«Sin visión profética la gente perecerá” (Prov. 28:19)
Nuestra vida de cristianos está marcada por tiempos fuertes. Tiempos que nos invitan a vivir con radicalidad el compromiso que desde el bautismo hemos asumido, que nos ayudan a madurar en nuestra opción por Cristo y su mensaje de Salvación.
Uno de esos tiempos es la Cuaresma, que se inicia con la celebración del día miércoles con el signo de la imposición de las cenizas. Pudiera parecer para muchos de nosotros que es algo que se repite cada año, que se nos ha impuesto, que no tiene sentido y significado en nuestras vidas cotidianas. Pero… ¿nos hemos preguntado alguna vez, qué significa el signo de la imposición de las cenizas? ¿Qué sentido tiene para nuestras vidas de hoy este cúmulo de ritos y celebraciones? ¿Qué sentido tienen para nuestra Cuba de hoy este signo?
Ante todo, el signo de la imposición de cenizas es un rito externo de conversión, abajamiento y penitencia. Por consiguiente, estas celebraciones nos invitan a leer la realidad del mundo presente con los ojos de Dios. La imposición de las cenizas debe llevarnos a examinar nuestra vida personal, insertada en la realidad social de la Cuba de hoy en clave de salvación.
Todos los creyentes católicos practicantes, que vivimos en esta hermosa isla de Cuba, de tradición cristiana desde su fundación, que a lo largo de los años hemos tropezado por sus imperfecciones, pero que con Esperanza y humildad queremos levantarnos con la única fuerza de Cristo y la buena voluntad de todos sus hijos, tanto de los que convivimos dentro de ella, como los que viven en la diáspora. Para los creyentes este es un tiempo de renovación y de reflexión personal porque nos invita a:
1. Pasar de la muerte a la vida.
2. A liberarnos de la esclavitud del pecado a la alegría del hombre nuevo.
3. De liberarnos de todo aquello que nos impide vivir como hombres libres, auténticos; hombres que viven la justicia y el amor.
Y como todo camino y proceso hecho a la luz de la Palabra de Dios, tiene que traer repercusiones fuertes en nuestra vida personal, familiar y social. Los acontecimientos vividos por el Maestro Jesucristo, sus enseñanzas, su estilo de vida no han quedado en el pasado, sino que dan pleno sentido hoy a la historia de todos los tiempos y nos mueven al compromiso.
Todos los que hemos hecho un serio examen de conciencia de cara a la realidad que el mundo hoy experimenta a consecuencias de la pandemia por la covid-19, de la historia, del país, de la vida familiar y social, etc., y como sacerdote que acompaña a una porción del pueblo de Dios, experimento junto a mis ovejas, que existen en esta realidad nacional elementos de muerte y pecado, que les están empobreciendo como hombres y mujeres, que menguan su dignidad, que destruyen la unidad familiar y social.
La Iglesia encarnada en medio de este mundo tan complejo, lo mira a Él sin temor, porque sabemos que con Él nos ponemos en marcha ante los nuevos areópagos que desafían la credibilidad evangélica, porque nos recuerda nuestra naturaleza de ser hijos de Dios.
A la luz del Misterio Encarnado, a través de la celebración del amor (Eucaristía), el cristiano reflexiona y descubre cuál es el designio de Dios sobre sí mismo; un designio de justicia, paz y amor, de ayuda del más fuerte al más débil, de promoción social y humana, de respeto y diálogo tan necesarios hoy para la reconciliación nacional, de convivencia y fraternidad.
El gesto de las cenizas en mi cabeza, con el que me pongo en camino y los invito a unirse a caminar con la mirada fija en Él, nos indica que todos hemos sido tomados de la tierra, somos barro. Se nos dice en la sentencia bíblica: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. Recordemos que Jesucristo es el único amigo que nunca falla. Los católicos de la Cuba de hoy debemos construir una ciudad nueva, regenerando dinamismos en las comunidades cristianas, en las estructuras sociales y familiares a la Luz de las enseñanzas de Jesucristo.
En este peregrinar hacia la Patria futura, nos encomendamos a la Santísima Virgen de la Caridad del Cobre, para que haga de su tierra y a los hijos de ella, dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
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