Santos de hoy y de siempre: san José Moscati, el médico santo

Por: Juan Manuel Galaviz, SSP

Giuseppe-Moscati

Tras la erupción del Vesubio


En abril de 1906 se registró una más de las temidas erupciones del volcán Vesubio, cercano a Nápoles. Las autoridades sanitarias enviaron a José Moscati a Torre del Greco, a seis kilómetros del cráter, para que evacuara el hospital donde residían numerosos ancianos y paralíticos. El enviado se prodigó para poner a salvo a esa población doliente y no interrumpió su faena hasta que pudo salir con el último enfermo. En ese momento, el techo del edificio se derrumbó estrepitosamente. Los habitantes de Torre del Greco vieron desde entonces al doctor Moscati como un “médico heroico”.
José Moscati había nacido en Benevento, Italia, el 2 de julio de 1880. Su padre, Francisco Moscati, fue un destacado jurista que ocupó puestos de importancia en juzgados de varias poblaciones; su madre, Rosa de Luca, fue una mujer culta y sensible perteneciente a una familia noble. De su matrimonio con Francisco nacieron nueve hijos, el segundo de los cuales fue Giuseppe, el José de quien nos estamos ocupando.
Muertes prematuras y otras circunstancias aque-jaron a la familia Moscati, que en 1884 se trasladó definitivamente a la ciudad de Nápoles. Entre José y su hermano Alberto se dio una relación de afecto muy estrecha, la cual tuvo que ver bastante con la decisión de José de estudiar la ciencia médica. Su hermano Alberto, mientras prestaba el servicio militar, sufrió una aparatosa caída del caballo. A consecuencia de ello, padeció hasta el fin de su vida espasmos y ataques epilépticos. Falleció el 24 de junio de 1904. El 4 de agosto del año anterior, José Moscati había terminado, con mención honorífica, la carrera médica. Su padre había fallecido en 1897, el mismo año en que él se inscribió en la Facultad de Medicina.
Los reveses de la vida nunca debilitaron la voluntad de José Moscati, cuya fortaleza a toda prueba estaba sostenida por una espiritualidad recia y madura.
Apenas terminada la carrera de medicina, José enfrentó con éxito las pruebas que debían superar los candidatos a auxiliares y asistentes en los Hospitales Unidos para Incurables. Así, con la envidia de pocos y la admiración de muchos, el doctor Moscati se hizo cargo, por más de cinco años, de “pacientes incurables”.

El valor de los minutos
La actividad de José Moscati fue siempre intensa. Se levantaba muy temprano a fin de llegar a tiempo a la celebración eucarística y recibir “el pan de los fuertes”. Antes de acudir a sus faenas médicas ordinarias, visitaba en sus casas a los enfermos de los barrios pobres de Nápoles; se dirigía luego al Hospital de Incurables. Por la tarde atendía a los enfermos que acudían a su consultorio privado. Las consultas eran gratuitas para los pacientes pobres; los más necesitados solían salir de su estudio con una “ayudita” que él ponía discretamente en la receta. En cierta ocasión, una mujer tuberculosa, al descubrir junto a la hoja de prescripciones médicas un valioso billete, quiso agradecérselo en voz alta, “a lo napolitano”, pero él se lo impidió: “Por favor, señora, no diga nada de esto”. La mujer desobedeció la recomendación, y fue así como el episodio llegó hasta nosotros.
Otra anécdota memorable tuvo como protagonistas al doctor Moscati y a un anciano enfermizo al que solía visitar en su modesta vivienda. Un buen día el doctor invitó al anciano a que lo acompañara en su frugal desayuno, que hacía en un café cercano a la iglesia donde participaba en la misa. La invitación se volvió cotidiana, y cuando acontecía que el viejo no llegaba a la cita, el doctor se preocupaba e iba enseguida a buscarlo en su pobre domicilio, para cerciorarse de que su amigo no tuviera algún malestar severo.
Sorprende que este médico caritativo hallara tiempo para sus prácticas religiosas, para sus obras de misericordia, para el cumplimiento de sus estrictos deberes profesionales, para sus investigaciones sa-nitarias y para la enseñanza universitaria; y que mantuviera una habitual serenidad y una bondad sonriente en el trato con todos.

Giussepe Moscati
Giussepe Moscati

Su intenso servicio durante la guerra
Durante la Primera Guerra Mundial, el doctor Moscati no se enroló en las filas de los combatientes, pero prestó un servicio a la patria aún más valioso. Con el nombramiento de Director del Departamento Militar, en el período 1915-1918, organizó un hospital para atender a los heridos de guerra. En los archivos correspondientes, consta que allí atendió a 2 524 soldados. Tanto en esos servicios como en otros que prestó como médico, él no dejaba pasar la ocasión para insinuar en sus pacientes e interlocutores el pensamiento de Dios. Cuando tuvo el cargo de supervisor en el Instituto de Anatomía Patológica, en la sala de autopsias instaló un Crucifijo con una inscripción latina tomada del libro de Oseas: “¿En dónde están, oh muerte, tus flagelos?”.
Su experiencia de docente en el nivel universitario tuvo su origen en 1908, cuando superó el concurso de adjunto ordinario para la cátedra de Química Fisiológica. Comenzó así su servicio docente, que pronto se extendió a su actividad de laboratorio y a la búsqueda científica.
En 1911 cundió en Nápoles una epidemia de cólera; le encomendaron entonces la inspección de la salud pública. Él cumplió de manera excelente con su cometido y, al darlo por terminado, entregó a las autoridades sanitarias una relación sobre las acciones que él juzgaba indispensables para el saneamiento de la ciudad. Ese mismo año fue enviado a Viena para participar en el Congreso Internacional de Fisiología. Era ya una figura destacada en el campo de la inves-tigación médica.
En 1922, cuando dio comienzo la producción de la insulina para el tratamiento de la diabetes, el doctor Moscati fue uno de los primeros en prescribir su empleo a pacientes que la necesitaban. Él fue un hombre de progreso con la mira siempre puesta en el bien del prójimo; estaba convencido de que los dones recibidos por el Creador han de usarse para el propio bienestar y para el progreso de la humanidad. Era consciente, además, de que la investigación científica no debe ponerse límites, sino mantenerse en permanente búsqueda. A uno de sus alumnos le escribió: “El progreso está en una continua crítica de lo que aprendemos. Una sola ciencia es inquebrantable: aquella revelada por Dios, la ciencia del más allá”.
Ya hemos señalado que para el doctor Moscati la práctica de la caridad era un imperativo incondicional, no un requerimiento ocasional. Hay que añadir que su acción caritativa la cumplía con tanta naturalidad y discreción que, aunque fuera reconocida, no era objeto de aclamaciones o adhesiones fanáticas. Fue únicamente en ocasión de su muerte –el 12 de abril de 1927– y de sus funerales, cuando la gente se aglomeró y lo siguió hasta el cementerio para aclamar: “¡Ha muerto el médico santo! ¡Ha muerto el médico de los pobres!”.
Hubo un tiempo en que el doctor José Moscati estuvo reflexionando en la opción de hacerse jesuita; pero fueron sus mismos consejeros de la Compañía de Jesús quienes lo convencieron de que el proyecto de Dios para él era su santificación y su apostolado en su condición de laico, sirviendo como médico en el atribulado mundo de los enfermos, para devolverles la esperanza y darles el alivio de la asistencia.
José Moscati salvó muchas vidas y curó a muchos “incurables”. En su proceso de beatificación y canonización, se recogió el testimonio de pacientes y de colegas que tuvieron conocimiento directo de que él oraba por sus enfermos y los invitaba a orar; de que rezaba antes de dar comienzo a una investigación médica. En esa esfera de la búsqueda científica, su brillantez y agudeza le ganaron prestigio dentro y fuera de Italia. Él rechazó varias propuestas académicas que le hubieran dado mayor celebridad, pero que lo hubieran obligado a disminuir o interrumpir del todo su servicio directo a los enfermos.
Quien conoce más en detalle la vida de José Moscati, se percata de una virtud que tuvo y que no es frecuente hallar en otros profesionales: él supo armonizar su identidad de laico comprometido con su carácter de médico; y en el campo de la salud, combinar bien el ejercicio directo de su profesión con la búsqueda científica y la docencia. Como prioridad absoluta eligió la caridad y así escribió: “No es la ciencia la que ha transformado al mundo, sino la caridad”.


José Moscati fue beatificado en 1975 y canonizado en 1987. Es modelo para todos los médicos y en especial para quienes estudian la anatomía y las patologías.
En 1907 se produjo en Italia una película sobre la vida de este médico santo. Al director, Giacomo Campiotti, le pareció acertado titularla: José Moscati, el amor que cura; en la versión española se modificó el título: José Moscati, el médico de los pobres. Ambos títulos son atinados, pues José Moscati será recordado con toda razón como el médico que curaba con amor y tenía predilección por los pobres. Ω

BREVE ORACIÓN
A SAN JOSÉ MOSCATI

Querido san José Moscati, médico ejemplar
que, en el ejercicio de tu profesión, curabas
el cuerpo y fortalecías el espíritu
de tus pacientes, escucha las súplicas
de quienes recurrimos a ti con fe en tu intercesión. Te rogamos nos obtengas de la Divina Misericordia la salud física y espiritual,
a fin de que podamos servir con generosidad
y eficacia a nuestros hermanos.
Obtén alivio a los que sufren;
consuelo a los afligidos,
esperanza a quienes la han perdido.
Amén.

3 Comments

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