A propósito de la novela No me preguntes cuándo, de Arturo Arango
Tener ya un personaje principal y casi todo su trayecto supondría mucho más de la mitad en contenido de una historia. Pero la lectura puede motivar inconformidades, máxime, cuando lo escrito no es de tu autoría. Claro, lo escribirías a tu forma, cambiarías un tanto la estructura y pulirías mejor la redacción. En el fondo, cuando te lo exigen, saben que puedes.
El texto ajeno que te regalan y apropias, pudieras valorarlo antes de los posibles cambios. ¿Convendría afectarlo si tiene una atmósfera y un rumbo logrados? Al partir no solo de una ganancia escritural sino narrativa que fundamenta una historia, es preciso acoplarte. El acoplamiento no significa obediencia sino atención.
Integrar tu voz a un relato que no principiaste supone escuchar la del otro y, si faltara algo, quedaría entonces dialogar con el texto para prolongarlo con atenciones y caprichos o valiéndose de él como pretexto. ¿No es lo que se propuso Miguel de Unamuno con su Vida de don Quijote y Sancho a partir de la obra cervantina? Salvando las distancias, ¿no es lo que hace ahora Arturo Arango con las hojas sueltas de un proyecto de novela de Ernesto Camilo Miranda Bastarrechea? Pero a él se lo pidieron cara a cara. Mas, ¿quién niega que no lo hizo Unamuno con Cervantes al releer El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha?
Ahora, ¿no será el propio Ernesto una invención para impulsar la reciente propuesta autoral de Arturo Arango: No me preguntes cuándo (Ediciones Matanzas, 2018)? Sospechémoslo, ¿por qué no?
“Tampoco se trata de botar el montón de hojas escritas y volver a comenzar. Si lo hago, en lugar de entretenerme con la vida de Ernesto Camilo Miranda Bastarrechea, terminaría aburriéndome de escribir una y otra y otra vez lo que me conozco al dedillo. De todas formas, por si acaso, en estos días voy a volver atrás. Imaginemos que estoy construyendo un puente y ya cuando ando por un tercio del recorrido me doy cuenta de que se necesitan un par de columnas más. Aquí las coloco”.
Colocar columnas como ¿raccord? entre pasado y presente para interesar lo dejado en Cuba con lo que se pretende conquistar en México. Aquí no se tendría que inventar casi toda la historia como advierte el profesor/narrador ante el consejo de su alumno y amigo Mario Van de Weyer en El último puritano de George Santayana. Se trata más bien de volverse el otro para (re)contarlo en tercera persona. Acercarse a las peripecias autobiográficas del protagonista y, a un tiempo, intentar distanciarse de las mismas, son propósitos varios del narrador de No me preguntes cuándo.
Actor y sobreviviente en un relato ¿sobre la emigración? Tal vez no, porque el tiempo de Ernesto Camilo se avizora breve en México. ¿Importa cuánto durará su estancia allí? Por supuesto. Ella influye pero no determina los incidentes que a él se le presentan, muchos de los cuales son provocados o examinados por su vocación. Él: Narrador/Ernesto/Arturo nos persuade con su día a día. Así avanzamos para saber si a algún territorio espiritual pretende llegar.
No me preguntes cuándo es también un libro que intima con la ansiedad del acto de escribir. Diseccionando al otro y diseccionándose a sí mismo, el personaje relator fluctúa entre la validez y el fiasco de la verosímil ficción. No es que localicemos un cariño exclusivo y a secas con lo fictivo. Sin embargo, este tiende a dominar cuando la supremacía de la realidad se nos presenta tal cual es: precaria, extraña y remplazada. Veíamos venir ese pedido que, en el momento oportuno, parece y es un agasajo a la supervivencia: enseñar a actuar, que es también a representar lo que no eres. Simular y mentir para dar el pecho porque lo primero se hace, mientras lo segundo se dice, sea en Cuba, México y dondequiera que no quede más remedio. Ω
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