El documental El silencio de los otros (Almudena Carracedo y Robert Bahar, 2018), presentado por Pedro Almodóvar (uno de los productores), desde los primeros minutos, no quiere especificar con nombres a todos los que hablan. Intencional o no, la opción pareciera ganar simbología. Ahora, si bien reconocemos a Franco y a Hitler en las imágenes de archivos, es un derecho integrador que los demás sean asimismo mostrados. Tal vez era conveniente obviar los nombres de cada uno para ser identificados frente a la cámara y que la voz en off, solita, se explayara. Pero habría sido muy arriesgado por monótono. El espectador necesita saber quién es el que dice determinadas cosas.
En el parlamento de 1977 se aprobaría una nueva ley de amnistía en la España de entonces que, en principio, fue pedida por los de izquierda a fin de lograr la liberación de los prisioneros. Sin embargo, la indulgencia se solicitó incluso para los franquistas en lo que vino a llamarse “el pacto del olvido”. En un momento le escuchamos pronunciar a una notable figura: “Es simplemente un olvido. Una amnistía de todos para todos. Un olvido de todos para todos. Una ley puede establecer el olvido. Pero ese olvido ha de bajar a toda la sociedad. Hemos de procurar que esta concepción del olvido se vaya generalizando porque es la única manera de que podamos darnos las manos sin rencor”.
En El silencio…, los realizadores se atreven a cuestionar, mediante los entrevistados, el pacto del olvido: “Si una persona es asesinada, parece claro que la justicia debe perseguir al criminal, debe reparar a la víctima. Sin embargo, cuando se trata de estos crímenes de genocidio, de crímenes contra la humanidad no está tan claro, más bien se empiezan a encontrar y a buscar argumentos para tratar de decir que pasó mucho tiempo, de que es mejor olvidar, que hay que pasar la página, etcétera… ¿Cómo es posible que se pueda hacer justicia en relación con este tipo de crímenes cometidos desde el Estado?”, argumenta y se pregunta el abogado argentino por los derechos humanos Carlos Slepoy Parada, quien sufriera secuestro y torturas durante el gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón en 1974. Mientras Slepoy va diciendo esto, se incorporan imágenes de archivos de los años ochenta a propósito de la crisis sociopolítica en Chile. Luego, el espectador advierte al jurista español radicado en Argentina Baltasar Garzón, asesor del Tribunal Penal Internacional de La Haya. De manera que la película documental conecta los hechos de la Guerra Civil Española con posteriores acontecimientos ocurridos en el mundo, amén de que es, en suelo argentino, donde se puede retomar lo que es una imposibilidad en España por las leyes de antaño.
Presenciamos nuevas caras que, frontalmente miran, cuando no hablan entrecortados a la cámara. Esta indiscutible intimidad de interiores es balanceada con otros concurrentes, quienes realizan travesías para inmediatos encuentros. Se registran las afueras de paisajes rurales y citadinos ibéricos de una belleza impresionante; belleza reinante contrapuesta con la violencia física y verbal que el espectador ya ha presenciado. Es interesante constatar, desde calles y rótulos, las repercusiones del franquismo, aún en la actualidad. Fueron casi cuarenta años en el poder para que la presencia del Caudillo sea borrada de un golpe. Les tomará años cambiar esa realidad. En otro documental ilustrativo como Muchos hijos, un mono y un castillo (Gustavo Salmerón, 2017), Franco y sobre todo su tiempo, son aludidos, en breves instantes, desde otros ángulos.
Se está muy lejos de explicar la dictadura de Franco. Pero, como después le oímos decir a un joven que la guerra trajo pérdidas de familiares para republicanos y franquistas, se abre el material hacia una dimensión ética y existencial donde, en definitiva, se recuerda que había (hay) más de una comprensión y atención internas en un país plural y por tanto complejo siempre en cuestiones de unificación y consenso. Pero, ¿cómo un país en pro de su rico pasado, pretende desmerecer su memoria? No puede ni debe olvidar que muchas historias personales de cada familia contribuyeron a aquel pasado, pues merecen la recordación, en su justa medida, como la presencia, por ejemplo, de El acueducto de Segovia, El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial o, en específico, el Valle de los Caídos. ¿Cómo consentir un pacto del olvido? Ahí está la persistencia del monumento a las víctimas de Franco (Monumento a los olvidados de la Guerra Civil y la Dictadura, de Francisco Cedenilla) que recuerda a ese otro conjunto chocante (Monumento a las Víctimas del Comunismo, del escultor Olbram Zoubek y de los arquitectos Jan Kerel y Zdeněk Holzel), erigido en Praga, donde siete figuras de bronce rememoran a los presos políticos afectados por el comunismo en la República Checa. En España quedan todavía partidarios de Franco y la fundación que lleva su nombre no solo lo atestigua, sino una manifestación profranquista. Jaime Alonso, desde la fundación, decide dejarse entrevistar y suyas son las siguientes palabras: “Lo más importante en mi opinión, para recordar a Franco, es que no se equivocó nunca. Franco preserva a la civilización occidental y cristiana de la tiranía comunista”. Es preciso recordar también que no todos los republicanos eran comunistas, ni todos los del bando sublevado, a la postre franquistas, abrazaron el fascismo. Como se sabe y, en el documental, lo dice un descendiente de una víctima de Franco: “La cultura o la historia de un país se basa en lo bueno y en lo malo. Y lo malo también hay que recordarlo”. Claro, para no repetir esto último o celebrarlo, como le acota un familiar más joven.
Sumándose a la imparable lista de audiovisuales sobre la Guerra Civil Española y su repercusión para Europa y para todo el mundo, El silencio de los otros fija un alto en el camino para reflexionar, pues interviene tanto el pasado en nuestras vidas, gracias a cuanto sepamos, e incluso, pese a lo que se ha pretendido esconder de aquél. Ω
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