por la clausura, y debería ser añadida a las preces de la ceremonia, la permanencia de dichas trasmisiones dominicales cuando concluya el aislamiento. Beneficiaría mucho a los ancianos, discapacitados, hospitalizados y también a los presos, quienes tanto necesitan del mensaje eucarístico.
Ha sido una acción gubernamental muy bien recibida por todos. Es la primera vez en muchos años que se percibe un giro vigoroso de gobernalle a favor de los creyentes. ¿Será la luz al final del túnel de ostracismo que hemos sufrido-recorrido los católicos cubanos durante seis décadas? Es innegable que antes de la COVID-19 ya se respiraba un flujo de religiosidad ambiental, ahora intensificado por el arribo del nuevo coronavirus.
Es tan profunda la fe cristiana surgida por estos días de brújula rota que, hasta los ateos del barrio, antes de salir de casa, musitan un disparatado Padrenuestro que solo Dios entiende… porque Dios siempre nos comprende a todos de cualquier manera en que le hablemos. Ω
Nota
1 Consúltese https://es.wikipedia.org/wiki/Orthocoronavirinae.
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