Cuarto Domingo de Cuaresma

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

27 de marzo de 2022

El afligido invocó al Señor, él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.

En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas.

Lecturas

Primera Lectura
Lectura del Libro de Josué 5, 9a. 10-12
En aquellos días, dijo el Señor a Josué:
“Hoy les he quitado de encima el oprobio de Egipto”.
Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó.
Al día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas.
Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná. Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Salmo
Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7
R/. Gusten y vean qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Proclamen conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contémplenlo, y quedarán radiantes,
su rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor, él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.

Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta de San Pablo a los Corintios 5, 17-21
Hermanos:
Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.
Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios.
Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.

Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
“Ese acoge a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo esta parábola:
“Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
‘Padre, dame la parte que me toca de la fortuna’. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros’.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre dijo a sus criados:
‘Saquen enseguida la mejor túnica y vestírsela; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y sacrifíquenlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado’.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
‘Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud’.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
‘Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado’.
El padre le dijo:
‘Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado’”.

Comentario

El camino de la Cuaresma sigue avanzando hacia la Pascua. El ejercicio del reencuentro con Dios a través de la oración, con los hermanos a través de la limosna y con nosotros mismos a través del ayuno, en cualquiera de sus formas, nos revitaliza y reconstruye como personas y como cristianos. Hemos puesto la mirada en Cristo, en su lado más humano, luchando y venciendo al Maligno en las tentaciones del desierto y también en su condición divina, transfigurado en la montaña, acompañado de Pedro, Santiago y Juan, atentos a la voz del Padre que lo señala como su Hijo amado y enviado a nosotros. El mismo Jesús a través de su Palabra nos ha llamado a la conversión y hoy nos habla de reconciliación. Pero sobre todo nos invita a poner la mirada en el Padre.
El evangelio de hoy nos ofrece una de las parábolas más bellas y significativas de Jesús, tradicionalmente conocida como la parábola del “Hijo pródigo”, a quien san Juan Pablo II cambió el nombre y comenzó a llamar parábola del “Padre misericordioso”. Ciertamente, el gran protagonista de la historia que nos cuenta no es el hijo pequeño, que se fue de casa con todo lo que el padre le dio, ni el hijo mayor que permaneció en casa junto a su padre, sino el mismo padre, que a ambos hijos les trata con tremenda bondad, delicadeza y misericordia.
Qué importante es que todos los cristianos tengamos una imagen auténtica, una idea verdadera, de quién es Dios y cómo actúa con nosotros sus hijos. Todos hemos sido muchas veces como el hijo pequeño que, creyéndonos dueños de lo que Dios nos ha dado, nos hemos alejado de Él, derrochando egoístamente sus dones y carismas, arrastrándonos en la mundanidad, hasta que hemos sentido el hastío y el vacío de las cosas de este mundo. Todos también hemos sido muchas veces como el hijo mayor, orgullosos y arrogantes, inmisericordes con los más débiles y exigentes hasta con Dios mismo porque supuestamente no nos da lo que creemos merecer con nuestros sacrificios y cumplimientos.
Hoy el mismo Jesús nos invita a mirar al Padre para que le conozcamos como verdaderamente es: rico en misericordia. No nos trata como merecen nuestros pecados. Perdona todas nuestras culpas. Nos mira siempre con ternura y compasión. Es paciente y cada mañana nos da de nuevo la vida oteando nuestro horizonte y esperando nuestro regreso a Él. Es Padre bueno y Padre de todos. Y como es bueno, nos invita a ser buenos como Él, buenos en cada momento, en cada cosa, con cada persona. Y como es padre de todos nos invita a mirar a todos como hermanos, hijos de un mismo Padre.
Y este es el fundamento de la reconciliación que se nos pide en la segunda lectura de hoy. Dios Padre nos abre de nuevo la puerta de su casa para abrazarnos y llenarnos de vida nueva. Para introducirnos en su corazón y asemejarnos a Él; para hacernos ministros, instrumentos, signos de la reconciliación con Dios y entre nosotros como hermanos. Porque la reconciliación con Dios está indisolublemente unida a la reconciliación con y entre los hermanos. La una nos lleva a la otra y viceversa.
Y de ahí brota la auténtica alegría. Hoy, cuarto domingo de Cuaresma, celebramos el domingo “laetare”. La imagen del banquete y la fiesta con la que concluye la parábola del evangelio nos remiten a aquella frase de Jesús que precede la parábola: “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15, 7).
La primera lectura nos narra la alegría del pueblo de Israel que, después de tantos años en el desierto, llega a la Tierra prometida y comienza en ella una nueva vida, disfrutando de sus frutos y beneficios.
El pasado viernes el Papa Francisco, desde Roma, unido a todos los obispos del mundo, consagraba todas las naciones, y en particular Rusia y Ucrania, al Inmaculado Corazón de María, pidiendo una vez más a la Madre que interceda ante el Padre para que la paz llegue a estos países destruidos por la guerra. Dios Padre quiere la paz entre sus hijos. La guerra y cualquier tipo de enfrentamiento que destruya la humanidad contradicen y cancelan el gran sueño de Dios que nos quiere a todos hermanos reconciliados y reconciliadores. Seguimos orando por la paz; seguimos intentando en cada momento y lugar ser constructores de paz. Dios quiera que pronto vivamos con alegría el retorno a una vida en paz entre todos los hombres y mujeres de todos los pueblos.

Oración

Hoy vuelvo de lejos, de lejos.
Hoy vuelvo a tu casa, Señor a tu casa.
Y un abrazo me has dado, Padre del alma.
Salí de tu casa, Señor, salí de tu casa, anduve vacío sin Ti,
perdí la esperanza, y una noche lloré, lloré mi desgracia.
Camino de vuelta Señor, pensé en tus palabras:
la oveja perdida, el Pastor, el pan de tu casa…
Y a mis ojos volvió, volvió la esperanza.

(Canto del Hijo Pródigo)

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