Cuarto Domingo de Adviento

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

19 de diciembre de 2021

 

Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

 

“He aquí que vengo para hacer tu voluntad”.

 

María se levantó y se puso en camino.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Profeta Miqueas 5, 1-4a

Esto dice el Señor:
“Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá,
de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel;
sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemorables.
Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz,
el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor,
con el dominio del nombre del Señor, su Dios;
se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz”.

 

Salmo

Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19

R/ Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó,
y al hombre que tú has fortalecido. R/.

Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10

Hermanos:
Al entrar Cristo en el mundo dice:
“Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo;
no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo
—pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí—
para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad”.
Primero dice: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias”, que se ofrecen según la ley. Después añade: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”.
Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 39-45

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”.

 

Comentario

 

Llegamos hoy al último domingo de Adviento. Hemos prendido la cuarta vela de su corona, convertida en símbolo pleno de vida, luz y calor. El color verde de sus ramas son presencia de la naturaleza llena de vitalidad y esperanza. Las velas encendidas iluminan más que nunca y proyectan su calor alrededor; nos recuerdan que, en la medida en que nos acercamos a Cristo que nace, nuestros corazones se iluminan con su verdad y se inundan de su amor, para que también seamos luz para los demás y signos del amor de Dios en el mundo. Ciertamente las velas se van consumiendo poco a poco, cuando cumplen con esta bella función, hasta su final. También nosotros experimentaremos que vivir en la verdad, ser luz para los demás, amar como Dios nos ha amado, conlleva desgaste, esfuerzo, sacrificio, renuncia. Ser luz y amor para los demás exige cruz. Qué bello sería si cada uno nos dijéramos: en el adviento de la vida quiero ser corona de Adviento, que anuncie la cercanía de la verdad y del amor de Dios a todos, aunque en ello se me vaya la vida misma.

La Palabra de Dios de hoy comienza hablándonos de Belén –que en hebreo significa “casa del pan”– como lugar pequeño e irrelevante. Pero que el nacimiento del Mesías hará grande e importante, conocido y universal. Todos sabemos hoy dónde está la ciudad de Belén. En estos días previos a la Navidad, en nuestras casas, preparamos el Belén con las figuras de Jesús, María y José, acompañados de ángeles, reyes, pastores y animalitos. Y nos admiramos, con ternura, de la grandeza de Dios contenida en la pequeñez de un Niño recién nacido, en un lugar pobre, inhóspito, pero rodeado de amor y de paz.

Belén es la imagen de María, la madre de Jesús, protagonista también de la Palabra de Dios de hoy, mujer humilde, pobre, sencilla, desconocida e irrelevante entre la gente de su tiempo, pero que supo abrirse totalmente a Dios, escuchando su deseo y cumpliendo su voluntad. Belén puede ser también la imagen de cada uno de nosotros, grandes desconocidos, siervos inútiles, pobres pecadores, pero iluminados y enriquecidos por la fe en Dios y la gracia que Él mismo nos comunica. Además de poner el Belén en nuestras casas, aunque sea de manera sencilla y austera, no dejemos de preguntarnos con qué figura o personaje de los allá representados me identifico yo más. Sin olvidarnos de lo más importante: Dios quiere que tu corazón sea un nuevo Belén en el cual nacer.

La segunda lectura de hoy, tomada de la carta a los Hebreos, nos introduce en el misterio del corazón de Dios. Ante Él nos planteamos muchas preguntas sin acabar de encontrar sus respuestas. Una de ellas, quizás la más importante, es la siguiente: qué quiere Dios de mí, para qué estoy aquí… en este mundo, en este lugar, en esta familia. La respuesta nos la da Dios por medio de su Hijo, hecho hombre. La clave de su existencia terrena fue siempre cumplir la voluntad del Padre. La ofrenda de la propia vida a Dios hizo de Jesús el santificador y salvador de todos.

Cristianos somos todos los que queremos identificarnos con Cristo. Y, como Él, cada día nos ofrecemos al Padre con el deseo sincero y consecuente de cumplir su voluntad. En el Padre Nuestro, la oración que nos enseñó Jesús, lo decimos: “Hágase tu voluntad”. Ante Dios poco o nada valen mis holocaustos y sacrificios sin la ofrenda de mí mismo en el altar de mi propia cruz. Descubrirlo pronto y abrazarlo con gozo puede librarme de tantas penurias y sinsabores tan amargos como inútiles.

El Evangelio de hoy nos presenta a María que, después de haber escuchado el mensaje del Ángel y haber respondido sí a Dios, se pone en camino con decisión y rapidez hacia los demás, hacia quienes sabía que la necesitaban, hacia la casa de Isabel y Zacarías, que en su ancianidad iban a ser padres. La fe en Dios y la caridad hacia los demás son siempre caminos entrelazados e inseparables. Porque escuchó y creyó en el Padre y se decidió a cumplir su voluntad, por eso pudo descubrir la necesidad de los más pobres, y se puso en camino hacia ellos. Quienes se abren a Dios con prontitud y decisión, no pueden dejar de lado a los hermanos; también necesitan acercarse a quienes le son queridos y cercanos para ofrecerles el mismo amor recibido de Dios.

Estamos un año más a las puertas de una nueva Navidad. Distinta y diferente como la de cada año, pero con la esencia común a la de la primera vez. Dios quiere volver a nacer, volverse a encarnar. Quiere volver a comunicarnos su amor, su cercanía, su paz… para que nosotros también lo comuniquemos a los demás. Que cada uno de nosotros hagamos de nuestro corazón un nuevo Belén, un sencillo portal. Dios no mira nuestra condición, inteligencia, o estatus social; solo se fija en la humildad. Como María y como José abramos nuestros oídos a sus deseos para en todo realizar su voluntad. Aprendamos a abrir caminos nuevos hacia los demás, especialmente hacia los más pobres y necesitados, hacia los que no piensan igual, hacia los que nos dejaron de hablar, hacia los que nos hicieron sufrir o naufragar. Caminos de diálogo y reconciliación, en los que no falte el respeto y la sinceridad, la fe y la caridad.

Sólo así será, de verdad y de nuevo, Navidad.

 

Oración

 

Ya muy cercano, Emmanuel, hoy te presiente Israel,

que en triste exilio vive ahora y redención de ti implora.

Ven ya, del cielo resplandor, Sabiduría del Señor,

pues con tu luz, que el mundo ansía, nos llegará nueva alegría.

Llegando estás, Dios y Señor, del Sinaí legislador,

que la ley santa promulgaste y tu poder allí mostraste.

Ven, Vara santa de Jesé, contigo el pueblo a lo que fue

volver espera, pues aún gime bajo el cruel yugo que lo oprime.

Ven, Llave de David, que al fin el cielo abriste al hombre ruin

que hoy puede andar libre su vía, con la esperanza del gran día.

Aurora tú eres que, al nacer, nos trae nuevo amanecer,

y, con tu luz, vive esperanza el corazón del hombre alcanza.

Rey de la gloria, tu poder al enemigo ha de vencer,

y, al ayudar nuestra flaqueza, se manifiesta tu grandeza.

Amén.

 

Se el primero en comentar

Deje un comentario

Tu dirección de correo no será publicada.


*