Hace poco, reflexionaba este escriba sobre la invasión de idioteces que pululan en las redes y de las que, con cruda pero verídica razón, nos alertaba el escritor y semiólogo italiano Umberto Eco. Luego del trabajo, casi como lógica extensión de tales reflexiones se imponía otra pregunta. ¿Ocurre lo mismo en nuestro país?
Un par de recientes sucesos enciende las alarmas. En días recientes circuló por las redes sociales la noticia de la ocurrencia de ataques y ofensas al perfil de Facebook del actor cubano Roberto Espinosa Sebazco. En la novela criolla que actualmente trasmite la televisión, El rostro de los días, el artista encarna el personaje de René, un detestable violador y pederasta. Al momento, se alzaron varias voces, entre ellas la del actor Luis Alberto García y de otros especialistas, para condenar tajantemente semejante disparate.
Si bien todo el que estudia comunicación conoce que, para ciertos sectores del público, la línea que separa a un personaje del actor que lo representa se desdibuja a veces con suma facilidad, tales sucesos no tienen cabida ni aceptación alguna. Cierta vez, Leonardo Padura afirmó que había mujeres que se le acercaban para proponerle matrimonio a su legendario detective Mario Conde, quien solo existe en las páginas de sus novelas. Sin embargo, cuando la admiración o idealización degenera en ofensa o en violencia, es hora de convocar a la cordura.
Que en un país como el nuestro, donde los niveles de instrucción son bastante altos (aunque, por desgracia, no siempre aparejados a los de educación), ocurran semejantes desatinos nos convoca a un serio llamado de atención. Una actuación, que además logra poner las miradas en un terrible fenómeno del que Cuba no está ajena, no puede degenerar en que se convierta a la persona en personaje. Si se odia al tal René, el actor tras de la máscara merece aplausos y no ofensas. Los verdaderos pederastas y violadores, el hecho y no su representación artística, el fenómeno terrible de la violencia sexual y de todo tipo contra la niñez y la adolescencia, son los verdaderos blancos que combatir. Es contra esos males que debe el público dirigir su repudio y no contra el artista que contribuye en ponerlos ante la vista.
Otro suceso puede también llamarnos al análisis. El violento rebrote capitalino de la Covid 19, amén de respuestas y protocolos institucionales que quizás también se relajaron un tanto, tiene su base en serias indisciplinas sociales. Fiestas, reuniones en espacios cerrados, aglomeraciones de todo tipo, casi total y evidente despreocupación por el uso del nasobuco, entre otras fallas, son las lluvias que trajeron los actuales lodos de un alto número de contagiados.
La indisciplina social, el hacer caso omiso de las orientaciones sanitarias y gubernamentales, es otro modo de ejercer la idiotez. Es obvio que muchas personas se ven obligadas a salir a la calle, a hacer largas colas para obtener alimentos y resolver mil necesidades. Esos sectores más vulnerables merecen todos los cuidados. Pero los cuidados no son solo responsabilidad de las fuerzas del orden o de las autoridades gubernamentales. Hay que hacer colas, pero llevar la mascarilla, lavarse las manos, mantener las distancias, son medidas indispensables. Cada persona debe asumir que puede estar enferma, aunque no tenga síntomas. Por tanto, debe cuidar al otro, por simple y llana humanidad. Cada persona debe asumir que el otro puede estar enfermo. Por lo que debe cumplir las orientaciones de distancia y protección, para cuidarse a sí y para cuidar a los suyos en casa.
El dato de las edades de muchos de los recientes contagiados evidencia el descuido de los sectores etarios más jóvenes. Eche un simple vistazo a las calles y verá, todavía hoy, que hemos regresado al aislamiento, muchos jóvenes sin nasobuco, bebiendo o en grupos que conversan en las esquinas. ¿Es esa una manera inteligente de asumir una enfermedad terrible? ¿Suena lógico, racional, que una pepilla o un muchachón se arriesgue con su indolencia a llevar un virus a su hogar que puede ser mortal para su madre o para una abuela? Una vecina cercana aplaude cada noche a las nueve con delirantes consignas y vivas a los médicos. A las nueve de la mañana, sale a buscar el pan y el nasobuco le cuelga del cuello como un babero. ¿Es esto coherente?
Justo es decir, que en este asunto, hay más mensajes en las redes en homenaje a los médicos y reproduciendo las informaciones oficiales que en sentido opuesto. De hecho, hasta los chistes van en mayoría en contra de los inconscientes y en favor de la cordura. Por suerte, las conspiraciones antivacunales, contra el uso de las mascarillas o de alienígenas que dominarán el mundo todavía no nos tocan de cerca.
De todas formas, es notable que, en este segundo aislamiento, dado que solo La Habana se halla en tal situación, se percibe una menor tendencia al tema, y por consiguiente menor noción del riesgo, que en meses anteriores. Ante lo ya visto, algunos chispazos deben mantenernos bien atentos. Hay que estar alertas, incluso aquí. Ya hay idiotas al acecho.
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